Una generación insensata | El Mundo de Mañana

Una generación insensata

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Cada generación juzga a la que la precede. Con todo, nos preguntamos si los cambios morales, sociales y religiosos nos están conduciendo a lo que la Biblia llama una “gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”.

El presentador de noticias Tom Brokaw se refirió a los hombres y mujeres que soportaron la gran depresión, y sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, como: “La más grandiosa generación”. Hubo desplazados por las sequías y tormentas de polvo que azotaron muchas regiones, inmortalizados en la novela en John Steinbeck: Las uvas de la ira. Tras las penas y la mortalidad de los años treinta y cuarenta, esa generación ayudó a reconstruir el mundo. Fue la generación de mis padres. La vida solía ser dura y hubo muchas dificultades.

Quienes no han estudiado la historia de esa generación, probablemente no aprecian lo que logró. Pero, ¿realmente fue la generación más grandiosa? Quienes vivieron en la primera mitad del siglo 20 bien pueden competir por ese título, pero no están solos. Cada generación tiene sus retos, unas más que otras.

Quienes somos mayores quizá nos inclinemos a pensar que nunca habrá quien iguale a Henry Ford, John D. Rockefeller o Thomas Edison. También vienen a la mente otros nombres importantes del pasado; como Alexander Graham Bell, Johannes Gutenberg, Marie Curie, Louis Pasteur, George Washington Carver, Sir Isaac Newton y Aristóteles. Y hay incontables más, cuyos nombres quizás ignoremos pero que hicieron grandes aportes al mundo que ahora vemos.

Como en el pasado, la presente generación tiene sus grandes personajes: Vienen a la mente Steve Jobs, Bill Gates, Jack Welch, Oprah Winfrey y otros. Pensemos en Elon Musk, arquitecto de la empresa de autos eléctricos de mayor éxito en el mundo. Al mismo tiempo, se ocupa en lanzar cohetes y satélites al espacio, y se propone enviar hombres y mujeres a Marte… sin que esto lo distraiga demasiado como para comprar Twitter, ahora X.

En materia de avances tecnológicos, nuestra era es sin igual. Nunca antes se había visto llegar avances tan rápidamente como ahora. La inteligencia artificial (IA) es tema de conversación en todas partes. El término, así como algunas de sus aplicaciones, no es nuevo, pero, especialmente en meses recientes, ha traído nuevas repercusiones. La rapidez con la que progresa es impresionante. Las posibilidades que ofrece la IA para la ciencia, la medicina y la industria; encierran la promesa de transformar el mundo para bien… pero también su potencial destructivo y para mal es ominoso. Algunos piensan que podría ocasionar el fin de la civilización.

¿Y nosotros? Si pudiéramos avanzar 75 años instantáneamente y observar desde allí una imagen de nuestro mundo actual, ¿cómo nos juzgaría el futuro? ¿Qué sobrenombre pondrán a nuestra generación en el futuro? ¿Incluirá la palabra “grandiosa”? ¿O no mereceremos tanta estimación?

¿Cómo nos juzgarán?

¿Será esta generación como el recién llegado al barrio que destrona al anterior rey del vecindario? ¿Será nuestra generación la más grande de todas? ¿Cómo nos verán las generaciones futuras cuando den una mirada al pasado, a quienes habitamos en el mundo actual?

Cohetes a la Luna, GPS, vehículos eléctricos, IA, teléfonos inteligentes; todo esto es resultado de la acumulación de conocimientos en el tiempo que la humanidad lleva en la Tierra, y todos deben su existencia a generaciones y adelantos anteriores. Cada avance, por ejemplo, dependió del invento de la imprenta con tipos móviles inventada por Gutenberg hace casi seis siglos. Sin este adelanto no existiría la proliferación de libros que prepararon el camino para otros adelantos en el mundo moderno.

Este mundo en que nacimos es realmente asombroso. Pero el teléfono celular, la computadora portátil, el transporte aéreo, los vehículos eléctricos y el aire acondicionado no narran toda la historia. A la vez que la humanidad ha mostrado su increíble aptitud para inventar e innovar, todas las generaciones han fracasado tristemente en las relaciones humanas. Los aviones no solamente llevan pasajeros y carga, también potentes armas de guerra. Prácticamente todos los inventos ofrecen nuevas formas de matar, dominar o engañar al prójimo.

La tecnología que envió hombres a la Luna y los trajo de vuelta, no nos ha ayudado a entendernos mejor aquí en la Tierra. Hay demasiados fracasos matrimoniales, demasiados asesinatos, violaciones y agresiones, demasiadas guerras que truncan las esperanzas y sueños de millones. La internet acerca familias y facilita la proliferación de conocimientos, pero también destruye familias y vidas al facilitar la proliferación de la pornografía, y la realización de estafas y engaños incontables. La “generación más grandiosa” no pudo poner fin a esos problemas humanos ni a otros, y lo mismo ha ocurrido en todas las generaciones. Es claro que la naturaleza humana es inadecuada, ¡incompleta!

