Las promesas de Dios: Un tesoro | El Mundo de Mañana

Las promesas de Dios: Un tesoro

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Los tesoros espirituales en la Biblia son más valiosos que las cosas materiales. ¿Está usted buscándolos? Muchos han expuesto su vida buscando riquezas en lugares muy improbables. ¿Sabía usted que Dios le ha prometido el tesoro más grande de todos? ¡Se encuentra en las páginas de la Biblia!

Los libros, películas y programas de televisión estimulan la imaginación cuando presentan historias sobre la búsqueda de tesoros. Los piratas de la antigüedad amasaban fortunas en oro, plata y joyas; esas riquezas las ocultaban en lugares estratégicos como verdaderos tesoros. Pero hay tesoros mucho más valiosos que todo lo que se encuentra en algún cofre escondido o en un buque de piratas naufragado. Esos tesoros se encuentran en la Biblia. Nosotros los llamamos las promesas de Dios ¡y su valor no se puede medir!

Hace más de 50 años, el autor David MacDonald escribió un artículo para la revista Selecciones titulado: Misteriosa pila de dinero de Oak Island [Isla del Roble]. Narraba la historia de un muchacho de 16 años, Daniel McGinnis, que en 1795 se fue de cacería en la isla Oak, al sur de Halifax, Nueva Escocia en Canadá. Encontró una depresión de tres metros y medio, y encima, un sistema de polea colgado de un árbol. Regresó al día siguiente con dos amigos para excavar. A unos tres metros de profundidad, dieron contra un tablón de madera. A los seis metros, llegaron a un segundo tablón y a los nueve metros descubrieron un tercero. Los muchachos desistieron y se fueron a sus granjas, pero nueve años después regresaron y emprendieron la excavación en serio.

Esta vez hundieron una vara de acero en el suelo y golpearon lo que creían ser un cofre de tesoro a una profundidad como de 30 metros. Pero no lograban alcanzarlo. Al día siguiente regresaron al lugar y encontraron el hueco lleno de agua. El que había enterrado el tesoro, ingeniosamente utilizó técnicas de ingeniería para construir un sistema de túneles de aguas sobre el tesoro y protegerlo para que no se descubriera. Una estimación sugiere que 200 hombres tardarían hasta dos años para construir el complicado sistema.

McGinnis y sus amigos murieron sin encontrar el tesoro. Desde entonces, otros cazatesoros han invertido millones de dólares en la “fosa de dinero” pero solo han logrado recuperar tres eslabones de una cadena de oro y un fragmento de pergamino antiguo. Aun así, los cazatesoros no dejan de especular sobre las riquezas espléndidas que puede haber sepultadas allí: quizás el botín del capitán Kidd o del tristemente célebre Barbanegra o del pirata Henry Morgan. Algunos piensan que el complicado foso puede guardar tesoros del inca robados por exploradores españoles, o las joyas de la corona francesa que pertenecieron a Luis 16 y María Antonieta.

Los cazadores de riquezas llevan más de 200 años derramando su fortuna y agotando su vida en la búsqueda del tesoro de la isla Oak. Se dice que uno de ellos comentó: “He visto bastante como para saber que allá abajo hay un tesoro, y bastante para saber que nadie llegará a él”.

Promesa de un tesoro real

Hay una búsqueda de tesoro que siempre dará riquezas enormes… a quien esté en disposición de realizar el esfuerzo que requiere. Esa búsqueda comienza en la Biblia, donde encontramos maravillosos tesoros de verdad y las invaluables promesas de Dios.

En Occidente la mayoría de las personas tienen por lo menos una Biblia. Muchos la tienen en un lugar especial, como parte de la decoración de su hogar. Fue, tal vez, un regalo que recibieron el día de su boda. Si bien, pocos son los que la leen, hay quienes son diligentes en el estudio de la Biblia. Así como Jesús nos instó a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11), debemos alimentarnos de la Palabra de Dios cada día.

Si usted está buscando una Biblia, o si trata de decidir cuál de sus Biblias usar, nosotros en El Mundo de Mañana generalmente recomendamos la versión Reina Valera versión de 1960 como la traducción más acertada al español. Otras versiones también son de ayuda cuando ahondamos más en el estudio de la Biblia.

Ahora, el hecho de poseer una Biblia no basta. Aunque la mayoría de los occidentales tienen una o más, su conocimiento de las Escrituras deja mucho que desear. Una encuesta realizada en el 2010 por el Centro de Investigaciones Pew, demostró que solo el 45 por ciento de los encuestados podían nombrar los cuatro Evangelios y que más de la cuarta parte creían que la “regla de oro” era parte del decálogo, pero no así el mandamiento de “guardar el sábado”.

