Qué Sucede Después de la Muerte | El Mundo de Mañana

Qué Sucede Después de la Muerte

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Díganos lo que piensa de este folleto

¿Es la muerte el fin de la existencia humana? ¿reencarnará usted después de que muera? ¿"Paseará por el Cielo todo el día" sin nada que hacer por toda la eternidad? La sorprendente y alentadora verdad es desconocida por la mayoría de las personas, pero se encuentra en las páginas de su Biblia. Dios tiene un plan para la humanidad, ¡y una recompensa muy especial para aquellos que son verdaderos cristianos! ¿Qué sucede después de la muerte según la Biblia?

Capítulo 1
Herederos de una promesa

Quizás usted haya visto alguna encuesta en la que se pregunta cuáles son los temores más grandes de la gente. Una encuesta famosa encontró que la gente teme hablar en público más que lo que teme la muerte. Quizás esto nos parezca curioso cuando somos jóvenes y estamos llenos de salud; pero efectivamente, hacer una presentación en público puede ser difícil y muchas personas no están preparadas. No obstante, realmente pocas personas preferirían morir antes que hablar en público. Probablemente sabremos lo que ocurrirá cuando terminemos el discurso; pero, ¿cuánta gente sabe lo que ocurrirá al morir?

¿Acaso la muerte pone fin permanente a nuestra breve existencia? Casi nadie soporta la idea de dejar de existir. En vez de llevar una vida activa y vibrante, esas personas pierden el tiempo con el temor de que un día perderán la vida. Otras, como el futurista Ray Kurzweil, esperan ver pronto el momento cuando los seres humanos podrán superar sus limitaciones biológicas para de alguna manera cargarse, como quien carga un documento, en una máquina que vivirá para siempre. Hay personas, en cambio, que toman medidas para asegurar la preservación de su cuerpo después de la muerte mediante técnicas como la criopreservación, es decir, el congelamiento, con la esperanza de que un día la ciencia pueda devolver la vida a su carne y huesos muertos.

Habría que preguntarse también si la prolongación de nuestra vida actual realmente es la solución a nuestros problemas. ¿Cuántas personas llevan una vida atormentada por remordimientos, dolor, tristeza, soledad y penas? Cuando leemos en la Biblia sobre la vida de los primeros seres humanos, vemos que esta duraba muchos siglos. Adán vivió 930 años, su hijo Set vivió 912 años, Enós vivió 905 años, Cainán 910 años, Mahalaleel 895 años, su hijo Jared 962 años y su nieto Matusalén 969 años. ¿Habrán vivido contentos por tanto tiempo? ¿Habitarían un mundo lleno de paz y prosperidad? ¡No! “Vio el Eterno que la maldad de los hombres era mucha en la Tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió el Eterno de haber hecho hombre en la Tierra, y le dolió en su corazón” (Génesis 6:5-6)”.

Una vida más larga no equivale necesariamente a una vida de realización y satisfacciones. Pese a los esfuerzos de la humanidad por crear vida eterna en la carne, “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). La muerte realmente es enemiga de los seres humanos (1 Corintios 15:26), y también es inevitable: Le ha llegado a todo el que ha vivido. Benjamín Franklin, uno de los fundadores de la nación estadounidense, dijo que “en este mundo no se puede decir que algo sea seguro, salvo la muerte y los impuestos”. Habrá quienes han evadido los impuestos, pero la muerte es el desenlace que todos tenemos en común.

¿Qué sucede después de la muerte?

Siendo así, ¿qué le ocurrirá a cada uno de nosotros cuando llegue el momento inevitable de morir? En el mundo occidental una mayoría, aunque cada vez menor, sigue sosteniendo los conceptos tradicionales sobre el Cielo y el infierno. El Pew Research Center informó en el 2015 que el 72 por ciento de estadounidenses creían en el Cielo, definido como un lugar “donde las personas que han llevado una vida buena reciben una recompensa eterna” (Pew FacTank, 10 de noviembre del 2015). Es interesante señalar que solo el 58 por ciento dijo creer en un infierno “donde quienes han llevado una vida mala y mueren sin arrepentirse reciben un castigo eterno”.

Para otras personas, la muerte significa un renacer en otro cuerpo. Año tras año, las encuestas han encontrado que los conceptos de las religiones orientales van ganando terreno en Occidente. Hace algunos años, el 18 por ciento respondió que creían en algún tipo de reencarnación. Varias personas piensan que el alma puede reencarnarse en otro ser humano, o quizá en algún animal, dependiendo de nuestro comportamiento en esta vida; y que el ciclo de reencarnaciones terminará solo cuando, mediante un gran esfuerzo personal, alcancemos la perfección. Algunos describen esta perfección como la pérdida total del yo. Otros esperan pasar la eternidad en el Cielo en compañía de una u otra deidad, o quizá contemplando una “visión beatífica” de Dios, embelesados para siempre en una adoración eterna sin ningún trabajo en particular por hacer.

Otros dicen que vivimos una sola vez, y si no adoramos a la deidad correcta, pasaremos la eternidad torturados en las llamas de un infierno que arde sin fin. Dicen que si nacemos en un momento o lugar donde de casualidad no nos enteramos de la deidad correcta, estaremos predestinados al infierno. Esto parece un tanto injusto y desanima a quienes sinceramente buscan comprender.

¡Necesitamos la verdad!

¿Habrá alguna manera de saber con seguridad qué sucede al morir una persona? La buena noticia es que sí podemos saber la verdad, y que podemos comprobarla en una fuente que se ha mostrado singularmente fidedigna: ¡la Biblia! Según la Biblia, ¿qué nos ocurre al morir?

La verdad es que quienes seguimos verdaderamente a Jesucristo heredaremos una maravillosa promesa, la cual recibiremos cuando resucitemos de entre los muertos. El apóstol Pablo escribió: “Si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29). Por su parte, el apóstol Pedro describe nuestra recompensa como una herencia pura y sin mancha, que no puede cambiar ni deteriorarse ( ver 1 Pedro 1:4). Notemos que esta recompensa es una herencia que se ha guardado para los actuales cristianos.

Somos herederos de una promesa maravillosa, pero aún no la hemos recibido (Romanos 8:14-17). ¿Cuál es la promesa que estamos destinados a heredar? Es algo tan asombroso que la humanidad no ha visto nada parecido, ni puede siquiera empezar a comprender semejante maravilla sin la ayuda de Dios. Como dijo el apóstol Pablo: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9). Para saber más sobre esta impresionante promesa, ¡y lo que significará para usted! Continúe leyendo este folleto.

Capítulo 2
La vida eterna: un regalo

Muchos estudiosos de la Biblia conocen el siguiente versículo, que no puede menos que darnos ánimo: “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Pero habría que preguntar cuántos comprenden lo que el versículo significa.

Como seres humanos imperfectos, cometemos pecados y luego nos arrepentimos. Comprendemos que Dios no nos ha dado la muerte al instante a causa de nuestros pecados. Ni siquiera los pecadores empedernidos que llevan una vida carnal y disoluta han recibido todo el pago por sus pecados. Entendemos que los pecadores recibirán su pago completo después de esta vida.

Pero, ¿cuál es ese pago? Notemos que los pasajes citados no dicen: “La paga del pecado es vida inmortal en el fuego del infierno”. La paga del pecado no es vida inmortal en ninguna forma, sino muerte: la ausencia de vida. ¿Por qué tantos se imaginan que la “paga del pecado” es vivir eternamente atormentados? La vida eterna, que solamente se obtiene como “dádiva de Dios” según ese mismo versículo, es precisamente lo contrario de la “muerte”.

