Las obras de sus manos: “Como la arena del mar” | El Mundo de Mañana

Las obras de sus manos: “Como la arena del mar”

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En un paseo reciente a la playa, abriéndome paso entre las dunas y gozando de la brisa marina, oí la voz de un niño detrás de mí que exclamaba: “¡Correr en la arena es difícil!” Dando media vuelta, respondí con buen humor: “¡Claro que es difícil! ¡Si estás corriendo sobre pequeñas piedras!”

Esto en esencia es verdad. Por insignificante que sea un grano de arena, las incontables toneladas que hay en toda la Tierra representan una parte vital del complejísimo ecosistema diseñado por Dios. Los fragmentos más minúsculos de la corteza terrestre proveen una base para un sinnúmero de funciones vitales, y contribuyen a muchos logros humanos. Hasta la Biblia se vale de la arena como metáfora de un profundo significado.

¡Jugar en la arena y trabajar con ella!

Toda persona que visite una playa aprende enseguida que la arena es bonita, la arena es divertida y ¡la arena está en todas partes! ¡Y se mete en todas partes! Cada pizca de arena, en la playa o en la casa, llegó allí de otra parte, transportada por el viento, el agua o la planta de los pies de nuestros hijos.

La arena se forma por erosión debida al efecto del viento, la lluvia y las olas durante períodos largos de tiempo, y se encuentra en toda la superficie de la Tierra. Aunque puede formarse de casi cualquier roca, y puede ser clara u oscura, vidriosa o áspera, metálica o no metálica, pura o mezclada con conchas y fósiles; se compone en su mayor parte de sílice, el mismo material del cuarzo, esa roca sumamente densa tan común en la corteza terrestre.

La arena es también el ingrediente básico que se funde para hacer vidrio. Mezclada con desechos orgánicos, forma tierra y arcilla, y en grandes capas uniformes cubre las playas y desiertos. La arena es un elemento importante en la creación de Dios.

Siendo tan abundante, es inevitable que la gente le encontrara algún uso, y de hecho, resulta muy útil para muchos fines, como la construcción, la conservación, la agricultura, productos caseros y proyectos de arte y recreativos, como quien construye un genial castillo de arena. Pero no obstante su abundancia en el mundo, el uso de la arena supera su ritmo de formación natural, lo que ha llevado a los científicos a clasificarla como un recurso no renovable.

La arena presenta muchas variedades y texturas; por lo tanto, es lógico que algunas arenas sean más apropiadas para unos usos que para otros, y la oferta no siempre va a la par con la demanda, especialmente en las industrias pesadas como la mezcla de cemento. El problema es más grave de lo que muchos piensan.

Otro punto es que los medios arenosos se contaminan con facilidad, y también se destruyen a causa de la urbanización y otras actividades humanas. En muchos lugares estos factores se regulan con leyes de conservación en las regiones costeras y humedales, que buscan limitar el desmonte y destrucción del terreno. La arena de las playas y desiertos parece extenderse infinitamente, pero es tan finita como el aire y al agua que contribuyeron a formarla.

Grandes cantidades

Es indudable que la humanidad se beneficia de la arena, pero no somos la única forma de vida que lo hace.

La arena inestable no será propicia para la construcción de viviendas permanentes (Mateo 7:24-27), pero sí es necesaria para varios ecosistemas; y son muchos los animales que la emplean para sus nidos temporales. Ciertas tortugas marinas ponen cada año sus huevos en las dunas de las playas, y allí los dejan hasta que las nuevas crías realizan su impresionante éxodo masivo hacia el mar. Este delicado proceso es víctima en particular de la actividad humana que daña áreas de la costa. Sin lugares arenosos apropiados y sanos para hacer sus nidos, estas especies pronto se extinguirían de la Tierra.

Incluso los desiertos, entre ellos algunos en las regiones más áridas del mundo, como el gran Sahara africano y el Gobi de Mongolia, que muchos consideran peladeros sin vida, albergan una fauna diversa que cava, corretea, se esconde y caza en el terreno arenoso. Un divertido video en YouTube mostraba una especie de sicarius, araña grande sudamericana de color café, que tiene fama de usar el camuflaje arenoso para esconderse de los predadores.

