Las mujeres y el estrés | El Mundo de Mañana

Las mujeres y el estrés

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El estrés no es desconocido para las mujeres en el pueblo de Dios. El capítulo 1 de 1 Samuel nos presenta a Ana, mujer recta, pero sin hijos. La otra esposa de su marido, llamada Penina, le había dado muchos hijos y se burlaba de Ana por su esterilidad. La hería y la entristecía con su lengua afilada. Las acciones de Penina probablemente se debían a celos, ya que el esposo, Elcana, amaba a Ana y le daba una parte escogida cuando subían a adorar a Dios y ofrecer sacrificios en Silo.

Penina no comprendía que el Eterno había cerrado el vientre de Ana y que no era un castigo. Persistió en su antipatía y en su lenguaje hiriente, causándole tanto estrés a Ana que esta no podía comer. Un día, estando Ana en el tabernáculo clamando a Dios, el sumo sacerdote Elí pensó que estaba ebria, pues oraba con mucha emoción, desde lo más profundo de su corazón. Dios comprendió el dolor y la sinceridad de Ana, y la bendijo con un hijo muy especial, Samuel, que llegaría a ser juez en Israel. Cuando Ana retiró a Samuel del pecho y lo entregó al servicio de Dios, el Eterno la bendijo de nuevo dándole más hijos (1 Samuel 2:5).

Dios permitió que la oración de Ana formara parte de las Escrituras: “No multipliquéis palabras de grandeza y altanería. Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; porque el Dios de todo saber es el Eterno, y a él toca el pesar las acciones” (1 Samuel 2:3). Ana comprendió que no tenía que "desquitarse" de Penina. Dejó todo en manos de Dios.

El desgaste de una piedra

Muchas podemos comprender a Ana, especialmente si hemos sufrido el látigo de una lengua. El que irrita, molesta o insiste en un punto que es sensible para otra persona, es como un goteo de agua constante que acaba por desgastar la piedra. Puede deteriorar y debilitar los nervios, la confianza y la paciencia. Sin embargo, contamos con la fuerza de Dios, y, como Ana, podemos resistir la tentación de reaccionar con una réplica vengativa que sería igualmente cruel e hiriente.

Si llevamos todo el asunto a manos de Dios en oración y lo dejamos allí, Él se encargará. Al fin y al cabo, “el que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?” (Salmo 94:9). La tensión emocional o estrés, nos llega en otras formas también, a veces, súbitamente por la muerte repentina de un ser querido, o a veces en formas que nos agotan con el tiempo.

La historia de un soldado

No hace mucho, en los Estados Unidos, un joven soldado veterano conducía con su madre por la carretera cuando oyó el pito de un tren. El ruido lo sacudió tanto, que al instante abrió la puerta del auto y se bajó de un salto, dejando que el auto se estrellara contra el borde de la vía.

Este joven, que se había unido a las fuerzas armadas con tanto entusiasmo, pasó por varios ataques enemigos. Un incidente especialmente grave le había propinado un golpe en la cabeza que le produjo una lesión cerebral traumática. Su cuerpo salpicado de metralla hacía detonar la alarma cada vez que pasaba por la pantalla de seguridad en un aeropuerto.

Poco después, a la edad de 23 años, el pobre joven cometió suicidio y pasó a formar una estadística más. En 2012, 177 soldados estadounidenses se quitaron la vida, más que el total de 176 muertos en la zona de combate.

En una entrevista después de la muerte de su hijo, la madre dijo que lo peor para él eran las horas de la noche. Tenía pesadillas espantosas, y en una ocasión él mismo se dio una cuchillada en la cara.

 Ella prosiguió diciendo que su hijo probablemente no había leído la obra de Shakespeare titulada Macbeth, pero cuando él regresó de su última misión en Afganistán, ella se dio cuenta que se frotaba las manos continuamente y, como Macbeth, se las enjuagaba con agua. “Mamá” dijo, “no se quita”. Al preguntarle a qué se refería, respondió: “¡La sangre! ¡No se quita!” Este joven que se suicidó probablemente lo hizo abrumado por el estrés debido a su participación en situaciones de violencia extrema y continua. Felizmente, en el Reino de Dios venidero nuestros hijos no “se ensayarán más para la guerra” (Miqueas 4:3).

La tensión emocional no se limita a los soldados, ni a los varones. Estudios recientes han encontrado que las mujeres suelen sufrir más de estrés que los hombres y que reaccionan a él de modos diferentes. La mujer es mucho más propensa a "rumiar", a emocionarse y angustiarse por el problema.

Según otro estudio, las mujeres que trabajan en un medio dominado por varones, suelen sentirse deficientes o incompetentes. Haciendo grandes esfuerzos por superar o igualarse a sus compañeros, trabajan el doble para demostrar lo que valen, y el resultado es un estrés enorme. También se encontró que la probabilidad de sufrir estrés es mucho mayor entre las mujeres casadas que entre las solteras. Esto se entiende fácilmente al darnos cuenta de que hoy las mujeres suelen tener responsabilidades importantes fuera de la casa a la vez que llevan la totalidad o la mayor parte de la carga en el hogar, especialmente si el marido no hace, o no puede hacer su parte.