¿Es el alma inmortal?

Lo que impide a muchos que se declaran cristianos creer las palabras claras de Dios es la enseñanza tan común, pero errada, de que los seres humanos estamos dotados de un alma inmortal, que jamás morirá, un alma que vivirá eternamente, ya sea atormentada en el infierno o feliz en el Cielo. Reflexionemos: Si ya tenemos inmortalidad, ¡no la necesitaremos como un regalo de Dios!

Por extraño que parezca, a quienes crecimos oyendo solamente las suposiciones antibíblicas del cristianismo convencional, la verdad es que antes que “esto se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:52-53) como un don de Dios en la resurrección, ¡un alma puede morir! El profeta Ezequiel lo dejó muy claro cuando escribió: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4, 20). La palabra hebrea para “alma” es nephesh, que se refiere a la vida física; es la misma palabra que se emplea para indicar la vida de los animales en Génesis 1:21.

“Pero eso es el Antiguo Testamento”, dirán algunos. ¿Qué se dice sobre el alma en el Nuevo Testamento? Quizá nos sorprenda saber que Jesús enseñó lo mismo: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma [del griego psyche: vida] y el cuerpo en el infierno [gehena: fuego]” (Mateo 10:28). ¿Cree usted lo que dice la Biblia? ¿Cree lo que dijo Jesús? Dios puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el “infierno”, es decir, en el fuego de la gehenna. En vez de describir el alma como “inmortal”, ¡Jesús dice claramente que el alma de los impíos será destruida junto con su cuerpo!

La Biblia sí enseña que hay un espíritu: “el espíritu del hombre” (1 Corintios 2:11; Job 32:8, 18), que actúa conjuntamente con el cerebro y le imparte el extraordinario intelecto humano. Aunque Dios recoge este espíritu cuando morimos (Eclesiastés 3:21), seguramente con el registro de todo lo que hemos aprendido y vivido para uso futuro de Dios, !como veremos!, las Escrituras son claras al decir que ¡no hay conciencia después de la muerte! Los muertos no alaban a Dios (Salmos 115:17), no dan gracias a Dios, ni siquiera piensan en Él (Salmos 6:5) ¡porque “nada saben! (Eclesiastés 9:5). El alma, efectivamente, es mortal y es claro que mientras no llegue la resurrección, los muertos son precisamente eso: muertos. ¡La muy popular enseñanza sobre el alma inmortal consciente, es un error desmentido por muchas afirmaciones en la Biblia!

Idea errada del “paraíso”

Muchos piensan, equivocadamente, que al morir en la fe irán directamente al Cielo, que para estar con Dios no necesitan resucitar. ¿De dónde sacan esta idea? Algunos basan su idea errada en una interpretación errónea de las palabras dichas por Jesús al ladrón que fue crucificado a su lado: “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). Ignoran que, según el texto griego original, que carece de comas, la palabra “hoy” pertenece a la cláusula anterior: “Te digo hoy que estarás conmigo en el paraíso”. El ladrón estará con Jesucristo en el paraíso. ¿Cuándo? ¿Qué es el paraíso? ¿Y dónde se encuentra?

Las Escrituras dicen que Pablo “fue arrebatado al paraíso” en una visión (2 Corintios 12:4), y que el árbol de la vida se encuentra en el paraíso (Apocalipsis 2:7). También dicen que el árbol de la vida se encuentra en la nueva Jerusalén, que, según palabras de Jesucristo, bajará del Cielo a la Tierra una vez que esté preparada (Apocalipsis 3:12; 21:2; 22:2). Esta nueva Jerusalén no estará preparada hasta que los santos hayan reinado en la Tierra mil años, al término del plan de Dios (Apocalipsis 20-22). ¡El paraíso está en espera de una futura revelación cuando llegue a la Tierra! El ladrón, conforme a la promesa de Jesucristo, estará con Él en el paraíso cuando resucite, pero eso será en un futuro: todavía no.

Por otra parte, ¡ni siquiera el propio Jesucristo estuvo en el paraíso, ni entró en él, el día que hizo la promesa! Jesús murió y enseguida pasó tres días y tres noches inconsciente en el sepulcro, ¡no en el paraíso! No volvió a tener conciencia hasta el tercer día cuando Dios el Padre lo resucitó a la vida, en cumplimiento de las Escrituras (Mateo 12:40).

El Evangelio del apóstol Juan confirma que las almas no van al Cielo al morir. El apóstol escribió: “Nadie subió al Cielo, sino el que descendió del Cielo; el Hijo del Hombre, que está en el Cielo” (Juan 3:13). Jesucristo, siendo el Verbo, tuvo su morada en el Cielo antes de venir al planeta Tierra “cuando aquel Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14).

Cuando el apóstol escribió estas palabras, innumerables patriarcas ya habían vivido y fallecido. No obstante, ¡un solo Personaje divino, que ahora conocemos como Jesucristo, había bajado del Cielo y ascendido al Cielo! Cuando el apóstol Pedro pronunció su primer sermón semanas después de la muerte y resurrección, afirmó con toda claridad: “Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy… Porque David no subió a los Cielos” (Hechos 2:29, 34). David está muerto e inconsciente en el sepulcro, esperando la resurrección ¡lo mismo que todos los santos fieles!

Jesús y sus apóstoles enseñaron lo mismo que enseñó el Antiguo Testamento acerca de la muerte. Leemos en el libro del Eclesiastés: “Los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido” (Eclesiastés 9:5). Lo que nos dice este pasaje es que la muerte no es un estado de conciencia diferente. “Los muertos nada saben”, como si durmieran profundamente y sin soñar.

El apóstol Pablo lo confirmó cuando les escribió a los hermanos en Tesalónica:

“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron” (1 Tesalonicenses 4:13-15).

Las palabras de Pablo son claras: los muertos están muertos, pero tenemos la esperanza de que Dios los traerá nuevamente a la vida. Esta esperanza no nace de ideas antibíblicas sobre una existencia consciente que se prolongaría más allá de la muerte, sino que es un reflejo de lo que expresó el apóstol Pablo: “¡Que ha de haber resurrección de los muertos”! (Hechos 24:15). En el momento de la resurrección Dios les dará vida eterna a quienes murieron en la fe: vida que no tenemos como seres humanos.

¿Es justo Dios?

Los pasajes anteriores deben dejar muy claro que los muertos están… muertos. No son almas inmortales conscientes esperando el momento de volver a ocupar un cuerpo humano. Pero, ¿quiénes recibirán la vida eterna? La arrolladora mayoría de las personas que han vivido y fallecido ni siquiera conocieron el nombre de Jesucristo. Otros miles de millones han oído solamente un evangelio falso sobre un Cristo falso. Muy pocos, relativamente, han tenido la oportunidad de oír el verdadero evangelio de Jesucristo, y de actuar conforme a lo que han oído. No obstante, las Escrituras dicen que sin Jesucristo no podemos recibir la salvación: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el Cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). ¿Acaso significa esto que Dios es arbitrario o injusto?

Ciertos pensadores religiosos, como el reformista protestante Juan Calvino, han enseñado que Dios creó miles de millones de almas a las que predestinó, a sabiendas, para sufrir por toda la eternidad en el infierno. Otros dicen que Dios desea salvar a todas las almas, pero que corresponde a los cristianos llegar al mundo con su mensaje; y si no lo hacen, las almas que no oyen el nombre de Jesucristo pasarán la eternidad atormentadas en el infierno.