¿Nos habremos preguntado por qué la humanidad es mucho más capaz que los animales? Ni siquiera el animal con el cerebro más grande logra acercarse a la capacidad humana de razonar, pensar, e innovar. Ninguno puede ir a la Luna y regresar. Ninguno puede hacer un radio receptor, un televisor o una computadora. Se puede amar a las mascotas, y su inteligencia puede parecer asombrosa, pero entre el ser humano y ellas hay algo fundamentalmente distinto.

¿En qué radica esa diferencia? ¿Cómo es que el hombre puede construir aparatos que van más alto, más rápido y más lejos que cualquier animal? Los evolucionistas dicen que el hombre no es más que una forma de animal más avanzada, pero no pueden explicar la diferencia abismal entre la capacidad mental del hombre y la de las bestias. ¿Qué hace que el hombre sea tan diferente de los animales? Pero también, ¿cómo es que con toda su inteligencia, los seres humanos no logran entenderse? ¿Por qué el divorcio? ¿Por qué las guerras entre naciones? ¿Por qué es que los seres humanos se engañan, se roban, se agreden unos a otros?

Las respuestas aparecen en el libro más famoso que imprimiera Gutenberg en su nuevo invento: En la Biblia. Únicamente la Biblia revela las respuestas a estas preguntas fundamentales. Sus primeros versículos nos presentan otra cosa que los evolucionistas no pueden explicar: el propósito de Dios para la humanidad. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la Tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la Tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26-27).

¿Cuántos habremos leído estos versículos sin detenernos a pensar lo que significan? Leámoslos atentamente. En lenguaje claro, como si no fuera ya evidente, no dice que Dios hizo al hombre conforme a algún tipo de animal, sino conforme a su propia imagen. Lo hizo a semejanza del propio Dios. Nosotros somos diferentes porque somos hechos a imagen y semejanza de Dios.

Pero si es así, ¿por qué no nos portamos como Dios? Algo falta.

Cuando Dios puso a los seres humanos en la Tierra, nos creó con una asombrosa capacidad de razonar y de lograr grandes cosas. Pero también nos dio libre albedrío. Concedió a los seres humanos la capacidad de elegir entre el bien y el mal, de elegir “la vida y el bien” por una parte, o “la muerte y el mal” por otra (Deuteronomio 30:15). Las dos opciones estaban representadas por dos árboles reales. La elección de uno de ellos traería vida y bendiciones, pero la elección “del árbol de la ciencia del bien y del mal” traería maldiciones y muerte (v. 19; Génesis 2:9, 16-17). Como sabemos, Adán eligió el que no debía, y todos hemos seguido su ejemplo. Esa opción representaba el rechazo al conocimiento divino, el hombre tomándose la prerrogativa de decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal.

A consecuencia de su rebeldía, Adán tuvo que irse del huerto en Edén. Nosotros hemos seguido su ejemplo, y desde entonces Dios ha permitido que escojamos nuestros propios caminos. Cuando lleguemos al punto inminente de la destrucción total, Dios intervendrá para poner fin a nuestro equivocado proceder (Mateo 24:21-22).

La dimensión ausente

La idea de que Dios ha creado al hombre a su propia imagen es realmente profunda, y es un tema que se encuentra en toda la Biblia. El rey David, observando la inmensidad del cielo nocturno, y preguntándose por qué Dios había de interesarse en un ser tan ínfimo como es el hombre, preguntó: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmos 8:4). La epístola a los Hebreos capta la pregunta y explica:

“Todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (Hebreos 2:8-10).

El estudio atento de las Escrituras revela un plan y un propósito que se están haciendo realidad, y que son muchísimo superiores a lo que tantos teólogos han imaginado, como la llamada visión beatífica, según la cual la humanidad se va al Cielo como en una especie de retiro, limitándose a mirar fijamente el rostro de Dios por toda la eternidad. ¿Por qué no acepta la gente lo que dice claramente la Biblia? El apóstol Pablo no habla de nuestro futuro en términos vagos. Explica que seremos hijos y coherederos con Cristo: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de [filiación], por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:14-15).

En generaciones pasadas, entendíamos que humanidad comprende tanto a las mujeres como a los hombres cuando se emplea en contextos como este. Pero si alguien siente que es ofensa no mencionar a la mujer específicamente, observemos que Dios no la deja fuera: “Seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:18).

Notemos ahora lo que escribió Pablo enseguida: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). ¿Lo captamos? Dios está engendrando hijos para su Familia. Somos hechos a la imagen del mismo Dios, como se explica en Génesis 1: ¡No somos una especie animal! ¿Podemos creer lo que la Biblia dice claramente? Sigamos leyendo: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados” (v. 17).

¿Puede el hombre llegar a ser como Dios?

