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Desde hace miles de años, los seres humanos hemos observado el Cielo nocturno, admirando las estrellas del firmamento. En las Escrituras leemos que el rey David se maravillaba, diciendo: “Los Cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmos 19:1). Las estrellas inspiran asombro, parece que cuanto más descubrimos acerca de los Cielos que Dios creó, más nos damos cuenta de lo poco que realmente sabemos.
Y queremos saber más. El telescopio espacial James Webb, lanzado en diciembre del 2021, es el telescopio espacial más poderoso que jamás se haya desplegado. Y si su tecnología es impresionante, lo son aún más las extraordinarias imágenes que nos envía; con datos nuevos que profundizan, e incluso refutan, algunas ideas sobre el Universo aceptadas desde hace mucho tiempo.
Durante la mayor parte de la historia, los seres humanos hemos observado, y estudiado las estrellas a simple vista. No fue hasta comienzos del siglo 17 cuando se hicieron los primeros telescopios, gracias al lente de vidrio y al mayor conocimiento de la óptica; y fue así como Galileo pudo descubrir cuatro de las lunas de Júpiter, y refutar la teoría de que todos los cuerpos celestes giran en órbita alrededor de la Tierra. Sin embargo, Galileo tenía que observar a través de la obstrucción de la atmósfera terrestre. Tuvieron que transcurrir casi 400 años para que el telescopio espacial Hubble, orbitando a más de 530 km sobre el planeta Tierra, enviara imágenes de alta resolución en el espectro de luz visible, y sin la interferencia de la atmósfera terrestre.
Desafortunadamente, poco después del lanzamiento en 1990, se descubrió que el espejo primario del Hubble se había pulido de forma dispareja:, una aberración, como la cincuentava parte del grosor de un cabello humano, era suficiente para desvanecer y distorsionar las imágenes formadas. La NASA tuvo que lanzar varias misiones del transbordador espacial, entre 1993 y el 2009, para reparar el espejo y reemplazar los componentes dañados y deteriorados del telescopio. El Hubble cumplió una labor formidable, pero los astrónomos deseaban algo más.
El telescopio Webb, a diferencia del Hubble, no gira en torno a la Tierra, sino a un sitio denominado el punto Lagrange L2, a unos 1,5 millones de kilómetros de la Tierra. Orbitando ese punto, puede girar en torno al Sol, a la vez que se mantiene alineado con la Tierra. Con su diámetro de 6,4 metros, el área captadora de luz mide 25 metros cuadrados, aproximadamente seis veces más que la del Hubble; y detecta objetos cuya luz es 100 veces más débil. El Hubble percibe objetos que se remontan a unos 400 millones de años después del comienzo del Universo, mientras que el Webb capta lo ocurrido hasta 220 millones de años antes de eso. El Webb, aunque es mucho más grande que el Hubble, pesa como la mitad.
El diseño del telescopio espacial James Webb incluye un parasol que separa la nave en dos partes: una que mira hacia el Sol, dotada de sistemas que controlan su energía, posicionamiento, comunicación y procesamiento de datos; y un lado frío donde están el telescopio, las cámaras y el sistema electrónico que gobierna la nave. Gracias a su parasol, el telescopio recoge datos a una temperatura por debajo de -223°C, mientras que los paneles solares del lado del Sol alcanzan temperaturas superiores a los 82°C. La antena siempre apunta hacia la Tierra, con el fin de enviar los datos procesados a bordo del telescopio. Un dato curioso para los programadores de computadora es que la nave, que vale miles de millones de dólares, funciona con el software de JavaScript.
La computadora tiene 68 gigabytes de memoria de disco de estado sólido para el almacenamiento, a corto plazo, de las imágenes y datos recogidos antes de su envío a la Tierra. Los datos pueden llegar en solo cinco minutos, pese a la distancia, pero las imágenes de alta resolución, dado su tamaño, pueden demorar entre varios minutos y varias horas para descargar, ya que el telescopio transmite sus datos a 28 megabytes por segundo como máximo, o sea, más lentamente que muchas conexiones de teléfono celular. Y no se piensa actualizarlo, la distancia del telescopio a la Tierra es tan grande que excluye la posibilidad de enviar astronautas a revisarlo, sino que las calibraciones y ajustes los efectúan científicos trabajando desde la Tierra.
