Nacimiento del calvinismo | El Mundo de Mañana

Nacimiento del calvinismo

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Juan Calvino entra en la historia de la Reforma Protestante e introduce la doctrina de la predestinación. ¿Realmente regresaron los reformistas protestantes a la “la fe que ha sido una vez dada”? (Judas 1:3). ¿Fueron acaso guiados por el Espíritu Santo de Dios? Los simples datos en esta serie de artículos revelan verdades ocultas por largo tiempo.

La pura verdad sobre la Reforma Protestante
Sexta parte

 

Para algunas personas es difícil creer el impresionante hecho de que el paganismo entró en la Iglesia llamada Cristiana y se apoderó de ella desde sus comienzos. Sin embargo, esta es una verdad demostrada.

Hemos visto en los escritos de varios historiadores el reconocimiento de que la Iglesia Católica incipiente acogió ceremonias y tradiciones paganas. Hemos visto que después de la muerte de Cristo y los apóstoles originales, muchas creencias paganas se infiltraron dentro de la religión que se decía cristiana.

Martín Lutero se rebeló contra ese tipo de cristianismo organizado, corrupto y apóstata de su época. Pero al mismo tiempo se rebeló contra muchos mandatos legítimos de Dios y su Palabra. Hemos visto que Lutero tuvo el atrevimiento de añadir una palabra a la Biblia, enseñando que “el justo vivirá por la fe sola.

Molesto por la importancia que el apóstol Santiago da a la obediencia a la ley divina, Lutero tildó a su epístola inspirada de “epístola de paja”. Y hemos visto que en un esfuerzo por granjearse el respaldo político de los príncipes alemanes para su movimiento, los instó a “golpear, estrangular y traspasar” a los campesinos en el nombre de Dios.

Cuando uno de sus patrocinadores políticos era tentado por la concupiscencia sexual, ¡Lutero y sus teólogos colegas le dieron permiso escrito al landgraf de Hesse de cometer bigamia tomando una segunda esposa! A diferencia de los héroes del Antiguo Testamento con quienes sus seguidores solían compararlo, Lutero nunca se arrepintió realmente de actos tan viles ni de los razonamientos que los justificaban.

En la quinta parte de esta serie, comenzamos la historia de la Reforma Protestante suiza y vemos el papel que cumplió en ella Ulrich Zwingli. Aquí también nos fue forzoso señalar el contraste palpable entre el ejemplo de Zwingli y las enseñanzas y ejemplo de Jesucristo y los primeros apóstoles. La muerte violenta de Zwingli en una guerra que él mismo había promovido ciertamente confirma la advertencia de Jesús: “Todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mateo 26:52).

En varias ocasiones nos hemos detenido a preguntar: ¿Fue el movimiento protestante una reforma de la verdadera Iglesia de Dios, algo desviada de sus objetivos? ¿Fue un movimiento inspirado y guiado por el Espíritu Santo de Dios?

Ahora llegaremos a la historia del individuo que dominó la Reforma Protestante suiza… y que ha dominado buena parte del protestantismo desde entonces.

La Reforma Protestante bajo Juan Calvino

Juan Calvino entra ahora en el proceso de la Reforma. Veremos que la poderosa influencia de su mente y personalidad conformará de manera dramática el sistema doctrinal de las congregaciones reformadas para las futuras generaciones. (Kurtz, Church History, págs. 304-305). Calvino, lo mismo que Lutero y Zwingli que le precedieron, fue educado para el sacerdocio católico. Por eso también tenía profundamente inculcados muchos conceptos impartidos por la Iglesia Católica, si bien su rompimiento doctrinal con el papado sería más completo que el de Lutero.

Es significativo, sin embargo, que los tres líderes más destacados entre los primeros reformadores se educaron como teólogos romanos, antes de emprender sus actividades reformistas. Esto quizás explique, en parte, por qué los tres retuvieron ciertos conceptos y tradiciones paganas que se habían instaurado en el sistema romano durante la Edad del Oscurantismo.

Cuando Zwingli se ocupaba en transformar la vida religiosa y política de Suiza, Juan Calvino era apenas un joven preparándose para ser sacerdote católico.

