La pura verdad sobre la Reforma Protestante - Octava parte | El Mundo de Mañana

La pura verdad sobre la Reforma Protestante - Octava parte

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¿Llevaron de nuevo los reformadores protestantes a sus seguidores a “la fe que ha sido una vez dada a los santos”? Lea sobre los impresionantes métodos utilizados por los reformadores en esta entrega basada en el próximo libro del doctor Roderick C. Meredith.

Por sorprendente que parezca, la mayoría de las personas nunca han intentado comprobar por qué creen lo que creen, ¡en especial lo que tiene que ver con Dios y la eternidad!

¿Por qué es así?

Se debe a una falla de la naturaleza humana, que nos lleva a suponer que es verdadero todo lo que nos dicen nuestros padres, amigos y conocidos. Y una vez que aceptamos sin cuestionar las ideas y convicciones de ellos, no nos agrada cambiar o aceptar que podemos estar equivocados.

Por lo anterior, los claros hechos de la historia que se exponen en esta serie parecen inconcebibles para muchos, si han dado por verdadero que lo que hoy se llama cristianismo corresponde realmente a la religión enseñada por Jesucristo y sus apóstoles. Sin embargo, ¡no es así! Podemos afirmar que no es así porque las pruebas bíblicas e históricas han sido plenamente demostradas en esta serie de artículos. ¡Es algo que toda persona sincera debe enfrentar objetivamente!

¡No nos convirtamos en ciegos ante la verdad!

En esta serie hemos visto desde la historia auténtica, que poco después de muertos los apóstoles originales, en la Iglesia cristiana conocida se introdujeron cantidades de ceremonias y tradiciones paganas. Se ha demostrado que en esa época también se introdujeron filosofías y creencias paganas.

También hemos visto la corrupción espiritual y depravación, durante el Oscurantismo, en la Iglesia conocida. Examinando la rebelión de Lutero contra ese sistema, encontramos que al mismo tiempo se rebeló contra la autoridad de muchos mandatos de Dios y su Palabra. Con su aversión al énfasis que hace el apóstol Santiago en la necesidad de obedecer la ley divina, Lutero tildó ese libro inspirado de “epístola de paja”.

Hemos visto cómo Lutero recurrió al poder político de los príncipes alemanes para salir adelante, y en esta forma llegó a consentir en la bigamia y aconsejarles una enorme mentira a fin de conservar su favor político.

Los métodos dictatoriales de Juan Calvino y su complicidad política han resultado chocantes para muchos. En esta entrega también veremos cómo estuvo dispuesto a quemar vivo en la hoguera a un opositor.

En el número anterior vimos cómo la lascivia y el afán de poder llevaron a Enrique VIII a generar la revuelta inglesa, movimiento que honestamente no puede llamarse un movimiento religioso en el verdadero sentido de la palabra.

Hemos planteado reiteradamente una pregunta seria: ¿Fue la Reforma Protestante inspirada y guiada por el Espíritu Santo de Dios? ¿Realmente guio a las personas de nuevo a las convicciones y prácticas de Jesús y los apóstoles?

Recordemos la advertencia de Jesús: “Guardaos de los falsos profetas” (Mateo 7:15). También dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (v. 16). Sin duda, entre los “frutos” de los reformadores protestantes hay muchísimos frutos que no son buenos. ¡Sus motivaciones, métodos y resultados no fueron de ninguna manera los de Jesús y sus apóstoles!

Presentados los hechos de la historia auténtica a lo largo de esta serie, pasemos ahora a analizar las motivaciones y métodos de los reformadores protestantes a la luz del libro que dicen leer: la Santa Biblia.

La Biblia y la Reforma Protestante

Hemos examinado los fundamentos de las iglesias protestantes. Hemos llegado hasta la fuente de la “división de la cristiandad” de nuestros tiempos.

Si hay algo en lo que están de acuerdo todos los estudiosos de las religiones, es que lamentan que los reformistas protestantes nos hayan legado una Babilonia religiosa de enormes proporciones. Como hemos visto, la historia de casi todas las sectas protestantes se remonta necesariamente, por vía directa o indirecta, a la Reforma Protestante del siglo 16. Hasta entonces, todos sus antecesores religiosos estaban dentro de los linderos de la Iglesia Católica Romana.