Sin embargo, la Biblia nos asegura que Dios es justo y lleno de misericordia. Hemos visto que la Biblia enseña que los muertos están muertos hasta la resurrección. Tanto el apóstol Pablo como Jesucristo se refirieron a la muerte como una forma de dormir, y quien muere permanece inconsciente en el sepulcro hasta que Dios le levante de la muerte. Consideremos estas palabras de Jesús: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29). Aquí la traducción correcta debe ser: “a resurrección de juicio”; porque la palabra “condenación” fue traducida del griego krisis, cuyo significado en español es “juicio”.

Sin una resurrección, el alma seguiría muerta para siempre. Nuestra esperanza no se basa en una eternidad ficticia en el Cielo como almas desprendidas del cuerpo, sino en una futura resurrección a la vida. Más adelante explicaremos que significará la resurrección, o mejor dicho, resurrecciones, para usted y sus seres queridos.

Capítulo 3
Tres resurrecciones

Hacia el final de su vida en la Tierra, Jesucristo dijo a sus discípulos: “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). Por su parte, el apóstol Juan dijo a los cristianos de su época: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). Y Pablo escribió: “Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:3-4).

Pablo identifica a Satanás como el “dios de este mundo” por su enorme poder e influencia, y Dios permite que lo sea para que se cumpla su propósito. En el libro del Apocalipsis el apóstol Juan señala a Satanás como un embaucador que “engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9).

Un mundo enceguecido

¿Acaso fue esto invento de los apóstoles? ¿O fue una exageración de Jesucristo? ¡Desde luego que no! Pero si la Biblia declara sin ambages que Satanás es el gobernante de este mundo y que el mundo entero está engañado, y al mismo tiempo sabemos que casi la tercera parte de la población mundial sigue alguna forma de cristianismo, ¿qué puede significar esto para quienes se declaran cristianos? La deducción es clara. Por sorprendente que parezca, la gran mayoría de las personas que han vivido y fallecido en los casi 6.000 años desde Adán, están enceguecidas; ¡no pueden comprender ni vivir el verdadero mensaje evangélico que trajo Jesucristo! ¡Dentro de esa multitud humana ciega se cuenta la arrolladora mayoría de quienes se declaran cristianos!

¿Será esta una situación que nosotros mismos podamos arreglar sin la ayuda de Dios? ¡De ninguna manera! Para la fe y la comprensión que llevan a la salvación, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. El apóstol Pablo explica: “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).

La asombrosa verdad es que en la era presente Dios está abriendo la mente de relativamente muy pocas personas. Jesús dijo claramente a sus discípulos: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”, y: “Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:44, 65). Pedro explica que en la era presente la salvación se ofrece únicamente a “cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:39), y Pablo revela que no son la mayoría, sino pocos, los llamados por Dios en esta vida, y que esto es conforme al plan de Dios (1 Corintios 1:26-29; Romanos 11:7-8, 32).

¿Sorprendente? ¡Reflexionemos! Si Dios que es misericordioso y bueno realmente deseara salvar a toda persona en la era actual, ¿acaso no sería capaz de hacerlo? El propio Jesucristo tenía solo 120 discípulos al cabo de sus tres años y medio de ministerio (Hechos 1:15). Les hablaba a las multitudes, pero dio esta explicación: “Les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden” (Mateo 13:13). Jesús no hablaba en parábolas para que su mensaje fuera más claro para las multitudes, sino que hablaba en parábolas para que solamente pocos elegidos entendieran: “Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del Reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados” (Marcos 4:11-12).

Esta verdad de la Biblia desmiente directamente lo que aprendimos la mayoría de nosotros en el cristianismo convencional: Que Jesús hablaba en parábolas “para que todos entendieran”. ¡La realidad es todo lo contrario! Hablaba en parábolas para que el público en general no entendiera. Jesús no se proponía convertir a todo el mundo en ese momento. Sabía que Dios estaba llamando solamente a unos pocos creyentes en la era actual, como parte de un plan mucho más grande. Uno de los nombres de Dios en hebreo es El Shaddai: Dios Todopoderoso. Nadie podría impedir que el Dios Todopoderoso convirtiera al mundo entero ahora mismo si esa fuera su intención, ¡pero su plan es diferente!

Lo anterior no es especulación; hasta los historiadores no religiosos han reconocido la verdad histórica de lo que creían y enseñaban los primeros miembros de la Iglesia acerca del hecho de la resurrección: que Dios ha dispuesto resurrecciones diferentes para distintos momentos, y para distintos grupos de la humanidad. En su libro: The Decline and Fall of the Roman Empire, el destacado historiador Edward Gibbon escribió lo siguiente:

“La antigua y popular doctrina del milenio estaba íntimamente relacionada con la segunda venida de Cristo. Así como las obras de la creación se habían completado en seis días, su duración en su estado actual, según una tradición atribuida al profeta Elías, se fijó en seis mil años. Siguiendo la misma analogía, se infirió que a este largo período de dura labor y conflictos que estaba pronto a terminar, le seguiría un gozoso sábado de mil años; y que Cristo, junto con los santos y los elegidos que habían escapado de la muerte, o que habían revivido milagrosamente, reinaría sobre la Tierra hasta el momento fijado para la última y general resurrección” (Cap. 15, sec. 2).

Como señala Gibbon, la Iglesia del primer siglo, es decir la Iglesia apostólica, comprendía que los santos resucitarían primero para gobernar mil años con Jesucristo, antes de una resurrección general.

¡Nadie se ha perdido eternamente!

¿Qué significa esto para los miles de millones que vivieron y murieron sin haber oído jamás el mensaje de Jesucristo? Las Escrituras enseñan claramente que sin Él no podemos recibir salvación. Veamos lo que Dios inspiró al apóstol Pedro: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el Cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). ¿Cómo reconciliar las palabras claras de Pedro con la realidad de un Dios de amor y de justicia? Veamos lo que dijo Jesucristo a los habitantes de Capernaum, que habían rechazado su mensaje: “Tú, Capernaum, que eres levantada hasta el Cielo, hasta el hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (Mateo 11:23-24).

Dios destruyó a Sodoma y Gomorra con fuego (Génesis 19). Sin embargo, Jesús aseguró “que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma” que para Capernaum. ¿Cómo podemos entenderlo? Jesús dijo que si en Sodoma hubieran visto sus obras, sus habitantes se habrían arrepentido y Dios habría perdonado la maldad y perversidad de esa ciudad. Si creemos que Dios es justo, y si creemos a Jesús cuando dice que esas personas sin duda se habrían arrepentido si hubieran tenido la misma oportunidad que tenían quienes le estaban escuchando, entonces debemos creer que recibirán esa oportunidad. ¿Cómo podrá ser?

¡Más de una resurrección!

Como veremos, la Palabra de Dios hace mención de varias resurrecciones, ¡no de una sola! Veamos cómo describe la Biblia la resurrección del primer grupo de personas, las que volverán a la vida al regreso de Jesucristo:

“Vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años (Apocalipsis 20:4-6).

Esta primera resurrección comprenderá a “los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios” (v. 4). Estos santos que formarán parte de la primera resurrección se levantarán a la inmortalidad y reinarán con Jesucristo por mil años, período que llamamos el milenio (“mil años”, v. 4). Estas personas se cuentan entre quienes Pablo tenía en mente al decir en 1 Tesalonicenses 4:16 que, “los muertos en Cristo resucitarán primero”.