Calvino era francés, nacido en el año 1509 en Noyon, región de Picardía. Su padre era agente fiscal y Calvino se educó con los jóvenes de la nobleza. Cuando tenía doce años de edad se le confirió una capellanía con ingresos suficientes para su manutención.

Poco después lo enviaron a París para cursar estudios de sacerdocio, pero más tarde su padre cambió de parecer y prefirió que Calvino fuera abogado. Entonces el joven viajó a Orleáns y a Bourges, donde estudió bajo célebres doctores de la ley. A tal grado se destacó en sus estudios jurídicos, que a menudo lo invitaban a asumir la cátedra en ausencia de algún profesor.

Por esta época quedó bajo la influencia de un pariente, Pedro Olivetan, el primer traductor protestante de la Biblia al francés. Sus estudios del Nuevo Testamento en griego original reforzaron el interés de Calvino por las doctrinas protestantes.

Poco tiempo después de publicar un tratado humanista sobre los escritos de Séneca, se produjo en él lo que más tarde describió como una “conversión repentina”. Deseoso de entregarse a la misericordia de Dios, emprendió un estudio fervoroso de la Biblia (Fisher, The History of the Christian Church, pág. 319).

Calvino regresó a París, donde pronto alcanzó reconocimiento como líder de los protestantes. Tuvo que abandonar la ciudad a causa de la persecución y se estableció temporalmente en la ciudad protestante de Basilea.

Por aquella época el monarca francés Francisco I estaba buscando el apoyo de los príncipes luteranos alemanes contra el emperador Carlos V. Para justificar su persecución contra los protestantes franceses, les atribuyó todo el fanatismo ilegal de algunas sectas extremistas anabaptistas.

Esto suscitó en Calvino una elaborada defensa de sus correligionarios franceses. El objeto de esa obra era demostrar la falsedad de los cargos de Francisco I, y plantear las creencias protestantes de un modo sistemático y lógico que pudiera ganarse la simpatía del Rey y de otros en pro de la causa de los reformadores (Kurtz, Church History, pág. 302).

Los institutos de Calvino

La obra se tituló: Institutos de la religión cristiana. Fue recibida como un aporte enorme a la teología y también a la literatura. Ningún protestante francés había hablado hasta entonces con tanta lógica y poder. Esta obra se considera aun hoy, la presentación más ordenada y sistemática de la doctrina y de la vida cristiana jamás producida por la Reforma Protestante (Walker, A History of the Christian Church, pág. 392).

Para entender brevemente la doctrina de Calvino como se expone en los Institutos, nada mejor que citar extractos del resumen hecho por Walker de la posición adoptada por Calvino en esta obra:

“Sin la labor precedente de Lutero, su obra no habría podido realizarse. Lo que él presenta es el concepto de Lutero acerca de la justificación por la fe y acerca de los sacramentos como sellos de las promesas de Dios. Mucho lo derivó de Butzer, notablemente su énfasis en la gloria de Dios como aquello para lo cual son creadas todas las cosas, en la elección como doctrina de la confianza cristiana y en las consecuencias de la elección como una ardua empresa tras una vida de conformidad a la voluntad de Dios. Pero todo se encuentra sistematizado y aclarado con una habilidad que es propia de Calvino.

El conocimiento más elevado del hombre, enseñó Calvino, es el de Dios y de sí mismo. Por naturaleza le viene al hombre conocimiento suficiente para dejarlo sin excusa, pero el conocimiento adecuado se confiere únicamente en las Escrituras, de lo cual el Espíritu en el corazón del lector creyente da testimonio como la voz del propio Dios. Las Escrituras enseñan que Dios es bueno y es la fuente de toda la bondad que haya en lugar alguno. La obediencia a la voluntad de Dios es el deber primordial del hombre. Tal como fue creado originalmente, el hombre era bueno y capaz de obedecer la voluntad divina, pero perdió bondad y poder por igual en la caída de Adán y ahora es, en sí, absolutamente incapaz de tener bondad. De allí que ninguna obra del hombre pueda tener mérito alguno; y todos los hombres se encuentran en un estado ruinoso, merecedores únicamente de condenación. De tal condición impotente y desesperanzada algunos hombres son rescatados por obra de Cristo.

