Cuando el trabajo duro no basta

Díganos lo que piensa de este artículo

Algunas veces hemos valorado a algún personaje influyente por su aspecto fuerte y saludable, pero en la realidad esta persona puede sufrir de males o debilidades que con gran esfuerzo oculta. Aun así, lo que percibimos equivocadamente de su vida, nos puede servir de ejemplo para nuestra formación.

Teodoro Roosevelt fue el vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, y dejó una huella enorme en el desarrollo del país. Su legado incluye la ruptura de vastos monopolios corporativos, la promoción de regulaciones de seguridad alimentaria y farmacológica y la reserva de 93 millones de hectáreas de tierra para uso público. Fue el primer presidente de su país que utilizó la prensa como un instrumento para conectarse directamente con el público, y como presidente tenía una energía y un carisma sin igual.

Pero nos equivocamos.

De niño, Teodoro hijo (Su padre también se llamó Teodoro), padeció de asma muy fuerte. Su biógrafo, David McCullough, relató una conversación que tuvo con su padre cuando era muy joven: “Teodoro, tienes la mente, pero no tienes el cuerpo, y sin ayuda del cuerpo la mente no llegará tan lejos como debe. Tienes que formar tu cuerpo. Formar el cuerpo es una obra laboriosa, pero sé que tú lo harás” (Mañanas a caballo, 2001, pág. 112).

Y lo hizo. El joven Teddy se dedicó con fervor a hacer ejercicios para fortalecer el cuerpo, y mejorar la capacidad pulmonar; al punto que su fama ha llegado hasta nuestra generación, como la historia inspiradora de un muchacho que triunfó sobre las limitaciones físicas. Teddy Roosevelt se convirtió en la personificación del desarrollo personal por su propio esfuerzo. La idea de que si trabajamos con suficiente tesón, y nos dedicamos por completo a una meta, podemos lograr casi cualquier cosa.

Solo que no sucedió exactamente así. El asma de Roosevelt mejoró notablemente al pasar a la edad adulta, pero esto no se debió enteramente al ejercicio. El señor McCullough escribió: “Más tarde se impondría la idea errónea de que conquistó sus debilidades a punta de fuerza de voluntad y desarrollo muscular, que convirtiéndose en un hombre fuerte superó el asma. Pero no fue así exactamente como ocurrió” (pág. 167).

McCullough explicó que el asma de Roosevelt nunca desapareció del todo. Su resolución y perseverancia indudablemente contribuyeron a sus logros en la vida, pero en lo que respecta al asma, probablemente hubo factores además de sus ejercicios que decidieron la mejoría. Los cambios de ambiente y de situación en la vida probablemente fueron más decisivos.

Mito y realidad

Teddy Roosevelt encarna el mito estadounidense de que basta esforzarse mucho para superar casi cualquier cosa. Pero la dura realidad es que hay muchos factores fuera de nuestro control, y no podemos lograr todo lo que deseamos. A veces las cosas cambian y nuestras circunstancias mejoran, otras veces debemos aprender a vivir con ciertas limitaciones. En todo caso, no siempre el trabajo duro, aunque es importante, basta para garantizar el éxito.

Lo anterior se ve en todo el mundo que nos rodea. Hay personas que viven en países atormentados por la represión, y aun la violencia política. Muchas se ven obligadas a huir de su patria por razones de seguridad personal. Con solo trabajar duro y practicar autodisciplina y perseverancia, no van a desaparecer sus problemas. Otras personas que viven en países pobres, donde las oportunidades son limitadas, viven en una constante lucha económica. Aunque logren instruirse, aunque su ética del trabajo sea estelar y se esfuercen por mejorar sus condiciones, hay circunstancias externas que les impiden avanzar.

A otros se les dificulta la vida por condiciones de salud. Cursando quinto año de primaria, tenía un compañero que se llamaba David, reducido a una silla de ruedas por una enfermedad rara que impedía el desarrollo normal de sus pies y manos. A los demás nos advirtieron que tuviéramos cuidad de no tropezar con él, porque se le rompía la piel y sangraba con facilidad. Escribía con la mayor dificultad, sosteniendo el lápiz o el bolígrafo entre sus manos deformadas. Académicamente, David tenía una gran inteligencia, y era el primero de la clase… pero toda la tenacidad y el esfuerzo del mundo no habrían corregido su estado físico.

Nuestro factor X

La Biblia nos enseña a trabajar con ahínco, las Escrituras están llenas de consejos sobre las ventajas y las bendiciones de la diligencia. El rey Salomón aconsejó: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:10). Salomón comprendía la importancia de aprovechar el tiempo para aprender y crecer.

Sin embargo, quizá no sea coincidencia que en el versículo siguiente reconoció que todos tenemos limitaciones: “Me volví y vi debajo del Sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos” (v. 11). A veces las circunstancias dictan un resultado inesperado, pese a la mejor planificación y preparación, o al mayor empeño. Es bueno tener esto en mente, incluso al esforzarnos al máximo. “Tiempo y ocasión acontecen a todos”.

Pero al mismo tiempo, hay un factor X para quienes mantienen una relación con Dios y para sus hijos (Hechos 2:39; 1 Corintios 7:14). Si nos sometemos a Dios con obediencia y arrepentimiento, Él pondrá las bendiciones de la vida a nuestro alcance. Los padres tienen la oportunidad, y la responsabilidad de enseñar a sus hijos que si siguen a Dios con humildad, y con actitud de obediencia y arrepentimiento, Él cuidará de ellos, y su vida no se regirá solo por el azar. Respecto de sus ovejas, Jesús dijo: “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:29). Cuando aceptamos su ayuda, Dios no permite que lleguen a nosotros y nuestros hijos pruebas superiores a lo que podemos soportar, “sino que dará también juntamente con la tentación la salida” (1 Corintios 10:13).

Como padres y madres, debemos enseñar a nuestros hijos que, cuando ponen su mano en la mano de Dios, los guiará y ayudará. Nunca los dejará ni abandonará (Hebreos 13:5). No obstante, también debemos explicarles que, a veces Dios permite que las pruebas se prolonguen, porque nos está enseñando a poner nuestros ojos en Él, y a depender de su ayuda. El apóstol Pablo escribió sobre esta lección y cómo él mismo la aprendió:

        “Me fue dado un aguijón en mi carne… respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:7-10).

Cuando nos hallemos en alguna dificultad, o cuando enseñemos a nuestros hijos a hacer frente a un problema, recordemos que Dios no nos puso en la Tierra para que cantemos victoria por nuestros merecimientos. Él nos da tiempo en la vida para que forjemos una relación, y aprendamos a confiar en Él. Dependiendo de Dios y pidiendo su ayuda, veremos cómo nos fortalece y anima; incluso por medio de las tribulaciones.

El trabajo duro nos llevará lejos, pero a veces no basta. A veces necesitamos un factor X. Para el discípulo de Jesucristo, el factor X más grande de todos es nuestra relación con el Creador y Sostenedor del Universo, el Padre que nos ama. [MM]

MÁS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN

Mostrar todos