La Sociedad Bíblica comisionó un informe en el Reino Unido, el cual reveló que casi la tercera parte de los británicos ignoraban dónde encontrar la historia del nacimiento de Jesús y el 59 por ciento no sabía que las historias de David y Goliat y de Jonás y el gran pez estaban en la Biblia. Según el informe, un increíble 54 por ciento de los niños en el Reino Unido nunca oyen historias de la Biblia leídas por adultos y el 46 por ciento de los padres confundieron un argumento de los cuentos de “Harry Potter” atribuyendo su origen a la Biblia. Dos tercios de los niños británicos no habían visto ni leído la historia de la creación, tres cuartos no habían oído de Daniel en el foso de los leones, más de 9 de cada 10 desconocía quién era el rey Salomón”.

Es muy importante entonces, que quienes no estamos familiarizados con las Escrituras, ¡debemos cultivar la fe de la Biblia! Debemos leerla y estudiarla. Esto nos ayudará a abrir los ojos ante las grandes verdades de Dios.

Una de esas grandes verdades es que Dios ha prometido darnos vida eterna. En el libro de Mateo, un hombre joven le preguntó a Jesús: “¿Qué bien haré para tener la vida eterna?” Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 19:16-19).

¡Jesús le dijo al joven que obedeciera los diez mandamientos! Citó cinco de los diez, y por si alguien pensaba que estaba dando permiso para quebrantar otras leyes que no mencionó, terminó citando del libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18).

Aquí, Jesús mostró que los diez mandamientos son esenciales no solamente en nuestra vida física, sino para recibir la vida eterna de Dios. Debemos señalar que los diez mandamientos no son simples prohibiciones; el quinto mandamiento, que nos manda honrar a los padres, se llama incluso “el primer mandamiento con promesa” (Efesios 6:2). ¡Dios nos dice que obedecer el quinto mandamiento trae bendiciones!

Lamentablemente, el joven de Mateo 19 “se fue triste” (v. 22), optando por no obedecer las palabras de Jesús. Era tanto su apego a sus “muchas posesiones”, que no le permitía ver que ni había obedecido plenamente los diez mandamientos ni obedecía a Jesucristo, quien le había dado esos mandamientos. En realidad, estaba infringiendo el primer mandamiento, puesto que rechazó el llamamiento de Dios por el apego a sus posesiones.

El Reino que Dios promete

Los cazatesoros pueden pasar toda una vida yendo en pos de riquezas. Muchos fracasan. Pero, aunque lo logren, ¿qué habrán ganado? ¿Serán como el joven rico de Mateo 19, que valoraba su riqueza por encima de su Dios? Los seguidores de Jesús, en cambio, buscan un tesoro eterno: el Reino de Dios. El verdadero discípulo debe buscar a Dios con un celo mayor que el de un cazador de tesoros en pos de oro y joyas. Jesús dijo: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Quienes buscan tesoros físicos, materiales, muchas veces fracasan en su empeño. Pero si buscamos el Reino de Dios y su justicia, encontraremos el tesoro más grande de todos. Y además, Dios también promete proveer todo lo que nos haga falta.

Cuando uno sinceramente busca la voluntad de Dios, Él responde a las oraciones. “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:7-11).

Claro está que nosotros debemos hacer nuestra parte. Tenemos que “buscar” y “llamar”. ¿Busca usted un empleo? Desde luego que debe pedírselo a Dios en oración. Pero Dios quizás espera que usted también investigue posibles empleadores y que haga llamadas telefónicas. Busque la justicia de Dios, y, por medio del Espíritu de Dios, haga lo que es justo.

La Biblia compara el Reino de Dios con una perla valiosa. “También el Reino de los Cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:45-46). La perla preciosa representa riquezas espirituales y vida eterna. Los seres humanos siguen aprendiendo la dura lección de que ninguna cantidad de riqueza material trae felicidad duradera. Lo vemos en las lecciones que aprendió el rey Salomón. El Rey lo tenía todo, pero en el libro del Eclesiastés repite este tema: “Vanidad de vanidades; todo es vanidad” (Eclesiastés 1:2). Salomón era el individuo más rico de la Tierra, pero su riqueza no le trajo felicidad. ¿Cuál fue su conclusión después de buscarla de muchas maneras? “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12:13).