Estas tensiones inevitablemente tienen efectos nocivos. Para las mujeres, mucho más que para los hombres, el estrés se puede manifestar como trastornos de la alimentación, pues pueden no comer nada o comer en exceso. El alcohol es una tentación y el insomnio puede ser también un problema. Además, algunas mujeres en edad de concebir notan irregularidades en su período.

Cómo manejar el estrés

¿Cómo, pues, manejar los factores de estrés? Los consejeros recomiendan que la persona emprenda la resolución de problemas. El primer paso que sugieren es hacer una lista de los problemas. Piense en cada uno con calma y medite en las posibles soluciones. Ocúpese de los más fáciles primero, y una vez resueltos sentirá más confianza para abordar los grandes.

Para algunos asuntos menores, no valen la pena discutir, y lo mejor es ceder de parte y parte, o incluso ceder del todo.

 También es importante cuidarse en lo físico. Duerma lo suficiente y coma bien. Las investigaciones han demostrado que la actividad física relaja los músculos tensos y ayuda mucho a aliviar la depresión. Incluso una caminata corta puede ser benéfica.

Las mujeres, según se descubrió, hallan mucha más ayuda y consuelo confiando sus dificultades a una amiga o pariente. Como dice el viejo refrán: “Las penas compartidas son menos penas”. El apóstol Pablo también nos aconsejó: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gálatas 6:2). Entonces, todas podemos ayudar si estamos dispuestas a escuchar los problemas de otra mujer. Aunque no tengamos una "varita mágica" para solucionarlos, sí 3 podemos ofrecer palabras de ánimo y orar por la persona, recordando guardar la confidencia, si es el caso.

La escasez de dinero puede ser un factor de estrés, sobre todo si nos atrasamos en las cuentas. En el Internet y otras partes hay abundancia de consejos financieros. También hay consejeros especializados en deudas. Si el caso es por falta de empleo, debemos orar y luego hacer todo lo posible por conseguir trabajo. Podemos también leer el libro del Dr. Meredith titulado: El pueblo de Dios y el diezmo.

A veces hay situaciones urgentes en que necesitamos la intervención inmediata de Dios. Por eso, permítanme contarles un caso real.

Hace muchos años, una pareja de miembros de la Iglesia con hijos pequeños pasó por una época de pobreza al punto que ni siquiera tenían con qué hacer un mercado básico. Después de orar con fe, el esposo le dijo a su mujer que tomara su bolsa de mercado y fuera a la tienda a comprar lo necesario, y que Dios proveería. Fielmente y sin cuestionar, la esposa salió para la tienda. En el camino halló un billete de una libra esterlina en el pavimento. Lo recogió pero regresó a casa. Temiendo que fuera una tentación de Satanás para obligarla a robar dinero de algún vecino, la pareja lo entregó en el cuartel de policía. Un agente anotó los detalles meticulosamente en su cuaderno, pero cuando la pareja se levantó para salir, metió el billete en el bolsillo del señor diciendo: “Nadie viene aquí a reclamar dinero perdido”. Fue así como, gracias a su confianza absoluta en Dios, ¡Él sí proveyó!

Otros factores que generan tensión emocional son los cambios de residencia, los exámenes y muchos más, pero uno de los peores es la enfermedad, sea atender a alguien que padece una enfermedad crónica y debilitante, o padecer personalmente una enfermedad crónica o terminal.

El cuidado de un enfermo crónico, si continúa día y noche, año tras año, puede resultar agotador al punto de afectar la salud del cuidador. Observar cómo un ser querido se deteriora y se acaba día a día es una situación que lacera el alma, y al final, la muerte desciende como una bendición de paz. Por tanto, si es factible, ofrezcamos acompañar al enfermo un rato, para darle un descanso a la persona encargada. Esto le puede ser de gran alivio y ayuda.

Una salida

Por experiencia personal, y no de un modo frío ni clínico, conozco demasiado bien la tensión de vivir con una enfermedad terminal, especialmente para el que vive solo. Sin embargo, durante mis diez años y medio de penar con un cáncer, y si bien Dios no me ha sanado todavía, Él me ha rescatado vez tras vez. En muchas ocasiones sentí que no podía más, pero cada vez, luego de orar fervorosamente, Él ha intervenido de alguna manera y me ha dado una "salida" (1 Corintios 10:13), de modo que he podido seguir adelante con una rutina básica.

Dios es fiel y nunca incumplirá sus promesas. Tampoco nos probará más allá de lo que podamos soportar, y permite o hace solamente lo que nos conviene. Nos ama tanto, que desea que tengamos su carácter y que nos preparemos como sus primicias en el glorioso Reino que vendrá. ¡Ningún sufrimiento es en vano!

A veces nos sentimos abrumados por el estrés de saber que vamos a morir. Sin embargo, ¿cuántos hemos afrontado momentos así y luego seguimos adelante? Hallemos consuelo en las palabras de Job 5:20: “En el hambre te salvará de la muerte, Y del poder de la espada en la guerra”.

Como mujeres cristianas, también nos consuela saber que llegará un día en que “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:4). Las tensiones de hoy serán como nada comparadas con la recompensa que recibiremos en la resurrección. ¡Que Dios traiga pronto ese día!