Pero observemos algo: si hay una “primera” resurrección (Apocalipsis 20:5), tiene que haber una segunda resurrección. Efectivamente, el mismo versículo dice que “los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años”. Además, las Escrituras mencionan una tercera resurrección, como veremos más adelante. En otro pasaje, las Escrituras se refieren a esta primera resurrección como una “mejor resurrección” (Hebreos 11:35), comparada con las resurrecciones que le siguen. ¿Por qué razón? Porque los cristianos fieles, que en la era presente formen parte de esta primera resurrección, nacerán dentro del Reino de Dios como hijos de Dios inmortalizados y glorificados. Heredarán la Tierra y regirán con Jesucristo como reyes y sacerdotes por mil años (Apocalipsis 5:10). Durante el milenio, Satanás será restringido e incapacitado para influir en la humanidad (Apocalipsis 20:2). A quienes Dios llame en la actualidad, deberán superar la influencia de Satanás, algo que no tendrán que hacer en el milenio hasta que al final Satanás quede suelto nuevamente. Al contrario de lo que sucede en este tiempo, cuando están siendo llamados muy pocos, en el milenio toda persona conocerá el camino de Dios y podrá seguirlo (Isaías 11:9). Durante ese período de mil años, caracterizado por paz, prosperidad y abundancia física y espiritual, la Tierra estará siendo preparada para el siguiente y maravilloso paso en el plan de Dios para la humanidad.

Apocalipsis 20:5 dice que, terminado el milenio, “los otros muertos” volverán a la vida física. Hay una descripción de ese suceso en Ezequiel 37, en la profecía del valle de los huesos secos, donde se ve claramente que esta segunda resurrección es una resurrección a la vida en carne y hueso, no a la gloria inmortal como en la primera. ¿Quiénes son “los otros muertos”? Es la multitud de seres humanos que nunca pertenecieron al cristianismo verdadero. Entre ellos se cuentan, por ejemplo, los habitantes de Tiro, Sidón, Sodoma y Gomorra, que en palabras de Jesucristo recibirán perdón y misericordia cuando se arrepientan en su momento de juicio: “Tú, Capernaum, que eres levantada hasta el Cielo, hasta el hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy”. Este es el “día del juicio” mencionado por Jesús en Mateo 11:24, como ya hemos visto. Entre ellos se cuentan incluso los pueblos de Israel enceguecidos espiritualmente por Dios (Romanos 11:25). La arrolladora mayoría de los seres humanos que han vivido resucitarán para este período de juicio. No resucitarán como seres espirituales como los de la primera resurrección, sino como seres físicos, igual que Lázaro, amigo de Jesús, cuando Jesús lo levantó de la muerte (Juan 11:43-44), así como se describe en Ezequiel 37.

El juicio del gran trono blanco

En ese extraordinario período, que sigue a los mil años del gobierno de Jesucristo y sus santos glorificados en la Tierra, miles de millones de seres humanos que estuvieron enceguecidos espiritualmente, finalmente aprenderán la dolorosa lección del pasado, y Dios les dará la oportunidad de arrepentirse, creer el evangelio y después heredar el Reino de Dios. Como escribió el apóstol Pedro: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).

Veamos en Apocalipsis 20:11-12 la descripción del momento cuando “los otros muertos” vuelven a la vida física:

“Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la Tierra y el Cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”.

La palabra griega traducida “libros” en el versículo 12 es biblion. Luego de la segunda resurrección los “libros”, es decir la Biblia, se abrirá por primera vez al entendimiento de los miles de millones de seres humanos que vivieron y murieron antes del milenio sin oír ni comprender el verdadero evangelio de Jesucristo. En este período de juicio ante el gran trono blanco, miles de millones tendrán su primera oportunidad de aprender la verdad. Además, tendrán un beneficio especial que hoy no tenemos: Podrán recordar las consecuencias de la vida que llevó la humanidad siguiendo sus propios caminos en la era presente, y compararlas con la realidad de un mundo muy superior, el que estarán habitando gobernado por Jesucristo. Mirarán hacia la civilización actual y verán lo que ahora la mayoría no ve, que nuestro sistema o sociedad no es lo que el Dios Creador dispuso; sino que dio a la civilización humana 6.000 años bajo la influencia de Satanás para que siguiera sus propios caminos, pensara en sus propias ideas y aprendiera las duras lecciones a fuerza del sufrimiento humano.

¿Acaso Dios desea que su creación sufra? ¿Acaso no es un Dios de misericordia y de justicia? ¿No habría creado un plan capaz de llegar a todos quienes han vivido sin negarle a nadie la esperanza y oportunidad de elegir? En estas dos resurrecciones la misericordia, la justicia y la imparcialidad divinas se revelan en toda su gloria. Si usted desea más información sobre esta extraordinaria segunda resurrección, puede solicitar nuestro folleto titulado: ¿Es este el único día de salvación? Para recibir un ejemplar gratuito, le invitamos a escribir un correo a: [email protected] o también puede descargarlo desde nuestro sitio en la red: www.ElMundoDeManana.org.

Muchos no entienden las etapas que Dios ha establecido para revelar Su verdad al mundo y recompensar a los que reciban salvación. Tampoco entienden el plan de Dios para castigar a los que rechacen la salvación.

¡A continuación presentamos la verdad tranquilizadora, alentadora e inspiradora sobre la verdadera naturaleza, o el justo castigo, que espera a las personas malvadas e incorregibles que a sabiendas rechazan el gran regalo de salvación de Dios!

Capítulo 4
¿Castigo temporal o eterno?

Es triste señalar que en toda la historia ha habido personas que comprendieron la gracia y la salvación divinas pero que, a sabiendas y voluntariamente, las rechazaron del todo. Aun después del período de juicio ante el gran trono blanco, habrá quienes opten voluntariamente por vivir en estado de rebeldía, rehusando someterse a la gracia y misericordia de Dios. Aunque Dios concederá a todo ser humano una oportunidad plena y justa de aceptar su salvación, entendemos que habrá algunos incorregibles que rechazarán a Jesucristo para siempre.

Dios no obligará a esos rebeldes a obedecer, sino que los destruirá en un lago de fuego.

Terminado el milenio y el período de juicio, todos aquellos que vivieron y murieron a lo largo de la historia comprendiendo la verdad y rechazándola deliberadamente, se levantarán para la tercera resurrección: la resurrección a castigo eterno en forma de muerte en el lago de fuego.

Dios es justo y nos lo recuerda: “Mía es la venganza, yo daré el pago” (Hebreos 10:30). De pie ante el lago de fuego y sufriendo por el destino que les espera, todas las personas incorregibles serán lanzadas al fuego, se quemarán y dejarán de existir para siempre (Apocalipsis 21:8). No volverán a vivir jamás. “Porque la paga del pecado es muerte [eterna], mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

“Muy cruel”, dirán algunos, “que un Dios de justicia y misericordia atormente a los pecadores eternamente por decisiones que tomaron en el lapso de unos cien años”. ¿Se cuenta usted entre tantas personas que no han entendido cómo los cristianos podrían disfrutar de felicidad eterna con Dios, sabiendo que mientras se benefician de la dicha divina, sus seres queridos que no fueron salvos están sumidos en un tormento infernal, sufriendo dolores inimaginables para siempre? Si eso es lo que usted piensa, ¡necesita el consuelo que viene de saber la verdad!