Jesucristo dijo: “Edificaré mi Iglesia” (Mateo 16:18). ¿Cuál sería su reacción al ver centenares de iglesias divididas, cada una reclamando como suyos su nombre y su aprobación?

Nos preguntamos qué diría Pablo, fiel apóstol de Cristo, quien nos insta a ser “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”, y declaró por inspiración que hay “un cuerpo, y un Espíritu… una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:3-6).

Sobra decir que esa unidad no aparece en el mundo protestante, donde es muy diversa la fe y donde hay muchos cuerpos o iglesias. Además, con frecuencia expresan el antagonismo que sentía Lutero por los reformadores suizos: “El vuestro es un espíritu muy diferente… No podemos reconoceros como hermanos” (Philip P. Schaff, History of the Christian Church, vol. VII, pág. 645).

Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16). Es innegable el hecho de que el “fruto” de la Reforma Protestante es la cristiandad dividida de nuestros tiempos. Debemos decir de una vez que este es un fruto malo.

El apóstol Pablo nos dice que el Espíritu de Dios es un vínculo de unidad, no de división. Por lo tanto, debemos hacer un análisis retrospectivo para ver cuál era el espíritu y cuáles los factores motivantes que generaron la confusión religiosa fruto de la Reforma Protestante.

Nacionalismo y lascivia

Hemos visto cómo el espíritu de nacionalismo se iba extendiendo por Europa precisamente antes del movimiento de reforma. Los pueblos de Europa estaban hartos de la opresión religiosa y económica de Roma.

Por esto, Lutero consiguió muchos inmediatos seguidores entre los nobles y la clase media alemana cuando exclamó: “Nosotros nacimos para ser amos… Es hora de que el glorioso pueblo teutón deje de ser el títere del pontífice romano” (Henry Bettenson, Documents of the Christian Church, 1947 pág. 278). Por otra parte, hemos visto que la nobleza inglesa estaba casada con la reforma de Enrique VIII porque les había permitido arrebatar las riquezas de los monasterios con sus tierras y establecimientos. En este último caso, como ya hemos visto, los representantes parlamentarios cambiaron su “religión” tres veces y “hasta habrían votado por establecer la religión mahometana” si lo pidiera su monarca.

Lo que claramente señala el punto de partida de la revuelta inglesa contra Roma fue el deseo lascivo que sintió Enrique VIII por Ana Bolena.

Entre la gente del común de esos países, no hay duda de que millares deseaban sinceramente no solo liberarse de la tiranía romana, sino ver una restauración de la verdad y la libertad religiosa. Sin embargo, los pueblos siguen a sus líderes.

Siendo así, lo que debemos preguntar no es lo que habría podido suceder, sino lo que de hecho sucedió, y qué motivó a los líderes políticos y religiosos de la Reforma Protestante.

“Al final, lo que se llevó a cabo fue un sistema nacional de reforma… En los países donde el estímulo nacional y político era débil o inexistente, el movimiento religioso fracasó” (Alfred Plummer, The Continental Reformation, 1912 pág. 16).

Vemos, pues, que el espíritu de nacionalismo fue un factor principal en el éxito de la Reforma Protestante. Es importante comprender que ahora ¡ese mismo espíritu de las naciones ha producido la amenaza de aniquilación de la humanidad en nuestros días!

Factores políticos, económicos y nacionalistas llevaron a los hombres a rebelarse contra la Iglesia de Roma. Exaltaban el juicio y razonamiento individual. Y en el lugar de la autoridad romana, que supuestamente representaba a Dios, ¡colocaron la autoridad nacionalista y los dioses de la violencia!

Cierto es que Lutero y Calvino tuvieron motivaciones religiosas personales. Lutero, como ya hemos visto, tenía la mente torturada con un sentimiento de culpabilidad implacable. Con su insistencia hasta el extremo en la salvación por la fe sola, procuraba desesperadamente idear algún sistema que no dejara lugar a la ley de Dios ni a la justicia de Dios.

Pero la angustia espiritual personal de Lutero habría producido escaso efecto en Alemania o el mundo si él no hubiera apelado a los instintos políticos y económicos de los príncipes alemanes. Y “es acertado decir que las motivaciones que generaron la revuelta luterana eran en gran medida seculares antes que espirituales” (Plummer, pág. 9).