La primera imagen del telescopio James Webb, conocida como el primer campo profundo de Webb, se captó el 11 de julio del 2022, y fue revolucionaria. Brindó más detalles de las que jamás se hubieran visto, y planteó la primera de muchas preguntas que cuestionaron suposiciones de larga data acerca del Universo. Esa sola imagen, captada en menos de 13 horas, ofreció una visión más profunda y detallada del Universo que cualquier imagen captada por telescopios anteriores, tras semanas de recaudación de datos. Los astrónomos observaron galaxias que tenían más de 13 mil millones de años, lo que hizo cuestionar enseguida algunos detalles clave de la teoría del Big Bang para explicar la formación del Universo. Según los conocimientos anteriores, no era posible que se formaran galaxias en tan poco tiempo después del Big Bang.
El significado de las imágenes sigue siendo tema de discusión entre los astrónomos. Hay una estrella lejana, la HD140283, conocida informalmente como la estrella Matusalén, cuya edad se estima ahora en 14.460 millones de años, lo que la haría más antigua que el Universo visible, según nuestros conocimientos actuales. Obviamente, esto plantea un problema para las teorías actuales. Para reconciliar todos los datos nuevos, algunos astrónomos plantean que el Universo tiene casi el doble de la edad antes estimada: 26.700 millones de años, y no los 13.700 millones que se suponían.
Recordemos que estas fechas de miles de millones de años se relacionan con el fenómeno de la creación original descrita en Génesis 1:1, y no con el resto del capítulo que se refiere a la restauración del Universo que hizo Dios, a raíz de la rebelión satánica que hundió el cosmos en un estado de tohu y bohu, confusión y vacío. Las Escrituras nos dicen que la restauración (no la creación original efectuada por Dios) ocurrió hace miles de años, no miles de millones de años, como lo explicó el señor Wallace Smith en su artículo: Nuestra Tierra bíblicamente antigua, en la edición de mayo y junio del 2025 de esta revista, pág. 23.
Aparte de la edad del Universo, otras medidas tomadas por el satélite James Webb, ponen en duda teorías de larga data que se valen de las hipotéticas materia oscura y energía oscura, para explicar lo que observamos en los Cielos. Está por verse si los científicos llegarán a resolver estas incógnitas, ya sea modificando su manera de entender el desplazamiento al rojo, fenómeno que permite detectar la edad de objetos que se alejan del observador; o bien abandonando la idea de materia oscura; o quizás adoptando alguna teoría enteramente nueva que aún no se ha descubierto. Sea como fuere, ciertos detalles importantes de lo que creían saber los astrónomos, carecen de apoyo en los asombrosos nuevos hallazgos del telescopio Webb.
Desde hace decenios, los astrónomos han confiado tan firmemente en sus teorías sobre la formación del Universo, como los científicos creyeron que todos los cuerpos celestes giraban alrededor de la Tierra, hasta que el telescopio de Galileo reveló objetos que giraban en torno a otro planeta. Ahora, con los datos amplísimos proporcionados por el James Webb, los científicos están descubriendo cuánto se ignora aún.
Sin embargo, estos detalles técnicos van mucho más allá, de la manera como la generalidad de los observadores ven la misión del telescopio espacial James Webb. Observamos con asombro y gratitud la increíble belleza de las imágenes captadas por el telescopio, sean de Júpiter y Neptuno, o de los anillos de Saturno, o las antiquísimas estrellas, nebulosas y galaxias de las que sabemos muy poco… y nos maravillamos ante todo lo que Dios ha hecho.
Los Cielos también nos traen a la mente nuestro destino... y nuestra misión como discípulos de Jesucristo. ¿Qué recompensa tendrán quienes sirven a Dios fielmente? Leemos: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:3). Llegará el día cuando los cristianos de la actualidad, resucitados como miembros de la Familia de Dios, heredarán el Universo (Romanos 8:32; Hebreos 2:8), y aprenderán de primera mano más sobre las estrellas y el firmamento de lo que pueda revelar el más perfecto de los telescopios hechos por el hombre. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16-17). [MM]