La verdad sobre el infierno

En primer lugar, el lago de fuego al que se refieren las Escrituras no es aquel “infierno” que se imagina la gente cuando piensa en el castigo divino dado a los malos. En el mundo occidental la gran mayoría de los habitantes deben su imagen del castigo divino no a la Biblia sino a la obra de un poeta italiano del siglo 14. Dante Alighieri, autor de La Divina Comedia, escribió su largo poema como un comentario alegórico sobre los problemas sociopolíticos de su nación. El infierno que describió estaba compuesto por nueve regiones que iban descendiendo, con tormentos mayores cada vez. La sección del poema de Dante titulada: El infierno, presenta a los pecadores concupiscentes recibiendo el castigo más leve en el primer círculo del infierno; las regiones más profundas están reservadas para quienes Dante consideraba los traidores más repugnantes de la historia, entre ellos no solo Judas Iscariote, sino también los traidores romanos Bruto y Casio, que fueron implicados en el asesinato de Julio César.

Muchos se sorprenden al enterarse de que los cuadros dantescos no guardan ninguna semejanza con el “infierno” descrito en la Biblia.

Para comenzar, algunas versiones inglesas traducen la palabra hebrea sheol como “hell” o “infierno”, pero la versión Reina Valera la vierte Seol, como nombre propio de un lugar de la muerte. Pero sheol en hebreo, simplemente significa “fosa” o “sepulcro”, ¡nunca un lugar de fuego eterno! La palabra sheol aparece 65 veces en el Antiguo Testamento, y no encontramos versiones en español que la interpreten como “infierno”. Por su parte, la versión Reina Valera Contemporánea tampoco traduce sheol como “infierno” pero sí como “sepulcro”, que es lingüística y bíblicamente correcto. Como veremos, ¡nadie está ardiendo en el seol!

Tres infiernos en la Biblia

El Nuevo Testamento tiene tres palabras que se han traducido como “infierno”: tartaroö, hadës y gehenna, y cada una tiene un significado diferente.

La palabra griega tartaroö denota una condición de restricción y en la Biblia no se aplica a los pecadores humanos, sino a los ángeles caídos. Veamos: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno [tartaroö] los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2:4). Un comentario explica: “El verbo tartaroö, traducido como ‘arrojándolos al infierno’ en 2 Pedro 2:4, significa consignar al tártaro, que no corresponde ni a seol ni a hades ni al infierno, sino a un lugar donde los ángeles cuyo propio pecado se menciona en este pasaje, quedan restringidos y ‘reservados al juicio’; la región se describe como ‘prisiones de oscuridad’” (An Expository Dictionary of Biblical Words, W.E. Vine, pág. 300).

La palabra griega hades, como el hebreo sheol, significa simplemente “fosa” o “sepulcro”. La versión Reina Valera, y muchas otras, dejan la palabra hades sin traducir.

El vocablo griego gehenna viene más al caso al hablar del lago de fuego. Es la palabra que indica un fuego que destruirá las almas de los malos: “Temed mas bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” [la gehena] (Mateo 10:28). Gehenna se deriva de la expresión griega Ge Hinnom, relacionada con el valle de Hinom al sur de Jerusalén. Antiguamente, este valle era el lugar adonde se arrojaba la basura de Jerusalén. Allí ardían fuegos continuamente, alimentados por la basura, entre la cual había cadáveres de los criminales condenados. Como resultado, la gehenna se convirtió en símbolo de juicio asociado con el fuego.

Esta misma palabra gehenna, se emplea en Mateo 5:22, donde Jesús dice: “Yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego”, o gehenna de fuego. Los pecadores que no se arrepientan serán lanzados en un lago de fuego. La gehenna de fuego es una referencia al destino final de los malvados: quedarán reducidos por el fuego a cenizas y dejarán de existir. No es arder para siempre y sin fin. Recordemos el decreto de Ezequiel 18, versículos 4 y 20: “El alma que pecare, esa morirá”. Esta es la “muerte segunda” descrita en Apocalipsis 20:6, de la cual están exentos los primeros frutos, los verdaderos discípulos que se levantarán a la inmortalidad en la primera resurrección.

La segunda muerte, o destrucción total en el lago de fuego, es final; es una muerte de la cual no hay resurrección. Este es el verdadero “infierno de fuego” de la Biblia. Después del juicio ante el gran trono blanco, todos los seres humanos que alguna vez existieron habrán llegado a un fin: o serán hijos glorificados de Dios, nacidos de nuevo para vivir eternamente como miembros de la Familia de Dios inmortalizada; o dejarán de existir mediante la total destrucción en el lago de fuego. Cada uno de nosotros vivirá para siempre o morirá para siempre. No hay una tercera opción. Enseguida, el propio Satanás será lanzado al lago de fuego (Apocalipsis 20:10). Por eso leemos: “La muerte y el hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:14-15).

El apóstol Pedro escribe que le Tierra será totalmente purificada por fuego: “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la Tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10).

Con todo esto previsto para el futuro de la humanidad, ¿por qué Dios ha dispuesto que un grupo de cristianos se salven en nuestra era, antes que todos los demás? ¿Se cuenta usted entre los que Dios está llamando ahora? En seguida explicaremos la recompensa que Dios ha preparado para los verdaderos discípulos de Jesucristo, y lo que harán durante el milenio ¡y por toda la eternidad!

Capítulo 5
Recompensa de los salvos

La mayor parte de quienes se declaran cristianos no tienen un concepto claro de lo que será la recompensa de los que perseveren hasta el fin. Quizás usted esté entre tantas personas convencidas de que tendrán una morada en Cielo, o al menos una habitación maravillosa dentro de una mansión. Es un error frecuente que se debe a una lectura errónea de Juan 14:2, donde Jesús nos dice: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”.

La palabra griega monë, traducida como “morada”, queda mejor vertida al español moderno como “aposento” o “habitación”. La casa del Padre de Jesús tiene muchas habitaciones… pero, ¿qué es esa casa? Vemos en Jeremías 35 que “la casa del Eterno” (el templo de Dios) tiene diversos aposentos, que corresponde al cargo que ocupa el residente de cada aposento (v. 4). La casa terrenal de Dios era una figura de la casa del Padre en el Cielo (Hebreos 8:5). Observemos que la Biblia nunca dice que el Cielo en sí sea la casa del Padre. La casa del Padre está en el Cielo. Cuando Jesús se despidió de sus discípulos y se fue a prepararles un lugar, no les dijo que ese lugar sería en el Cielo ¡sino que Él se iba al Cielo a prepararles un lugar en la casa del Padre! Cuando alguien prepara una cena en el horno, no decimos que la cena es el horno, ¡y tampoco se sirve la cena en el horno! Luego, es asombroso leer que cuando la nueva Jerusalén venga a la Tierra después del juicio ante el gran trono blanco, esta será la casa del Padre. Para los discípulos fieles Jesucristo está preparando un lugar en la nueva Jerusalén, ¡la cual vendrá al planeta Tierra! “Oí una gran voz del Cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:3).

Breve presencia de Cristo ante el Padre

Quizás usted tenga la idea de que vamos a pasar una eternidad sentados en una nube tocando arpa y contemplando el rostro de Dios. ¡No es así! Las Escrituras revelan un breve período en el cual los discípulos fieles resucitados estarán con arpas delante del trono de Dios: “Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios” (Apocalipsis 15:2). Cuando leemos sobre el rey David alabando a su Señor con música, nos damos cuenta de que la música puede expresar nuestro amor cada vez más profundo hacia el Salvador.