Si bien las reformas encabezadas por Lutero y Calvino conllevaban algún elemento de convicción religiosa entre los líderes espirituales, estos se valieron ante todo de las quejas materialistas de los príncipes y del pueblo como estímulo para rebelarse contra Roma. El espíritu de nacionalismo fue lo que aseguró el amplio éxito de estos movimientos.

Métodos violentos de los reformadores

A la hora de una confrontación, los reformistas protestantes se mostraban tan dispuestos como sus adversarios católicos a recurrir a la violencia, el derramamiento de sangre y la persecución. Este es un hecho que debe reconocerse en todo análisis de los métodos empleados por la Reforma Protestante y que le dieron el triunfo.

Ya hemos visto cómo Lutero se ganó a los príncipes alemanes para su causa. Cómo los utilizó en su lucha contra el catolicismo y en su persecución de quienes discrepaban de él, es otro tema. El mismo principio se les aduce a Zwingli, a Calvino y a los concilios políticos que ellos dominaban; así como al rey Enrique VIII y sus muy sumisos Parlamento y nobleza.

¿Recordamos el rabioso llamado de Lutero a los príncipes alemanes en el sentido de “golpear, estrangular y traspasar, en secreto o en público” a los campesinos porque habían aplicado el principio de sus enseñanzas a sus propias circunstancias? ¿Recordamos que se retractó de sus enseñanzas en 1529 diciendo que los cristianos estaban “obligados” a recurrir a las armas en defensa de sus creencias protestantes?

También es un hecho que Lutero aprobó la persecución y martirio de los anabaptistas y otras sectas que rechazaban sus enseñanzas. Comentando sobre la decapitación de anabaptistas en Sajonia, dijo que “su valentía demostraba que estaban poseídos por el diablo” (Plummer, pág. 174).

Igual trato se les daba a quienes no acogían el sistema de la Iglesia nacional, que se le impuso al pueblo inglés. Además de los varios centenares de miembros de la nobleza y el pueblo que perdieron la vida a causa de la intolerancia personal y religiosa de Enrique VIII, otros centenares perdieron la vida durante el reinado de su hija protestante, Isabel I.

Quienes se negaban a reconocer la supremacía religiosa del monarca inglés recibían el trato reservado a los reos de alta traición. “Antes de 1588, mil doscientos católicos ya habían caído víctimas de la persecución. En Inglaterra, solamente en los últimos veinte años del reinado de Isabel, 142 sacerdotes fueron ahorcados y descuartizados por su fe. Noventa sacerdotes y religiosos murieron en prisión, 105 fueron exiliados de por vida y 62 legos de consideración sufrieron el martirio” (Joseph Deharbe, A History of Religion, 1880. pág. 484).

Quienes practicaban la intolerancia en Inglaterra no eran solo los monarcas, sino también los líderes religiosos protestantes. Durante el reinado del joven Eduardo VI, el arzobispo Cranmer lo persuadió de que firmara la orden de ejecución de dos anabaptistas, incluida una mujer. Los quemaron en la hoguera. Relatando esto, Schaff dice: “Los reformadores ingleses no se quedaban atrás de los del Continente en materia de intolerancia” (Schaff, pág. 711).

Introducido el calvinismo en Escocia, quienes se mantenían en la religión católica eran sometidos a la pena de muerte y muchos pagaron con la vida por sus convicciones religiosas (Deharbe, pág. 485).

¡Recordemos que estas personas eran víctimas de la persecución protestante!

Apelando a motivaciones financieras o nacionalistas, así como insinuándose en el poder político hasta dominarlo, los principales reformadores protestantes lograron imponer sus doctrinas en el pueblo. Antes de ganarse el poder político, todos los reformadores insistían en el derecho inalienable de todo cristiano de escudriñar la Biblia por sí mismo y juzgar sus enseñanzas independientemente (Deharbe, pág. 620). Pero una vez dueños del poder, ¡ay del católico, el anabaptista o cualquier otro que continuara insistiendo en este “derecho inalienable”!