Siendo de Dios todo el bien y siendo el hombre incapaz de iniciar o resistir su conversión, se desprende que la razón por la que unos son salvos y otros se pierden es la decisión divina entre elección y reprobación. Inquirir en busca de una razón de dicha decisión más allá de la voluntad de Dios es absurdo, por cuanto la voluntad de Dios es un hecho definitivo.

Tres son las instituciones establecidas por obra divina mediante las cuales se mantiene la vida cristiana: la Iglesia, los sacramentos y el gobierno civil. Al final de cuentas, la Iglesia está conformada por “todos los elegidos de Dios”; pero también denota debidamente “todo el cuerpo de la humanidad… que profesa adorar a un Dios y Cristo. Ahora bien, no hay tal Iglesia verdadera ‘allí donde la mentira y la falsedad hayan usurpado el ascendiente’” (Walker, págs. 392-394).

Examen de la posición doctrinal de Calvino

Es evidente que la doctrina calvinista de justificación por la fe sola provino de Lutero. No obstante, Calvino sí creía que la persona “salva” debe producir buenas obras como frutos necesarios de su conversión.

Calvino destacó la responsabilidad que tiene el hombre de seguir la ley de Dios como guía de la vida cristiana (Walker, pág. 393). Su intención, sin embargo, no era incluir en ningún sentido la letra de los diez mandamientos; sino únicamente el “espíritu” de la ley moral de Dios tal como llegó a definirla Calvino. En la práctica, como veremos, hubo muchas ocasiones en que esto llevó a los hombres a quebrantar tanto la letra como el espíritu de los diez mandamientos literales. Citaremos ejemplos más adelante.

Sin lugar a dudas el principio fundamental de todo el sistema teológico de Calvino es su doctrina de la predestinación. En esta se hizo conformar todo lo demás a la voluntad irrevocable de Dios. Calvino, al igual que Lutero, derivó de Agustín muchas de sus ideas sobre este tema (Fisher, History of the Christian Church, pág. 321).

En la sección de los Institutos de la religión cristiana que trata de la predestinación, Calvino afirma dogmáticamente:

“Ninguno que desea que lo consideren religioso se atreve abiertamente a negar la predestinación, por la cual Dios elige a unos para la esperanza de vida y condena a otros a la muerte eterna... Por predestinación queremos decir el decreto eterno de Dios, por el cual Él ha decidido en su propia mente lo que desea que suceda en el caso de cada individuo. Por cuanto los hombres no son creados todos en igual condición, sino que para algunos está previamente ordenada la vida eterna, para otros la condenación eterna (Bettenson, Documents, pág. 302).

¡Los mismos historiadores protestantes nos dicen que esta es la esencia del calvinismo!

Analicemos el significado de afirmaciones tan dogmáticas. Primero, Calvino dice que los hombres no son creados iguales delante de Dios. En cambio, los apóstoles Pedro y Pablo escribieron que “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34; Romanos 2:11).

Luego, Calvino nos dice que las personas, hagan lo que hagan, están absolutamente predestinadas a la vida eterna y otras a la condenación eterna.

La predestinación según Calvino

Vemos, pues, que uno de los principios fundamentales de la doctrina de Calvino es la espantosa proposición de que los hombres nacen para contarse entre los “salvos” o entre los “perdidos”. Según esta teoría, somos predestinados desde toda la eternidad, sea a los deleites del Cielo o a los tormentos de un infierno candente. No podemos, movidos por nuestra voluntad, arrepentirnos ni convertirnos. Esto solamente es posible para los que Dios ha “elegido” a su gracia.

Como hemos visto, Calvino también enseñó que una vez perdonada la persona y justificada por medio de Cristo, no puede jamás alejarse. Desde el punto de vista práctico, lo anterior significa que, por malévola que llegue a ser una persona “salva”, por muy depravada, blasfema y reprobada que se muestre al final de su vida, ya está decidido y es inevitable que heredará las delicias inefables del Cielo por toda la eternidad. Los predestinados a “perderse” ya están “condenados”, como dirían los predicadores reformistas, a pasar la eternidad en las torturas de fuego, aullidos y espanto de un infierno que nunca se acaba.