Sin embargo, la interpretación que suele darse a ese breve período es equivocada; nuestra recompensa es mucho más que eso, tal como se revela en este y otros pasajes del Apocalipsis. Primero, notemos que los que tocan arpas no están flotando en una nube. Estos músicos, hijos de Dios resucitados que han vencido a la “bestia” profetizada en el Apocalipsis, están de pie sobre “el mar de vidrio”. Decir que es “el” mar de vidrio implica que se trata del mismo mar de vidrio que Juan ya había visto antes en su visión. Es así como en Apocalipsis, tras una descripción del trono de Dios, leemos lo siguiente: “Delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal” (Apocalipsis 4:6). Sabemos que el mar de vidrio está delante del trono de Dios. ¿Y dónde está el trono de Dios? Sabemos que después del milenio, el trono de Dios vendrá al planeta Tierra, cuando la nueva Jerusalén descienda “del Cielo” (Apocalipsis 21:2).

Las bodas del Cordero

Uniendo estos pasajes, vemos que por poco tiempo después de su resurrección, los santos se reunirán sobre el mar de vidrio delante del trono de Dios en el Cielo. ¿Qué van a hacer allí? ¿Solamente tocar música para honrar a Dios, o hay algo más?

La respuesta se encuentra en una promesa hecha por Jesucristo estando en la Tierra a sus discípulos. Jesús se comparó con un novio (Mateo 9:15). Y será precisamente eso: ¡un Novio!

“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios” (Apocalipsis 19:7-9).

¿Cómo es posible que unos simples seres humanos contraigan matrimonio con el Hijo de Dios? Una simple mirada a nuestro alrededor revela un hecho fundamental: Cada ser se reproduce según su especie. Dos perros al aparearse no producen un gato. Dos aves al aparearse no producen un pez. Si Dios está reproduciéndose, ¡sus hijos serán como Él y serán miembros plenos de su divina Familia! Por eso leemos que Dios es el Padre “de quien toma nombre toda familia en los Cielos y en la Tierra” (Efesios 3:14-15). Además, ¡Dios desea que cada ser humano elija voluntariamente convertirse en hija o hijo suyo! Desea que salgamos de los caminos carnales del pecado que son los de este mundo. El apóstol Pablo escribió estas palabras a los corintios, citando el Antiguo Testamento: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”, y también “seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:17-18).

Esto no es algo que alcancemos por nuestro propio esfuerzo. Cuando nos hemos arrepentido de verdad, ejercido fe y recibido el bautismo de la manera como Dios lo ordena, nos da el don del Espíritu Santo. Y al recibir el don del Espíritu Santo ¡nos convertimos en hijos engendrados de Dios! Venimos a ser herederos de Dios y coherederos con Cristo. Léalo usted mismo:

“Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados” (Romanos 8:14-17).

Un propósito trascendental

Es recomendable reflexionar profundamente en el significado de la oración final elevada por Jesús a su Padre en Juan 17. En la más extraordinaria oración consignada en las páginas de la Biblia, el Hijo de Dios le rogó a su Padre: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Jesús estuvo con Dios al comienzo de la creación y leemos que “todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Aquí, Jesús le pidió al Padre que le restableciera toda aquella gloria que había sido suya cuando, mediante el poder de su Padre y siendo el “Logos” del Antiguo Testamento ¡creó todo el universo!

Después de pedir por sus discípulos en la última Pascua antes de su crucifixión, Jesús oró por quienes vendrían después de ellos:

“Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:20-23).

¿Comprendemos realmente la estupenda petición que se encierra en estas palabras del Hijo de Dios? Pidió compartir con nosotros: “Los que han de creer en mí por la palabra de ellos”, en la resurrección, la misma gloria que Él comparte con el Padre ahora. Jesús se expresaba muy en serio en esta oración inspirada. ¡Pidió que sus verdaderos seguidores llegaran a ser plenamente hijos e hijas de Dios y que participaran en la unicidad de la Familia Divina! Nuestro Creador y Salvador no murió con el propósito de tener un redil de criaturas inferiores para su diversión. Cuando Jesús se levantó de la muerte por obra del Dios y Padre, vino a ser “el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29), por lo tanto nosotros seremos los hermanos y hermanas menores del género Dios dentro de la Familia divina, capaces de compartir una comunión y un amor mucho más íntimos de lo que pueda compartir la más feliz de las familias humanas.

Como miembros de la Familia de Dios, llevaremos los rasgos familiares de nuestro Padre y de Jesucristo resucitado. ¿Nos habremos preguntado qué aspecto tiene Jesucristo ahora? La Biblia revela su apariencia:

“Vi... “en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el Sol cuando resplandece en su fuerza” (Apocalipsis 1:12-16).

¡Gloria sin igual!

¡Es casi inimaginable! ¡Su rostro brilla como el Sol! Y quienes estemos en disposición de entregar el corazón, la mente y la voluntad al Padre celestial, y nos presentemos ante Él con arrepentimiento genuino, ¡tenemos la esperanza de recibir una gloria espléndida como la suya! Es así porque Dios desea que lleguemos a ser sus verdaderos hijos, y no unos seres inferiores que Dios simplemente llama hijos. Recordemos que luego de una auténtica conversión, Dios pone su propia naturaleza divina dentro del que ha llamado. El apóstol Juan escribió: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2). ¡Vamos a ser semejantes a Jesucristo! Seremos glorificados en la resurrección como verdaderos hijos e hijas de Dios, ¡como verdaderos hermanos y hermanas de Jesucristo! La Biblia dice claramente que Jesucristo será “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).

Después de su resurrección, Jesús se apareció en varias ocasiones a los apóstoles. Al principio no siempre lo reconocieron, ya que se veía algo diferente de como había sido en la vida humana. No obstante, Jesucristo resucitado casi siempre se apareció a otras personas en forma humana, e interactuaba con la gente de esta manera para que comprendieran lo que decía y no tuvieran miedo. Incluso demostró su capacidad de enseñar las heridas de la crucifixión en su cuerpo, valiéndose de ellas para que el apóstol Tomás también creyera (Juan 20:14-17).

Con lo anterior en mente, comprendemos por qué Pedro se sintió inspirado a revelar que Dios, por su poder divino, “nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:3-4). Nacidos de nuevo, esta vez dentro de la Familia de Dios, ¡tendremos la misma naturaleza de Dios! ¿Y qué vamos a hacer con esa naturaleza? Muchos suponen, erróneamente, que los santos resucitados no tendrán nada especial qué hacer. Pero la Biblia revela que los santos, convertidos en miembros reales de la Familia divina, tendremos una gran tarea que cumplir, una obra que nos llenará de satisfacción y alegría ¡y que no se llevará a cabo en el Cielo! A continuación mostraremos cuál será esa gran tarea.

Capítulo 6
El Reino de Dios

Como ya hemos visto, los verdaderos discípulos de Jesucristo que mueren en la fe durante la era presente, se convertirán en verdaderos hijos de Dios en la primera resurrección, de manera que podrán interactuar con el Hijo y el Padre y conocer sus pensamientos, planes y proyectos. Podremos vincularnos a futuros proyectos y actividades creativas por todo el vasto Universo. El profeta Isaías nos dice bajo inspiración que “lo dilatado de su Imperio y la paz no tendrán límite” (Isaías 9:7).