Como ya hemos visto, la situación era la misma bajo la “teocracia” de Juan Calvino en Ginebra, Suiza. Fisher afirma: “Se castigaban con severidad no solo la irreverencia y la ebriedad, sino las distracciones inocentes y la enseñanza de doctrinas teológicas discrepantes” (George P. Fisher, History of the Christian Church, 1897. pág. 325). Ya hemos presentado algunos de los muchos centenares de casos en que se impusieron las penas de cárcel, azotes públicos o muerte a causa de alguna diversión inocente o de un desacuerdo con las ideas religiosas de Juan Calvino.

Entre estos casos, se destaca uno que fue defendido por casi todos los reformadores de la época. Debemos recordarlo en forma especial como ejemplo sobresaliente del razonamiento de los primeros reformadores en lo referente al tema de la tolerancia religiosa. Se trata del martirio de Miguel Serveto.

Muerte de Miguel Serveto en la hoguera

Serveto, conocido también como Miguel de Villanueva, tenía aproximadamente la misma edad de Calvino. Nacido en España, practicó medicina en Francia y se dice que se adelantó al descubrimiento, hecho posteriormente por Harvey, de la circulación de la sangre. En su juventud publicó un libro sobre los “errores de la trinidad” en el que discrepaba de la doctrina, común a católicos y protestantes, de Dios como una trinidad. Su posición era similar a la sostenida por los actuales unitarios (Plummer, pág. 170).

Por enseñar y escribir sobre esta doctrina, y también por tener un concepto divergente sobre la naturaleza precisa de la divinidad de Cristo, Serveto fue objeto del odio y la persecución de católicos y protestantes por igual.

Huyendo de la inquisición católica en Viena, Francia, equivocadamente pasó por la protestante Ginebra. Alguien lo reconoció y lo delató ante Calvino, quien lo hizo detener y encarcelar (Plummer, pág. 172).

Al comenzar el juicio de Serveto delante del Concilio dominado por calvinistas, Juan Calvino escribió lo siguiente a otro reformista: “Espero que el dictamen sea la sentencia de muerte” (Plummer, pág. 172).

Plummer continúa:

“En el juicio Calvino actuó como fiscal y no tuvo dificultad en lograr que Serveto fuera irremediablemente incriminado … uno de los muchos aspectos penosos del caso es que a Calvino claramente le convenía la condena de Serveto, ya que un triunfo así reforzaría grandemente su posición en Ginebra. El litigio se prolongó y, tal como ocurrió en el caso de Bolsec, hubo mucha correspondencia en Suiza con otras autoridades, tanto eclesiásticas como civiles. Al final parecía claro que los enemigos de Calvino habían fracasado y que el sentimiento protestante favorecía eliminar de la Tierra a una  plaga como Serveto. El 26 de octubre fue sentenciado a morir al día siguiente en la hoguera. Calvino solicitó una muerte menos dura, pero su petición fue denegada. Por torpeza del verdugo, la agonía de Serveto se prolongó. Su último grito fue: ‘Jesús, tú, Hijo del Dios Eterno, ten piedad de mí’. Se ha señalado que ‘Eterno’ es el epíteto no del Hijo sino de Dios. El libro que le valió la condena a Serveto se le amarró del cuello para que ardiera con él. Se desprendió y alguien lo rescató de las llamas. Aún se exhibe como recuerdo horripilante de la ‘ética’ de la Reforma, en la Biblioteca Nacional de París.

Debemos recordar siempre que en la muerte de Serveto, ni Calvino ni el Concilio ni los gobiernos suizos consultados por ellos tenían jurisdicción alguna. Su acción se produjo bajo la más repugnante de las leyes de linchamiento” (Plummer, págs. 172-173).

Vale la pena señalar que el historiador protestante tiene que reconocer ¡que uno de los dos grandes reformistas protestantes recurrió a un procedimiento ilegal de “ley de linchamiento” para ultimar a un opositor religioso!

¡La verdad escueta es que esto no fue otra cosa que un “asesinato respetable!

Jesucristo dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).

El apóstol Pablo escribió bajo inspiración: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber” (Romanos 12:19-20).

Indicando muy claramente que los falibles seres humanos no tienen el derecho de juzgar penalmente ni de condenar a muerte en asuntos espirituales, Jesús dejó libre a la mujer adúltera (Juan 8:11). Además, Él nos manda: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7:1).