Esta era la doctrina de Juan Calvino. Y esta doctrina se convirtió en credo de las congregaciones “reformadas” que más tarde se extendieron por partes de Francia, pasaron a Escocia y otras naciones de Europa, y finalmente, por medio de los “puritanos” llegaron a los estados de Nueva Inglaterra en los Estados Unidos.

Calvino en Ginebra

Poco después de publicados los Institutos, Calvino viajó brevemente a Italia. De regreso a Basilea tuvo que pasar por Ginebra. Allí ocurrió algo que transformó el rumbo de su vida.

En 1532, tras la derrota protestante en la batalla de Cappel, un predicador reformista de nombre William Farel había llegado a Ginebra con intención de reavivar las fuerzas protestantes en esa ciudad. Farel había tenido que abandonar Francia, igual que Calvino, a causa de la persecución católica. Con motivo de su predicación fuerte y sin restricciones, Ginebra también lo había expulsado, pero más tarde regresó y encabezó a los protestantes hasta que lograron el control total de esta ciudad.

La prohibición impuesta por su partido religioso a todas las diversiones y placeres mundanos, hizo surgir una gran cantidad de conflictos, y la ciudad estaba en crisis. Farel, conociendo la gran habilidad de Calvino y su interés por la causa protestante, lo convenció de que permaneciera allí y ayudara al partido reformado a controlar la ciudad. En un principio, Calvino había preferido la tranquilidad de la vida académica, pero terminó por acceder cuando Farel le advirtió que sobre él caería la “maldición de Dios” si se negaba a ayudar.

Calvino puso manos a la obra. Redactó un catecismo para la instrucción de los jóvenes y contribuyó a formular una serie de leyes estrictas que prohibían llevar adornos “vanos” y participar en deportes “repulsivos” y otras diversiones mundanas (Fisher, The History of the Christian Church, pág. 324).

Sin embargo, los libertinos, como se le llamaba al partido contrario, no tardaron en imponerse y desterraron de la ciudad a Calvino y a Farel.

Corría el año de 1538 y Calvino viajó a Estrasburgo, donde permaneció durante la mayor parte de su ausencia de Ginebra. Allí se hizo cargo de una iglesia protestante para refugiados franceses y pronto tomó esposa. Fue aquí donde conoció personalmente a Melanchthon, y este acogió poco a poco el concepto calvinista de la Cena del Señor, si bien los dos nunca estuvieron de acuerdo en cuanto a la predestinación.

Entonces Calvino fue llamado nuevamente a Ginebra para ayudar al partido reformista triunfante a fundar un gobierno político y eclesiástico basado en los principios de su credo. De este punto en adelante, vemos a Calvino cada vez más envuelto en política, lo cual terminó por generar enfrentamientos religiosos (Walker, págs. 397-398).

El regreso de Calvino a Ginebra

Calvino regresó victorioso a Ginebra en 1541. Allí estableció un nuevo orden político y eclesiástico, extrañamente parecido al modelo iglesia-estado católico con sus naciones obedientes dentro del Sacro Imperio Romano.

El estado era dominado por los líderes religiosos y tenía la obligación de promover los intereses de la Iglesia, cumplir sus órdenes y castigar o ejecutar a todos cuantos se opusieran a la religión establecida. Calvino nunca se deshizo del concepto católico de una iglesia que rige al estado y se inmiscuye en la política del mundo.

“Se imponían castigos severos no solamente por irreverencia y ebriedad, sino por distracciones inocentes y por enseñar doctrinas teológicas diferentes. Y eso no era todo. Las infracciones más pequeñas ocasionaban penas severas. Era imposible que una ciudad de veinte mil habitantes viviera contenta bajo una disciplina tan rígida y normas de tal austeridad. Los líderes en desacuerdo no tardaron en darse a conocer poco después del regreso de Calvino. Ahora, como antes, sus principales opositores fueron los libertinos” (Fisher, History of the Christian Church, pág. 325).