Cómicamente, esta araña estrella de YouTube, que vive en un tanque de acuario, se hundió en la arena de un color mucho más claro que su cuerpo, mientras que la voz del narrador señaló con humor que la araña ignoraba felizmente cuán desamparada estaba en esa situación. Pero uno puede reconocer fácilmente cuán bien adaptada está una criatura así a su entorno natural, y cuán expuesta estaría sin un precioso medio de arena de color marrón.

Las enciclopedias de vida marina documentan la abundante variedad de habitantes de la arena, que llenan de vida y color los océanos y costas de la Tierra al poblar la arena e incluso filtrarla en busca de alimento. Muchas especies de flora submarina incorporan arena en su cuerpo a medida que crecen, afirmando así los tejidos conectivos débiles y contribuyendo a la producción de deslumbrantes arrecifes de coral. Y consideremos esto: muchas formas de vida que habitan la arena y el limo, en especial los seres de cubierta dura que filtran las aguas de nuestro planeta, al morir dejan partes de su cuerpo ¡que se convierten en arena! Las cubiertas se van asentando en el lecho marino y se descomponen en partículas diminutas como arena, que con el tiempo y la presión se aglomeran en capas de piedra caliza y arenisca: roca sólida formada por los ciclos geológicos.

Es impresionante pensar que cuando Dios creó el mundo, diseñó las interacciones que habría entre tierra, viento y mar (Job 38:4-11), hasta las partículas más diminutas, a fin de crear un medio ambiente perfecto para hombres y animales. Como dijo poéticamente la bióloga marina Rachel Carson (1907-1964): “En cada grano de arena se encuentra la historia de la Tierra”.

¿Cuánta arena hay en la Tierra?

Los granos de arena incontables, ¿serán realmente incontables? Con tanta arena, se pensaría que es imposible contar el número de granos. Sin embargo, los investigadores se han puesto a la tarea de encontrar una respuesta estimada a esta pregunta en apariencia astronómica.

David Blatner, escritor sobre temas científicos… dice que un grupo de investigadores de la universidad de Hawái, muy versados en todo lo que tiene que ver con playas, intentaron calcular el número de granos de arena. Dijeron que si se supone que un grano de arena mide tanto en promedio, y se calcula cuántos granos caben en una cucharadita y se multiplica por todas las playas y desiertos del mundo, la Tierra tiene más o menos (y realmente es más o menos) 7,5 × 1018 granos de arena, o sea, siete trillones, quinientos mil billones de granos. ¡Es una buena cantidad de granos! (¿Qué es mayor, el número de granos de arena en la Tierra o las estrellas del Cielo?, NPR.org, 17 de septiembre del 2012).

Por eso empleé la palabra astronómica.

Una multitud incontable

La Biblia menciona la “arena del mar” en muchas ocasiones como metáfora de un número incalculable, y dos veces en Génesis, Dios prometió multiplicar a los descendientes de Abraham como el “polvo” de la Tierra. Otro pasaje que plantea la promesa divina de multiplicar la descendencia de Abraham, se vale de una metáfora diferente, pero similar, “las estrellas del Cielo” (Hebreos 11:12). Ciertamente, el número relativamente pequeño de estrellas visibles a simple vista, no se compara con las muchas galaxias, pobladas de miles de millones de estrellas, que forman una multitud impresionante, suficiente para hacer parecer a la arena de nuestro planeta como un puñado de tierra en el mar.

¿Tenían conciencia de esto los inspirados autores de la Biblia? No se sabe con seguridad, pero si no la tuvieron, sabemos que sí la tenía Dios, el Creador de todo lo que existe: estrellas y arena, Tierra y Cielo. Y no podemos menos que creer que una Mente que promete que sus hijos espirituales “heredarán todas las cosas” (Apocalipsis 21:7), guarda algo realmente maravilloso para su creación. El nuestro es un destino glorioso, si bien nosotros, como la Tierra misma, fuimos forjados, por obra de sus manos, con poco más que el arenoso polvo de la Tierra (Génesis 2:7). 

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