¿Acaso conocía Juan Calvino estas escrituras? ¿Entendería estos principios que casi todas las personas civilizadas desde entonces han llegado a reconocer?

¿Cómo es posible que Calvino hiciera eso?

Los historiadores protestantes responden: “Ocupa fácilmente el primer puesto entre los expositores sistemáticos del sistema reformado de doctrina cristiana…  La teología de Calvino se basa en un conocimiento cabal de las Escrituras” (Philip P. Schaff, History of the Christian Church, vol. VIII, 1950, págs. 260-261).

Calvino era un individuo que realmente conocía la Biblia. Escribía comentarios eruditos sobre ella y estaba plenamente familiarizado con las enseñanzas y el ejemplo de Jesucristo y la Iglesia del Nuevo Testamento.

No obstante, estuvo dispuesto no solamente a permitir, sino a causar directamente la muerte de un hombre en la hoguera por discrepar de sus doctrinas religiosas. En el sentido absoluto de lo que Jesucristo enseñó, sostuvo y practicó, ¡Juan Calvino es culpable de asesinato! Pero, ¿lo hizo deliberadamente? ¿Fue sincero? ¿O fue un acto precipitado en un momento de arrebato?

A la última pregunta podemos dar una respuesta negativa. Transcurrido suficiente tiempo para considerarlo, Juan Calvino intentó defender este acto vil y justificarse. Y, por extraño que parezca, ¡muchos de los reformistas más destacados hicieron otro tanto!

Años después de la muerte de Serveto en la hoguera, Calvino declaró dogmáticamente: “Quien asevere ahora que es injusto hacer morir a los herejes y blasfemos estará incurriendo, a sabiendas y voluntariamente, en la misma culpa de ellos. Esto no se establece por autoridad humana; es Dios quien habla y prescribe una norma perpetua para su Iglesia” (Schaff, pág. 791).

La triste verdad es que si la “norma perpetua” de Juan Calvino contra los herejes se cumpliera hoy, ¡quedaríamos muy pocos con vida!

Lutero salió mejor librado porque no vivió para pronunciar juicio a favor de la muerte de Serveto. Sin embargo, conociendo su pasado, es casi seguro que habría estado de acuerdo con Calvino en la condena a muerte de Serveto.

El individuo más cercano a Lutero y su consejero, Felipe Melancthon, no tardó en expresar su acuerdo con Calvino. Más tarde se dirigió por carta a Bullinger, otro reformador suizo, con estas palabras: “Juzgo igualmente que el Senado ginebrino actuó con toda corrección cuando puso fin a ese individuo obstinado, que nunca pudo dejar de blasfemar. Y me asombran los que desaprueban esta severidad” (Schaff, pág. 707).

Vemos, entonces, que los reformadores alemanes estaban de acuerdo con los suizos en cuanto a la muerte en la hoguera de un individuo ¡simplemente porque discrepaba de sus opiniones teológicas!

Nos hemos preguntado si Calvino podía ser sincero en todo esto. La pregunta es difícil y solo Dios sabe la respuesta completa. A veces la mente humana nos engaña. A menudo pasamos por alto deliberadamente las cosas que no deseamos reconocer. Como veremos pronto, resulta evidente que tanto Lutero como Calvino actuaron así en la formulación de sus doctrinas y también en algunas de sus acciones.

Sin embargo, a juzgar por los hechos a nuestra disposición y por los testimonios de la época, pareciera que Calvino quiso ser sincero. Dentro de su propia esfera de razonamiento, fue de algún modo sincero al sentir que estaba bien quemar vivo a Serveto por su desacuerdo religioso, aunque él mismo y los demás reformadores reclamaban la libertad de conciencia para el individuo en su lucha contra Roma.

La razón de la violencia y persecuciones protestantes

La muerte de Serveto no se explicaría como precipitación, seguida de un posterior arrepentimiento, ni como una falta total de sinceridad de parte de Calvino. Entonces, ¿cómo se explica?

Muchos historiadores protestantes ofrecen lo que en esencia es la misma respuesta. Es una respuesta que todo estudioso sincero de la Biblia y la historia debe reconocer.