Calvino procuró imponer el sistema dogmático en toda la ciudad desde ese momento hasta su muerte. Como era de esperar, esto no podía causar sino problemas, y la crónica de la vida posterior de Calvino trata ante todo de sus dificultades al intentar reprimir a la ciudad de Ginebra y forzar a sus habitantes a acatar sus doctrinas. ¡No puede negarse que fue, de hecho, una especie de dictador religioso!

La disciplina calvinista

Aparte de mencionar el famoso caso de Miguel Servet, que trataremos en otra entrega, es innecesario entrar en una descripción detallada de la crueldad y rigor con que Calvino hizo cumplir su sistema doctrinal entre los infelices ginebrinos. Basta decir que los “frutos” de las enseñanzas de Calvino en Ginebra presentan un rudo contraste con la afirmación inspirada del apóstol Pablo: “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).

El siguiente resumen de las repercusiones que tuvo en Ginebra la teocracia de Calvino es base más que suficiente para comparar:

“Hagamos un resumen de los casos de disciplina más notorios. Varias mujeres, entre ellas la esposa del capitán general Ami Perrin, sufrieron pena de cárcel por bailar, lo que solía relacionarse con excesos. Bonivard, héroe de la libertad política y amigo de Calvino, tuvo que comparecer ante el Consistorio porque había jugado a los dados por un litro de vino con Clement Marot, el poeta. Cierto hombre fue exiliado de la ciudad por tres meses porque, oyendo rebuznar un asno, dijo en son de broma: “Ora un bello salmo”. Un hombre joven recibió castigo por darle a su nueva esposa un libro sobre el cuidado del hogar con el comentario: “Este es el mejor libro de salmos”. Cierta dama de Ferrara fue expulsada de la ciudad por expresar alguna simpatía por los libertinos y hablar mal de Calvino y del Consistorio. Tres hombres que se rieron durante el sermón recibieron tres días de cárcel. Otro tuvo que hacer penitencia pública por no comulgar el día de Pentecostés. Tres niños sufrieron castigo por permanecer fuera de la iglesia durante el sermón para comer pasteles… Un individuo de nombre Chapuis fue encarcelado cuatro días por persistir en darle el nombre de Claudio a su hijo (nombre de un santo católico), en vez de Abraham, como deseaba el ministro; y decir que prefería dejar a su hijo sin bautizar por quince años. Bolsec, Gentilis y Castellio fueron expulsados de la República por sus opiniones heréticas. Hubo hombres y mujeres quemados por brujería. Gruet fue decapitado por sedición y ateísmo. Servet fue quemado por herejía y blasfemia. El último es el caso más flagrante, el que, más que todos los otros combinados, ha expuesto el nombre de Calvino a vituperio e invectiva; pero debe recordarse que este deseaba sustituir la hoguera por el castigo más leve de la espada; y en este punto al menos estaba adelantado a la opinión pública y al uso general de la época” (Schaff, History of the Christian Church, vol. VIII, págs. 490-492).

El argumento de Schaff de que la “misericordia” de Calvino estaba adelantada a su época suena hueco cuando recordamos que él y los demás reformadores condenaban al papado por las mismas barbaridades y a modo de contraste citaban el ejemplo de amor de Cristo.

Quizá debemos recordar algo que Jesús enseñaba a los cristianos de su época: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7:1). Y también: “Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15).

Esta enseñanza sin duda ofrece un contraste con la teocracia de Calvino en Ginebra. Proseguimos con la descripción de este terrible sistema según Schaff:

“Las actas oficiales del Concejo de 1541 a 1559 revelan un tenebroso capítulo de censura, multas, encarcelación y ejecuciones. Durante el azote de la plaga en 1545 se quemaron vivos más de veinte hombres y mujeres por brujería; y una malévola conspiración para propagar la terrible enfermedad. Entre 1542 y 1546 se emitieron 58 condenas de muerte y 76 decretos de exilio. En los años de 1558 y 1559 los casos en que se impusieron diversos castigos por toda suerte de infracciones sumaron 414, proporción muy grande para una población de 20.000” (Schaff, pág. 492).

Vemos aquí que Calvino estaba dispuesto no solo castigar, sino a ejecutar a quienes rehusaran seguir su sistema teológico. Dos años después de la muerte de Servet en la hoguera, el partido libertino en Ginebra hizo un último esfuerzo, decidido para derrocar a la jerarquía religiosa que Calvino había montado. Lo intentaron primero por la vía de la intriga y la diplomacia secreta, pero finalmente recurrieron al conflicto armado en mayo de 1555.