¡Primero tendremos que cumplir una tarea muy importante durante mil años! Cuando Jesucristo regrese, vendrá como Rey y establecerá el Reino de Dios, ¡el cual estará ubicado en el planeta Tierra! Los cristianos fieles serán quienes, convertidos en santos y miembros de la Familia de Dios, gobernarán bajo Jesucristo en el milenio: período de tiempo anterior al juicio del “gran trono blanco” (Apocalipsis 20:11).

Gobernantes y maestros en la Tierra

Los habitantes de las naciones físicas del mundo necesitarán instrucción y guía. Así como Jesucristo resucitado se apareció ante sus discípulos después de su crucifixión, los santos resurrectos también podrán manifestarse ante los seres humanos durante el milenio. Como reyes y sacerdotes, vamos a gobernar y enseñar. En la antigua Israel los sacerdotes eran los maestros. Durante el milenio, nosotros enseñaremos el camino de vida de Dios, el camino de verdad, el camino de la Biblia, la manera de vivir que Jesús demostró y enseñó. Como reyes y sacerdotes, enseñaremos al mundo el camino de la paz:

“Bien que os dará el Señor pan de congoja y agua de angustia, con todo, tus maestros nunca más te serán quitados, sino que tus ojos verán a tus maestros. Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (Isaías 30:20-21).

¿Sorprendente? ¡No debería serlo! Las Escrituras nos dicen que los cristianos resucitados siguen a Jesucristo, al Cordero, adonde vaya (Apocalipsis 14:4). Lo seguirán a las bodas del Cordero en el Cielo enseguida de su resurrección y transformación, como ya hemos visto. Después, lo seguirán a la Tierra, donde Él con todos ellos gobernará en el Reino de Dios. Durante mil años, el trabajo de los santos resucitados no será en el Cielo ¡sino en la Tierra!

Aunque las Escrituras enseñan claramente la realidad de que los santos gobernarán en la Tierra, muchos están confundidos sobre este punto. La confusión se aclara fácilmente a quienes estén dispuestos a unir todos los pasajes sobre el tema.

Por ejemplo, cuando Jesús dijo a los discípulos: “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los Cielos” (Mateo 5:12), no estaba diciendo que el galardón era una residencia permanente en el Cielo, sino que estaba resaltando la magnitud de la recompensa que está reservada en el Cielo hasta la resurrección de los cristianos. Jesús dijo que iba al Cielo a prepararla (Juan 14:3). El apóstol Pedro describe esta recompensa como “una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los Cielos para vosotros” (1 Pedro 1:4). Vemos de nuevo que la herencia está guardada para los cristianos, y que Jesucristo la traerá del Cielo cuando venga a reinar en la Tierra (Isaías 40:9-10). Somos herederos, pero aún no hemos recibido la herencia (Romanos 8:14-17), y Jesús nos anuncia: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo” (Apocalipsis 22:12).

Es interesante observar que la palabra griega topos, traducida como “lugar” en Juan 14:3, también tiene el sentido de “oportunidad”. Efectivamente, Jesucristo ha preparado una magnífica oportunidad para los santos resucitados. Esa oportunidad es la de gobernar en la Tierra bajo Jesucristo en el Reino de Dios.

Veamos también qué dicen las bienaventuranzas sobre esa recompensa. Así se refirió Jesús a la recompensa de sus seguidores cuyas cualidades le agradaban: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la Tierra por heredad”. (Mateo 5:5). ¡No puede ser más claro! Muchos conocen este versículo ¡y pocos lo creen! Nosotros heredaremos la Tierra. La Palabra de Dios dice claramente a cuantos la lean y la crean, que “reinaremos sobre la Tierra” (Apocalipsis 5:10).

Cuatro elementos de un reino

Para un mejor entendimiento de la recompensa de los santos, debemos saber lo que significa el gobierno bajo Jesucristo en el Reino de Dios. Primero, veamos qué es en realidad un reino. Todo reino reúne cuatro elementos básicos: un gobernante, un territorio, leyes y súbditos. ¿Cuáles son los elementos que integrarán el Reino de Dios?

Primero, el Reino de Dios tiene un Gobernante, como lo explica la Biblia en muchos pasajes. Observemos estas palabras del apóstol Juan: “Vi el Cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino Él mismo” (Apocalipsis 19:11-12). Jesucristo, coronado con muchas diademas, que representan los diferentes cargos, regresará a la Tierra como Rey conquistador (Zacarías 14:3-4).

Veamos otra descripción del aspecto de Jesús en su segunda venida:

“Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y Él las regirá con vara de hierro; y Él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:13-16).

¡El Gobernante del venidero Reino de Dios será Jesucristo! ¿Pide usted al orar: “Venga tu Reino”? ¿Espera con entusiasmo el regreso de Jesucristo a la Tierra? El apóstol Juan ansiaba el establecimiento de ese reino. Terminó el penúltimo versículo de la Biblia con este ruego y esperanza fervorosa: “Sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).

¿Cuál será el territorio del Rey? Cuando Jesucristo venga, su territorio será toda la Tierra, y sus súbditos en ese territorio será toda la humanidad. Las Escrituras dicen que todo el mundo aprenderá el camino de la paz. La gente subirá a Jerusalén a adorar a su Rey todos los años. La Tierra entera aprenderá a guardar los mismos días santos bíblicos que guardaron Jesús y los apóstoles: “Todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, al Eterno de los ejércitos, y a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos” (Zacarías 14:16).

Toda nación en la Tierra adorará al Rey… y guardará la Fiesta de los Tabernáculos. Pocos saben que los días santos encierran un significado profundo para los verdaderos cristianos. La Iglesia del Nuevo Testamento se fundó el día de Pentecostés, aun así, muchos ignoran que Pentecostés es uno de los días santos bíblicos que Dios dispuso para su pueblo. En el libro de los Hechos, leemos que había multitudes reunidas para observar la Fiesta de Pentecostés, cuando los apóstoles predicaron y miles se convirtieron. ¡La gente se había reunido para observar el día porque es un mandato de las Escrituras! Pentecostés también se llama “la Fiesta solemne de las Semanas” (Deuteronomio 16:10), “la Fiesta de la Siega” (Éxodo 23:16) y “el día de las Primicias” (Números 28:26).

Todo verdadero cristiano sabe que la Fiesta de Pentecostés conmemora la etapa en el plan de Dios cuando son llamados los “primeros frutos” a la salvación, con el propósito de prepararlos para gobernar bajo Jesucristo en el milenio. Para mayor conocimiento sobre esta espléndida realidad, solicite nuestro folleto gratuito titulado: Las fiestas santas: El plan maestro de Dios.

¿Cuál será la ley por la que se regirá el Reino de Dios? Durante el milenio, los santos resucitados serán administradores de las leyes de Dios. El profeta Isaías nos da un inspirador anticipo de lo que vendrá:

“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno” (Isaías 2:2-3).

En las Escrituras, un monte suele ser símbolo de un gobierno, incluido el de Dios. El gobierno de Dios regirá en la Tierra y Jerusalén será la capital del mundo: “Así dice el Eterno: Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad, y el monte del Eterno de los ejércitos, Monte de Santidad” (Zacarías 8:3).

En el Reino de Dios serán abolidas las leyes humanas, a menudo contradictorias e injustas. Desde Jerusalén se enseñarán y administrarán las leyes de Dios, cuyo fundamento es el decálogo. Recordemos que Jesús dijo: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” y enseguida citó varios mandamientos del decálogo (Mateo 19:17-19). Además, en el llamado sermón del monte, Jesús magnificó los diez mandamientos. Los hizo más completos y profundos, porque ahora los cristianos deben guardar los diez mandamientos no solo en la letra, sino en el espíritu.

