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Jesucristo dijo a sus discípulos que edificaría su Iglesia, y que las puertas de la muerte no prevalecerían contra ella. Si hemos de creerle (y en El Mundo de Mañana le creemos), esa Iglesia debe existir en alguna parte del mundo. Pero, ¿dónde? Es muy comprensible que muchos se exasperen viendo la cantidad de predicadores con prácticas y doctrinas contradictorias. ¿Cómo pueden todos tener un mismo origen?
En estas publicaciones de El Mundo de Mañana resaltamos dos caminos divergentes que siguió el cristianismo en los siglos después de la resurrección de Jesucristo. Hace 1700 años se reunió el Concilio de Nicea con el objetivo de unificar ciertas doctrinas, y terminó definiendo el camino que consideraron establecido, aunque hay escasa armonía entre quienes han venido recorriendo ese camino. Quienes siguen un camino distinto también divergen en sus credos y prácticas, mientras que los que se apartan de ese cristianismo establecido han sido señalados como herejes, y muchos han sido blanco de grandes persecuciones.
El Concilio de Nicea, según explicó Wallace Smith en su artículo: 1700 años después de Nicea, en nuestra edición anterior, página 4; fue un acontecimiento definitivo que tuvo lugar en la ciudad de Nicea, en el Noroccidente de Asia Menor (actualmente Turquía) en el año 325 de la era cristiana. Le siguieron otros seis concilios ecuménicos desde ese siglo y en los próximos, con la misma finalidad de identificar qué doctrinas definirían la religión establecida. En mi artículo, también en la edición anterior, página 8, titulado: La Iglesia que respalda El Mundo de Mañana, trato sobre uno de los pequeños grupos de creyentes perseguidos que tomó el camino menos concurrido… pero todo estudioso de la Biblia debe saber que el camino que tiene más acogida rara vez, o nunca, es el que termina bien (Mateo 7:13-14, 21-23).
La Iglesia que Jesús edificó no es, como han aprendido y creído muchos, una Iglesia edificada sobre el fundamento del apóstol Pedro, sino que su fundamento es el propio Jesucristo. Veamos lo que dijo Jesús: “Yo también te digo, que tú eres Pedro, [del griego petros, un trozo de roca, o una piedrita] y sobre esta roca [de petra, una roca masiva, o sea el mismo Cristo] edificaré mi Iglesia; y las puertas del hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Jesús iba a edificar su Iglesia “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20). Y así fue: Es Jesús, nunca Pedro ni Pablo, “la Roca de nuestra salvación” (Salmos 95:1). Es “la Piedra que desecharon los edificadores” (Mateo 21:42), y “Piedra de tropiezo” para quienes no creen, el mismo apóstol Pedro así lo declara (1 Pedro 2:8).
El Concilio de Nicea fue convocado por el emperador romano Constantino, para resolver los desacuerdos que habían surgido en siglos anteriores. Su finalidad era unificar la práctica cristiana, pero este objetivo de armonizar las prácticas y doctrinas fracasó rotundamente. Unidad, difícilmente es un término que describe a la babilonia de confusión que presenta el cristianismo tradicional. El Concilio de Nicea, y los que siguieron, terminaron por definir la religión establecida… Pero, ¿qué significa eso? ¿Acaso es la pregunta que debemos hacernos?
¿Acaso debe ser nuestra guía la religión establecida, que no tiene en cuenta un respaldo bíblico claro? Los creyentes católicos y ortodoxos orientales invocan la tradición, así como escritos extrabíblicos, a filósofos como Platón y Aristóteles, y concilios eclesiásticos como guías de la verdad; mientras que los reformistas protestantes dicen seguir la sola scriptura. Pero, ¿han cumplido esos protestantes lo que ellos mismos aseguraban? ¿Que solo la Biblia sería su guía? La verdad es que los protestantes continuaron siguiendo muchas doctrinas y prácticas tradicionales ajenas a la Biblia, las que recibieron como cosa ya establecida por los obispos y papas que ellos supuestamente rechazaban.
Los familiares, amigos, vecinos y colegas son factores de influencia poderosos; como lo son las tradiciones culturales. En la mayoría de los casos dan al traste con la realidad y la verdad. Sorprende ver cuán pocos cristianos hay dispuestos a seguir las huellas del Señor Jesús. Las reemplazan con tradiciones ajenas a la Biblia, y transmitidas de generación en generación. Esto no es nada nuevo. Cuando los fariseos se enfrentaron a Jesús y sus discípulos por no lavarse las manos, conforme a tradiciones ideadas por hombres, su respuesta deja traslucir un sentimiento de frustración:
“Respondiendo Él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes. Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Marcos 7:6-9).
Pocas son las personas dispuestas a analizar su proceso de formación, y preguntarse sinceramente si las prácticas que siguen son bíblicas, o si en realidad están guardando costumbres paganas. A la mente humana le interesa más agradar a los demás, y defender orgullosamente su ego que buscar la verdad.
El Concilio de Nicea, aunque muy importante, no produjo la bifurcación del camino. La discrepancia vino mucho antes. Jesús advirtió que muchos emplearían su nombre, e incluso admitirían que Él es el Mesías profetizado; pero llevarían a sus adeptos por un camino diferente del suyo (Mateo 24:4-5). El apóstol Pablo previno a los ancianos de Éfeso diciéndoles que vendrían embaucadores perniciosos, tanto de adentro como de afuera: “Yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hechos 20:29-31).
El artículo del señor Wallace Smith sobre el Concilio de Nicea, y el mío: La Iglesia que respalda El Mundo de Mañana, muestran la forma como el cristianismo tradicional, en virtualmente todas sus doctrinas, está radicalmente alejado de aquel del primer siglo. Pablo resumió así la facilidad con que los hermanos en Corinto se dejaban engañar respecto de tres puntos importantes: “Temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis” (2 Corintios 11:3-4).
Judas, medio hermano de Jesús, refuta la idea herética de que la verdad y las prácticas cristianas irían evolucionando hacia una forma más elevada con el tiempo: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3).
El extravío del cristianismo original continuó después de la muerte de los apóstoles, con los escritos de quienes hoy se consideran los primeros padres de la Iglesia. Uno que ejerció profunda influencia sobre las deliberaciones en Nicea fue Orígenes, quien se propuso explicar las doctrinas bíblicas desde un punto de vista imbuido de filosofías paganas. “La teología cristiana griega siguió ocupándose del problema que abordó Orígenes: la relación entre la filosofía y la tradición cristiana” (Eerdman’s, Manual de historia del cristianismo, 1977, pág. 104). Orígenes era un cristiano platónico, cuyas ideas sobre los espíritus y el mundo material se formaron mediante el lente de Platón y otros filósofos.
Este año señala el aniversario 1700 de uno de los acontecimientos más importantes en la historia del cristianismo tradicional. Les recomiendo leer los artículos reveladores mencionados: de Wallace Smith sobre el Concilio de Nicea y el mío: La Iglesia que respalda El Mundo de Mañana, también en la edición anterior.