“Pero las fuerzas de Calvino eran superiores, y esta última rebelión fue el golpe mortal para el partido libertino. Muchos de sus miembros tuvieron que huir por salvar su vida delante de la justicia de Calvino” (Walker, pág. 400).

En este punto debemos tomar nota de un hecho: tal como se desprende de los ejemplos anteriores del sistema de Calvino, él fue, de todos los reformistas, el más empeñado en que era deber de los hombres abandonar todo placer en esta vida.

Por eso, acciones tan mínimas como jugar al naipe, bailar, bromear y ver obras de teatro se trataban como pecados mayores. En muchos casos, los tribunales religiosos en Ginebra castigaban al transgresor con azotes en público ¡y quizás aun con la muerte!

Estas severas medidas nacían del concepto de Dios como un Juez rígido, inflexible, que desea el sufrimiento de todos los hombres. Mira con ojos intransigentes las diversiones más simples. Lo que a Dios más le agrada, según enseñó Calvino, es una vida de austeridad, pobreza y severidad.

Hasta el día de hoy, miles de protestantes, quizá sin darse cuenta, continúan bajo la influencia de este concepto y se sienten culpables por muchos de los placeres inocentes de la vida. Las “leyes dominicales” de los puritanos de Nueva Inglaterra son un ejemplo de ello y la misma tendencia se observa hasta hoy en muchas de las sectas protestantes más estrictas.

Conviene saber que esas leyes no vinieron de la Biblia sino que nacieron, en su mayoría, de la mente rígida de Juan Calvino.

Últimos días de Calvino

Sofocada la rebelión libertina, Calvino quedó como amo y señor de Ginebra. En 1559 fundó la Academia de Ginebra, conocida más tarde como la Universidad de Ginebra, que pronto llegó a ser el centro de instrucción teológica más importante de las comunidades llamadas reformadas; para distinguirlas de las luteranas.

Quienes en todas las naciones luchaban por promover la causa del protestantismo reformado, buscaban instrucción y apoyo en Ginebra. De este gran seminario salieron ministros para Francia, Holanda, Escocia, Alemania e Italia. Siendo casi el gobernante absoluto de Ginebra, Calvino, en palabras de Hausser, “adquirió y mantuvo más poder del que jamás ejercieron los más poderosos papas” (The Period of the Reformation, pág. 250).

Hasta el final, Calvino se dedicó con diligencia a predicar y escribir. Llegó a ver la extensión de las iglesias protestantes por todo el mundo como sinónimo de la venida del Reino de Dios.

“En esto radica una de las diferencias más importantes entre Calvino y los reformadores anteriores. Él rechazó la esperanza que ellos tenían en la pronta venida del Señor y proyectó el cataclismo final hacia un futuro indefinido. Lutero anhelaba ver el fin de la era antes de su propio fallecimiento y los anabaptistas solían fijar fechas. Pero Calvino renovó el papel de Agustín, quien había puesto fin a las esperanzas de los primeros cristianos de ver la pronta venida del Señor y la reemplazó con una serie de hechos sucesivos en el drama histórico en que la Iglesia llegaba muy cerca de equipararse al Reino de Dios. Calvino reemplazó el día grande e inminente del Señor con el sueño de la Santa Mancomunidad en la esfera terrestre. Su establecimiento dependía de agentes humanos, los instrumentos escogidos de Dios, es decir los elegidos” (Bainton, The Reformation of the Sixteenth Century, pág. 114).

Esta actitud determinó que los hombres estuvieran tan absortos en lo que hoy tristemente podríamos llamar “religiosidad”, que no avanzaron para encontrar más verdades espirituales de las que había encontrado Calvino ni corregir sus errores particulares. También generó una notable falta de interés y de comprensión de las partes proféticas de la Biblia, que persiste hasta hoy.