Tal como Jesucristo enseñó y como Salomón aprendió, las riquezas verdaderas están al alcance de los que son pobres económicamente. ¿Es usted uno de aquellos que rinden honra y atenciones al que tiene una buena cuenta bancaria, pero desatiende a los que sufren dificultades económicas? ¿Está usted descuidando a las mismas personas que Dios está honrando? El apóstol Santiago nos recuerda: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del Reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5).

Dios ha prometido su Reino, no a quienes poseen grandes recursos financieros, sino a los que le aman. Aunque sean pobres a los ojos del mundo, quienes tengan la riqueza de la fe, poseen la verdadera riqueza, el verdadero tesoro. Buscan el camino de Dios en su vida, y el camino de Dios es un tesoro, como leemos en el libro de Proverbios. “Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; Si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor del Eterno, y hallarás el conocimiento de Dios. Porque el Eterno da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia” (Proverbios 2:1-6).

Quienes reciben el tesoro de la sabiduría de Dios están aceptando unas promesas extraordinarias que pueden cambiarles la vida… por toda la eternidad. El apóstol Pedro escribió: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:2-4).

La promesa de Dios para usted y sus hijos

¿Desea usted contar con la naturaleza divina en su vida? Quien por haber obedecido ha recibido el Espíritu Santo de Dios, ha recibido cierta medida de esa naturaleza divina. Esta es una de las promesas más preciosas en la Biblia. En el día de Pentecostés, el apóstol Pedro dirigiéndose a miles de personas les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:38-39).

Como dijo el apóstol Pedro, la promesa de Dios es para nosotros, y para nuestros hijos, y para todos los que están lejos; para todos aquellos que Dios va a llamar. Si Dios realmente le está llamando a usted, es necesario que responda a ese llamamiento. Arrepiéntase, valore el costo del compromiso (Lucas 14:28) y vaya a Dios en oración pidiendo su guía. Quizás usted sienta que se ha preparado para el bautismo. Si le interesa hablar con un ministro sobre el bautismo, le invitamos a comunicarse con la oficina regional más cercana en las lista de la página 2 de esta revista; y un verdadero ministro de Jesucristo se pondrá en contacto con usted, en el momento y lugar que a usted le convenga, para aconsejarle y ayudarle a prepararse para el bautismo.

Sin el Espíritu de Dios no podemos heredar su Reino. Como escribió el apóstol Pablo: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Mediante el Espíritu Santo de Dios, su propia naturaleza humana puede cambiar, y así usted puede comenzar a seguir a Dios y obedecerle. Pablo también dijo: “La esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Por medio del Espíritu de Dios, podemos reemplazar nuestra naturaleza humana egoísta por la naturaleza de Dios, que es de amor.

Los verdaderos discípulos reciben el don del Espíritu Santo conforme a su promesa, después de arrepentirse y de aceptar la sangre derramada de Jesucristo en remisión de sus pecados. Esta dádiva, o regalo, incluye la extraordinaria promesa divina de salvación por medio del Cristo viviente: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por Él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:6-10). Sí, ¡la maravillosa promesa de Dios es que nos salvará por medio de Jesucristo!

Como hemos visto, la Biblia es un galeón de tesoros lleno de promesas divinas. Una de las más preciosas, pero que muchos pasan por alto, la encontramos en la carta a los Filipenses. Si usted desea paz mental, le convendría actuar conforme a esta promesa: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).

Salomón descubrió que todas las riquezas y tesoros del mundo no pueden comprar la paz mental. Pero Dios sí puede darnos su paz, “que sobrepasa todo entendimiento”. ¿Cómo recordamos a Dios esta promesa? Mediante la oración fervorosa. Leyendo la Biblia, encontraremos innumerables promesas que Dios nos ha dado. De rodillas y en oración, digámosle cuánto deseamos, cuánto necesitamos, lo que Él ha prometido. Oremos sin timidez. Recordemos el pasaje que dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).

Los cristianos podemos orar con confianza, sabiendo que tenemos un Sumo Sacerdote que intercede por nosotros. Dios es amor y Él es el gran dador (Santiago 1:17). Su deseo es darnos incluso la Tierra por herencia (Mateo 5:5). Finalmente, Dios se propone darnos algo aún mejor: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7).

Las promesas de Dios son para nosotros. Estudiemos la Biblia diariamente, y al irnos acercando a Dios, expresemos nuestro agradecimiento por sus muchos e invaluables tesoros; entre ellos, nada menos que su maravillosa verdad. Verdad que Dios desea que tengamos, ahora y en el mundo de mañana.

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