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Pregunta: Muchas veces he oído que Jesucristo fue crucificado para pagar la pena por el pecado. Pero, ¿qué es el pecado?
Respuesta: Quizá no muchos piensen en esta palabra, pero Dios entregó a su Hijo unigénito, Jesucristo, a una muerte espantosamente dolorosa para que fuera posible perdonar y limpiar del pecado a toda la humanidad. Entonces, sobra decir que es importante saber qué es el pecado.
Veamos qué dice la Biblia. La mente humana ha producido muchas ideas extravagantes de lo que es el pecado, pero la Biblia tiene una definición clara y sencilla. Cuando sepamos esa definición, podremos desarrollarla con lo que enseñó al respecto Jesucristo. La definición bíblica más clara aparece en 1 Juan 3:4 y dice: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”.
En otras palabras, pecado es la violación, es decir, la transgresión de la ley. Pero, ¿de cuál ley? Es claro que el versículo no se refiere a ninguna ley cívica ajena a la Biblia. Tampoco se refiere a los centenares de leyes adicionales que promulgaron las autoridades judías con el correr de los años, y que el propio Jesús condenó. Entonces, ¿de qué ley se está hablando aquí?
La Biblia da la respuesta. Santiago, uno de los medio hermanos de Jesús, explica claramente: “El que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley” (Santiago 2:11). Es claro: “La ley”, a la que se hace referencia aquí, es el decálogo, los diez mandamientos. En otro pasaje de las Escrituras, el apóstol Pablo dijo: “Yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Romanos 7:7). Esto también viene directamente de los diez mandamientos.
La definición primaria de pecado en la Biblia es la transgresión de la ley expresada en los diez mandamientos. Las Escrituras también muestran, por supuesto, que pecados son mostrar parcialidad (Santiago 2:9), no hacer el bien (Santiago 4:17), tener el corazón altivo (Proverbios 21:4), actuar contra la fe (Romanos 14:23) y varias transgresiones más; pero estas aplicaciones en el Nuevo Testamento fluyen del decálogo, que constituye el núcleo de la ley divina, y todo pecado en última instancia viola uno o más de los diez mandamientos.
Desarrollando esta idea, Jesús explicó que el pecado no se limita al quebrantamiento físico de uno de los mandamientos, sino que hay un componente espiritual aún más profundo: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:27-28).
Entonces, el acto físico del adulterio no es lo único que constituye pecado. Cuando un pensamiento lujurioso entra en la mente, y se consuma en la mente, ya hay pecado. Lo mismo puede decirse del homicidio. La Escritura declara enfáticamente: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Juan 3:15). El pecado empieza en la mente, y así leemos: “La concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15).
Nuevamente, la definición de pecado en la Biblia es la transgresión de los diez mandamientos. Pecamos cuando desobedecemos la letra o el espíritu de la ley en nuestras acciones, palabras, pensamientos o incluso con malas motivaciones. Todos hemos quebrantado de alguna manera uno o más de los mandamientos, al menos en el espíritu de la ley. Por eso leemos que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), y esto es lo que hace necesario el sacrificio de Jesucristo para pagar por nuestros pecados. Aunque Dios nos mande arrepentirnos y dejar el pecado, toda la obediencia del mundo no puede subsanar delante de Dios nuestros pecados ya cometidos. Únicamente “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).