Muerte de Calvino y difusión de sus doctrinas

No pretendemos tratar en detalle la difusión del calvinismo ni de la teología reformada a otras tierras, ya que el patrón doctrinal continuó siendo esencialmente el mismo. Un mismo espíritu guiaba este movimiento en todas partes, al punto que las iglesias reformadas llevan hasta hoy el sello indeleble de la arrolladora mente y personalidad de Calvino.

“Desde Ginebra el calvinismo se extendió a Francia, Holanda, Inglaterra, Escocia y Nueva Inglaterra. No era posible reproducir el patrón de Ginebra en estas tierras, al menos no en un principio. Una ciudad individual podría convertirse en una comunidad selecta, pero resultaba muy difícil reproducir lo mismo en un país entero. Con el tiempo, las tierras que se acercaron más a la realización del ideal fueron Escocia y Nueva Inglaterra” (Bainton, pág. 121).

Cuando leemos que en los asentamientos puritanos de Nueva Inglaterra se flagelaba en público y se quemaba gente en la hoguera, comprendemos que se trata de una prolongación del sistema calvinista. La historia de Nueva Inglaterra en Norteamérica y el caso de John Knox en Escocia demuestra que los seguidores de Calvino procuraron, allí donde fuera posible, gobernar o por lo menos dominar el gobierno político y la población entera por la fuerza.

Calvino conservó su lucidez y habilidad mental hasta la muerte, aunque su cuerpo estaba desgastado por la enfermedad. Sintiendo que llegaba su hora, hizo venir al Senado que tanto había dominado y en cuyas deliberaciones había participado tantas veces. Instó a sus miembros a proteger al Estado contra los enemigos que todavía lo amenazaban.

“Poco después, murió en paz. Sus colegas, los ministros, se llenaron de pena, pues su gran personalidad los había inspirado a todos… y su muerte dejaba un vacío que nadie más podía llenar. Su mente y personalidad dominantes eran tales, que ‘suscitaba la más profunda admiración en unos, y en otros una aversión igualmente profunda’” (Fisher, History of the Christian Church, pág. 329).

Este dominio de Lutero y Calvino fue perjudicial en muchos aspectos. Llevó a los hombres a aceptar sin cuestionar sus doctrinas y prácticas, sin detenerse a demostrar estas ideas en la Santa Palabra de Dios. 

De hecho, como hemos visto, muchos de los preceptos y acciones de los principales reformadores ¡están tan alejados de las enseñanzas y prácticas de Cristo y sus apóstoles como es evidente en una sociedad religiosa civilizada!

La doctrina protestante tal vez fue una mejora comparada con las corrupciones de la Iglesia Católica y sus papas autoritarios. Pero, ¿hasta qué punto lo fue, en realidad? ¿Fue acaso una verdadera restauración de la fe y la práctica del cristianismo original?

Al respecto, un respetado historiador protestante dice lo siguiente:

“El protestantismo sustituyó al pontífice infalible en gran parte de Europa, e hizo bien. Lamentablemente, estaba demasiado dispuesto a convertir a los reformadores en pontífices infalibles y a colocar a Lutero y Calvino, los teólogos infalibles, en el lugar del propio Cristo como autoridad que no podía contradecirse. Esta tendencia fue, quizá, su fortaleza en un momento de conflicto, cuando conviene tener creencias intensas y ninguna duda, marchar y dar batalla ante una orden. Fue causa de debilidad y estancamiento cuando la batalla había terminado y la teología se convirtió en cuestión de dogma aceptado más que un credo que rigiera la vida y por el cual se luchaba. El calvinismo, al igual que el luteranismo, se degeneró en una especie de escolasticismo contra el cual había sido, en parte, una protesta” (James MacKinnon, Calvino and the Reformation, pág. 291).

Como bien lo observa MacKinnon, los protestantes en vez de tener la mente abierta en busca de más verdad, han “aceptado dogmas” que luego se esfuerzan por defender a la manera de los escolásticos medievales. Dios nos manda: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 3:18).

A menudo, los protestantes tienden a convertir en pontífices infalibles a Lutero, Calvino y los demás reformadores.

En el próximo número de El Mundo de Mañana, continuaremos esta serie con los hechos impresionantes de la Reforma Protestante en Inglaterra, y el tumultuoso reinado de Enrique VIII. No deje de leerla [MM]

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