Los súbditos del Reino de Dios serán los seres humanos que vivan durante el milenio: ¡Un período en el que vivirán y aprenderán en un mundo transformado!

¿Cuál será el impacto para esos súbditos de contar con la ley de Dios en pleno vigor? El Reino de Dios se establecerá después de varios años de terrible devastación y muerte en todo el mundo. Habrán muerto miles de millones por guerras, hambre y enfermedades. Los sobrevivientes estarán emocional y físicamente destrozados por los hechos que habrán sacudido al mundo en la gran tribulación y el día del Eterno. Cristo Rey traerá justicia y paz a una humanidad que ya se había acostumbrado vivir sumida en injusticia, corrupción y violencia: “Juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4). Los jóvenes nunca más aprenderán a pelear en las guerras. En el Reino de Dios, Jesucristo el Rey, va a reeducar a todo el mundo, llevándolo por el camino de la paz:

“El niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la Tierra será llena del conocimiento del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:7-9).

Destinados a gobernar

Recordemos que Jesucristo no lo hará todo solo durante el milenio, sino que contará con la ayuda de los que ahora son discípulos fieles, los santos que resucitarán al sonido de la séptima trompeta. En Lucas 19 Jesús narró la parábola de las minas, en la cual revela que sus seguidores fieles gobernarán sobre ciudades, unos como administradores de cinco, otros como supervisores de diez. También enseñó que los vencedores gobernarían sobre las naciones (Apocalipsis 2:26). Los verdaderos discípulos resucitados y transformados, nacidos dentro de la Familia de Dios gloriosa e inmortal, serán elementos vitales en la resolución de los problemas del mundo.

En el Reino de Dios el rey David resucitará para gobernar sobre la casa de Israel y la casa de Judá, haciendo de las dos naciones una sola (Ezequiel 37:17-19, 24). Por otra parte, Jesús dijo a los doce apóstoles que ellos gobernarían a las diez tribus de Israel:

“De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo 19:28-29).

¡Los llamados a formar parte de la primera resurrección tienen una oportunidad realmente extraordinaria!

¡Hasta la eternidad!

Durante mil años, la humanidad conocerá en carne propia los beneficios de una vida dirigida con benevolencia por Jesucristo y sus santos. Luego vendrá el juicio ante el gran trono blanco, período posiblemente de cien años, como se puede entender en Isaías 65:17-20. Como vimos en el capítulo tres, este es el período en el cual ocurre la segunda resurrección, y finalmente se abre la mente de quienes murieron sin comprender la verdad de Dios, de manera que también puedan optar por convertirse en hijos de Dios.

Finalmente, cuando el milenio y el juicio ante el gran trono blanco hayan llegado a su fin, los miembros de la Familia de Dios recibirán una herencia aun mayor. Vemos que Dios ofrece a los cristianos no solamente la Tierra (Mateo 5:5), sino también todo el Universo: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7; Romanos 8:32). Pensemos en esta asombrosa promesa: “Porque en cuanto [Dios] le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a Él [al ser humano]” (Hebreos 2:8).

¿“Nada” que no le sea sujeto? ¿“Todas las cosas” en sujeción? ¡Sí, esta es la promesa! La frase griega traducida como “todas las cosas” en Hebreos 2:8 es ta panta, que significa literalmente “el todo”. Como se explica en los léxicos griegos, ta panta en su sentido absoluto significa “el Universo”. ¡Dios quiere darnos, y a otros miles de millones, dominio no solo sobre la Tierra, sino sobre el Universo! Esto lo podremos recibir solamente cuando hayamos heredado la vida eterna, cuando seamos hijos inmortales de Dios dispuestos a gobernar con Jesucristo en su Reino por toda la eternidad. Nuestra labor durante el milenio, por importante que sea, es apenas un anticipo de lo que vendrá después. El designio de Dios es prepararnos para gobernar el Universo. Podremos viajar instantáneamente a galaxias lejanas. No estaremos limitados por el tiempo ni el espacio. Dios quiere que liberemos a la creación de la descomposición y la corrupción, como escribió el apóstol Pablo: “La creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:21).

Realmente, Dios tiene un destino extraordinario reservado para sus hijos fieles. Estaremos activos, realizados y gloriosamente felices por toda la eternidad. Anunciando la venida del Mesías y su Reino eterno, el profeta Isaías escribió: “Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su Imperio y la paz no tendrán límite” (Isaías 9:6-7).

¿Desea usted ser parte del futuro glorioso que Dios le ofrece? ¿Espera con entusiasmo el día en que el trono de gracia divina bajará a la Tierra? Solo entonces dejará de haber dolor, sufrimiento y muerte. En referencia a nuestro maravilloso destino, el apóstol Juan escribe: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).

Esta es la eternidad que Dios nos tiene preparada. ¡Que Dios nos ayude a comprender su gran amor, y nos ayude a prepararnos para nuestro impresionante y eterno destino!

Capítulo 7
¿Estará Dios llamándole?

Como ya hemos visto en el presente folleto, Dios no está llamando a la mayor parte de la humanidad al arrepentimiento y bautismo durante el período actual de 6.000 años de historia humana. Las llamadas a “acercarse al altar” que hacen los evangelistas populares quizá sean bien intencionadas, y quizá despierten emociones humanas; pero si Dios no aviva el espíritu de la persona y le abre la mente a su verdad, seguirá fundamentalmente sin convencer, sin llamar y sin convertir. La verdad es que la mayor parte de los seres humanos tendrán su día de salvación en el momento de la “segunda resurrección” o juicio ante el “gran trono blanco”. Para esas personas, la vida que llevaron en esta época servirá de poderoso testimonio, que demuestra la profunda flaqueza y depravación de la vida humana apartada de Dios. Parte de la obra de El Mundo de Mañana y la Iglesia del Dios Viviente es hacer una fuerte advertencia del terrible sufrimiento que nos espera en el tiempo del fin. Cuando llegue ese momento y la Tierra esté sumida en la gran tribulación, los millones que han escuchado este mensaje sabrán dónde ha estado actuando Dios, y tendrán mayor disposición a acoger su camino con alegría en el juicio ante el gran trono blanco.

¡Responda al llamado!

¡El hecho mismo de que usted esté leyendo este folleto, significa que Dios bien puede estarle llamando ahora para que llegue a ser una de sus primicias! Es posible que usted pueda participar en lo que llama la Biblia una “mejor resurrección”. Si es así, ¡no debe rechazar este llamado! Para la mayor parte de la humanidad, la salvación vendrá al final del milenio, o en el juicio ante el gran trono blanco, cuando Dios “nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno” (Miqueas 4:2). A quienes Dios llama hoy pueden, con su ayuda y su poder, resistir y superar los engaños de Satanás, y pueden llevar una vida llena del Espíritu Santo, repleta de paz y felicidad y profundamente significativa.

Si usted siente que Dios puede estarle llamando al arrepentimiento y el bautismo, y si desea saber más sobre sus caminos, le sugerimos que se ponga en contacto con nuestras oficinas, ingresando a nuestro sitio en la red: www.ElMundodeManana.org o enviando un correo a nuestra dirección: [email protected]. Uno de nuestros representantes tendrá mucho gusto en hablar con usted en el momento y lugar que usted disponga.