La respuesta es que, aun mucho después de su separación de Roma y su conversión al protestantismo, los primeros reformadores y sus seguidores seguían saturados de las doctrinas, los conceptos y las prácticas de su Iglesia madre en Roma. “Los reformadores heredaron la doctrina de persecución de su Iglesia madre y la practicaron hasta donde tenían poder para hacerlo. Enfrentaron la intolerancia con intolerancia. Se distinguían favorablemente de sus contrincantes en cuando al grado y el alcance, pero no en cuanto al principio: la intolerancia” (Schaff, Vol. VIII, pág. 700).

Como veremos, este franco reconocimiento de parte de Schaff revela por qué tantas doctrinas y acciones protestantes parecen totalmente incompatibles con su intención expresada de basar todo en “la Biblia sola.

Hemos visto que Martín Lutero politiqueaba, consentía en la bigamia, aconsejó una mentira y fomentó la masacre de campesinos y la ejecución de anabaptistas; muchos de ellos por ahogamiento.

Se ha demostrado que la revuelta inglesa comenzó con la lascivia de Enrique VIII y que él y la reina Isabel, junto con sus teólogos protestantes, tuvieron parte en la masacre de cientos de disidentes católicos, anabaptistas y, más tarde, puritanos.

Hemos visto la parte que correspondió a Juan Calvino y a los reformadores suizos en la persecución de anabaptistas y en el cruel castigo y ejecución de sus propios ciudadanos ginebrinos por no conformarse en todos sus puntos a la doctrina calvinista. Por último, hemos demostrado el acuerdo de casi todos los líderes protestantes de la época con la “ley de linchamiento” para ejecutar en la hoguera, castigo que Calvino infligió a Miguel Serveto por motivos puramente religiosos.

Hemos demostrado que estos fueron asesinatos a sangre fría. No se debieron a un arrebato momentáneo. Los responsable no estaban sufriendo una locura pasajera.

Estos crímenes a nombre de la religión fueron calculados con anterioridad ¡y se continuaron defendiendo mediante argumentos teológicos mucho después de perpetrados!

Hemos visto que la verdadera explicación radica en el hecho de que los primeros reformistas “heredaron” buena parte de la doctrina y el espíritu de su Iglesia madre. Fueron ebrios espirituales, ¡incapaces de ver claramente el verdadero significado y resultado de sus enseñanzas y acciones!

Nota de la redacción: Ha sido un privilegio para nosotros publicar esta serie del doctor Roderick C. Meredith, jefe de redacción de El Mundo de Mañana hasta su muerte en mayo del 2017. Él consideraba que la obra presentada en esta serie era una de las más importantes que hubiera investigado y escrito, y las verdades en ella presentadas sobre los comienzos del movimiento protestante y sobre sus líderes son ahora tan fascinantes como cuando publicó sus primeras investigaciones hace más de 60 años.

Queda un capítulo más, pero es demasiado largo para incluirlo como un artículo en estas páginas de la revista El Mundo de Mañana. No obstante, tenemos el gusto de anunciar que nos proponemos ofrecer toda esta colección de artículos, incluido el último, en un libro gratuito para quienes lo soliciten. La obra se titula: La pura verdad sobre la Reforma Protestante, ¡y se publicará lo antes posible!

Respecto del último capítulo, el doctor Meredith escribió: “Nos proponemos revelar el verdadero objetivo detrás del movimiento protestante y la impresionante razón tras la confusión religiosa y la ebriedad espiritual legada a nuestra generación. ¡Los hechos que se exponen en esta serie tienen que ver directamente con la vida y el futuro de todos nosotros! Pidámosle a Dios una mente abierta. ¡No deje de leer y estudiar la última entrega en esta vital serie!

Si desea solicitar desde ahora un ejemplar gratuito de La pura verdad sobre la Reforma Protestante, que incluye el capítulo final del doctor Meredith, puede comunicarse con nosotros en cualquiera de nuestras oficinas regionales que aparecen en la página 2 de esta revista.

Esperamos que usted lea el artículo que se inicia en la página siguiente de esta edición: ¿Es bíblico el cristianismo tradicional? Su autor es Richard F. Ames, evangelista y colega del doctor Meredith durante muchos años. El artículo puede ser de ayuda para quienes buscan el cristianismo verdadero, el cristianismo de Jesucristo y la Biblia. [MM]

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