Observemos que en el versículo 16 se mencionan dos espíritus: el de Dios y el humano. Aquí radica la diferencia entre el pensamiento divino y el humano. Humanamente hablando, nosotros no pensamos como Dios (Isaías 55:1-8). Sin la presencia de su Espíritu en nosotros, nos falta amor verdadero y dominio propio; por muy inteligentes que seamos en asuntos materiales. Este versículo explica cómo pensamos sin la ayuda del Espíritu de Dios: “Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gálatas 5:19-21).

Pero, ¿acaso esto significa que jamás podremos pensar como Dios? La respuesta nos la da el apóstol Pablo: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:9-10).

Enseguida, Pablo revela la diferencia entre el cerebro de un animal y la mente del hombre. “Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?” Igualmente, revela la diferencia entre la mente del hombre y la de Dios. “Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:11). Aquí también vemos los dos espíritus: el espíritu del hombre y el Espíritu de Dios. El primero faculta al cerebro humano en una medida que jamás será posible para los animales, pero sin el Espíritu de Dios morando en nosotros, es imposible conocer las cosas de Dios; ¡como lo es para nuestra mascota entender el cálculo!

Para pensar como piensa Dios, para ser plenamente seres a imagen y semejanza de Dios, es preciso que estos dos espíritus se unan en nosotros: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de [filiación], por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados” (Romanos 8:14-17). Leámoslo de nuevo: hemos de ser “hijos de Dios… herederos de Dios y coherederos con Cristo”.

Un tercer espíritu

Lo anterior explica por qué el hombre es capaz de construir máquinas complicadísimas, pero no logra encontrar el camino de la paz. Individual y colectivamente, los seres humanos son incapaces de poner de lado sus deseos egoístas. ¿Cuál es el resultado? Pablo lo dice con claridad: “Quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz” (Romanos 3:16-17). El versículo siguiente explica qué hay detrás de todo eso: “No hay temor de Dios delante de sus ojos” (v. 18).

Pero, ¿por qué es que la humanidad rechaza a Dios? La respuesta tiene que ver con un tercer espíritu, uno que actúa con el espíritu en el hombre. “Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:1-3).

Es así como vemos el actuar de tres espíritus: el Espíritu Santo de Dios, el espíritu en el hombre y el espíritu del diablo. ¡Estos son espíritus reales! El espíritu en el hombre no es un alma con vida eterna, como creen algunos erróneamente. El profeta Ezequiel nos dice que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4, 20). Nosotros ahora no tenemos inmortalidad, sino que debemos recibirla en la resurrección (1 Corintios 15:53-54).

El espíritu humano faculta al cerebro para pensar mucho más allá del reino animal. Es una esencia que dota al cerebro físico con la capacidad de pensar en mucho más que comer, procrear y sobrevivir. Este espíritu nos permite apreciar el arte y la belleza, leer sobre generaciones anteriores y planear para el futuro. Construimos máquinas complicadas, edificamos hospitales, creamos inteligencia artificial.

Sin embargo, somos incompletos sin el segundo Espíritu: el de Dios. Es solo después del bautismo, que representa dar muerte al viejo hombre influido por el tercer espíritu y acatar la voluntad de Dios, y la imposición de las manos de los ministros, cuando recibimos el don de la mente divina y se da comienzo al proceso de transformarnos en una persona que Dios define con sus propias cualidades: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza [o dominio propio]; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23).

¿Cómo juzgará Dios a nuestra generación?

En lo tecnológico, hemos añadido mucho a los grandes logros del pasado, y también tenemos grandes logros propios. Ninguna generación en la historia del hombre ha visto la explosión de conocimientos que vemos ahora (Daniel 12:4). Pero este no es todo el panorama. ¿Cómo nos verán las generaciones futuras? ¿Qué pensarán de una generación cuando un magistrado, junto con líderes del gobierno, profesores universitarios y tantos estudiantes supuestamente instruidos, se niegan a reconocer lo que es una mujer? ¿Qué pensará de un pueblo donde las madres llevan a sus niños a que los entretengan reinas del drag? ¿Qué pensarán de una sociedad que protege a los criminales y desatiende a los honestos? ¿Cómo verán a una nación tan necia que permite la entrada de narcóticos y gente mala?

¿Verán a la nuestra como “la generación más grandiosa”? ¿O la verán como la generación insensata, quizás incluso la generación más tonta? Propongo otro título, basado en la profecía bíblica: la generación que casi acaba con toda la vida (Mateo 24:21-22). Pero podemos alegrarnos sabiendo que la historia no termina allí. Tras las generaciones de la era presente, veremos el principio de un mundo nuevo de generaciones en las que mora el Espíritu de Dios (Ezequiel 11:19-20). Solo entonces se hará realidad la profecía de Isaías 2:3-4:

“Vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”.

Este es el mensaje que proclamó Jesús acerca de un tiempo cuando el Reino de Dios gobernará en el mundo (Marcos 1:14-15). Es el mismo mensaje que predicamos nosotros, acerca de el mundo de mañana, ¡cuando Dios levantará generaciones que realmente serán las generaciones más grandiosas! 

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