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Muchas de las promesas de Dios a los patriarcas no han llegado al pueblo judío. ¿A quiénes han llegado esas bendiciones?
La Biblia abunda en profecías sobre el futuro de Israel, nación que Dios escogió para que le sirviera. Su historia comenzó con el patriarca Abraham, a quien Dios prometió una magnífica bendición por su voluntad de obedecer. La bendición se transmitió por Isaac, hijo de Abraham, a su nieto Jacob, nombre que Dios cambió a Israel.
Jacob tuvo 12 hijos varones y sus descendientes se multiplicaron hasta convertirse en una nación compuesta por 12 tribus. Dios llamó a esa nación a servir de ejemplo e intervino mucho en su historia. Después de salvar a este pueblo milagrosamente de la esclavitud en Egipto, le dio una misión: “Vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éxodo 19:6).
Dios instruyó a los israelitas, diciéndoles lo que esperaba de ellos, y que debían obedecerle. Cuando vieran las bendiciones que llegarían si guardaban la obediencia, las demás naciones también se propondrían honrar a Dios: “Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como el Eterno mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta” (Deuteronomio 4:5-6).
Las increíbles intervenciones de Dios no solamente liberaron a los israelitas de Egipto, sino que los llevó a una patria prometida. Sin embargo, Israel se resistía constantemente a Dios y a los profetas que les enviaba con el paso de los siglos. Bajo David y Salomón, Israel llegó a ser la nación más poderosa de la Tierra, pero luego se deterioró a raíz de rebeliones continuas después de la muerte de Salomón.
Cuando murió Salomón, una guerra civil dividió a Israel en dos casas. Diez de las tribus rechazaron al rey dinástico y siguieron a otro, pero conservaron el nombre de Israel. Las otras dos tribus formaron la casa de Judá, y llegaron a conocerse como judíos. Con el tiempo, cada una de estas casas, Israel y Judá, cayeron en cautiverio por su constante desobediencia a Dios.
Con el tiempo, la identidad de los pueblos de Israel se perdió de vista. Judá sufrió muchas penalidades, pero sabemos quién forma ese pueblo en los tiempos modernos, y una parte de ellos ha regresado a establecer el Estado llamado Israel. En la actualidad, los judíos solo son una fracción pequeña de la totalidad de los israelitas.
Pero, ¿dónde se encuentran los otros descendientes de Israel? Dios habla mucho de ellos al final de la presente era. Sus promesas a los patriarcas eran asombrosas, pero no todas se cumplieron en el pueblo judío. Por esa razón, muchos suponen que las promesas fallaron o que se hicieron para otros. Examinemos algunas promesas que se cumplirían específicamente en Israel, para saber dónde se encuentra en la actualidad.
Dios hizo esta promesa a Abraham: “Haré tu descendencia como el polvo de la Tierra; que si alguno puede contar el polvo de la Tierra, también tu descendencia será contada” (Génesis 13:16). Esto nunca se cumplió en la nación judía, pero consideremos que, si bien todos los judíos son israelitas, no todos los israelitas son judíos.
Según la profecía, la descendencia de Abraham sería sumamente numerosa: “No se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes. Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti” (Génesis 17:5-6). Los judíos nunca han sido muchas naciones, aunque, como veremos, sí darían origen a un linaje de reyes. En cambio, de Israel sí descenderían muchas naciones importantes e influyentes.
Si bien las naciones descendientes de Ismael, hijo de Abraham, son más o menos populosas y han tenido reyes, la Biblia dice específicamente que la herencia vendría por Isaac: “Dijo también Dios a Abraham: A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre. Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella” (Génesis 17:15-16).
En Génesis 22:15-17 se encuentran dos verdades muy reveladoras: “Llamó el ángel del Eterno a Abraham por segunda vez desde el Cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dice el Eterno, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del Cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos”.
Una puerta puede referirse a un paso estrecho en el globo, como Gibraltar, Suez, el estrecho de Malaca, el canal de Panamá y muchos más. El control naval de varios de esos pasos mediante una gran armada, fue el medio que permitió construir y sostener el Imperio Británico.
Pero en tiempos de Abraham, el vocablo tenía un significado más inmediato, pues se refería a una sede de autoridad administrativa. La Biblia habla con frecuencia de convenios y decisiones administrativas que se celebraban en las puertas de la ciudad. Por ejemplo, el acuerdo que permitió a Booz casarse con Rut, se hizo en la puerta de la ciudad (Rut 4:1-10). En el libro de Ester dice que Mardoqueo estaba “sentado a la puerta del rey”, lo cual significa que ocupaba un puesto alto en el gobierno (Ester 2:19, 21; 5:9).
Esta promesa tenía un significado muy profundo: predecía que la primogenitura concedida a los descendientes de Abraham por su obediencia a Dios, los colocaría en una posición de poder y de control administrativo internacional.
Más tarde se repitió la misma promesa a Rebeca, esposa de Isaac, hijo de Abraham: “Bendijeron a Rebeca, y le dijeron: Hermana nuestra, sé madre de millares de millares, y posean tus descendientes la puerta de sus enemigos” (Génesis 24:60). Es fácil ver que los judíos nunca han ejercido un control tan decisivo sobre sus opositores. Por lo tanto, esta promesa no la recibieron los judíos, sino otros israelitas. Además, vemos que Dios inspiró a Isaac para que entregara a Jacob su primogenitura y la bendición a él prometida (Génesis 28:1-4).
Cuando Jacob, nieto de Abraham, partió de la casa paterna, Dios le mandó un sueño que encerraba una profecía: “Será tu descendencia como el polvo de la Tierra, y te extenderás al Occidente, al Oriente, al Norte y al Sur; y todas las familias de la Tierra serán benditas en ti y en tu simiente” (Génesis 28:14). La profecía predecía que los descendientes de Jacob llegarían a ser un gran pueblo colonizador, que ocuparía muchos lugares.
Poco después, Dios le dijo a Jacob, cuyo nombre había cambiado a Israel, que su familia se convertiría en un conjunto de naciones: “También le dijo Dios: Yo soy el Dios omnipotente: crece y multiplícate; una nación y conjunto de naciones procederán de ti, y reyes saldrán de tus lomos” (Génesis 35:11). Esta profecía arroja más luz sobre la identidad de los descendientes actuales de Israel. Ni Judá ni los judíos llegaron a ser un conjunto de naciones, condición que los descendientes de Israel deben cumplir.
Luego, Dios señaló la tribu de José, distinguiéndola de un modo especial. José, en particular, había de ser una gran potencia colonizadora y también poderosa en la guerra. Encontramos que el auge de Israel, y la tribu de José en particular, llegaría a su plenitud cerca del tiempo del fin, en los “días venideros” anteriores al regreso de Jesucristo a la Tierra. “Llamó Jacob a sus hijos, y dijo: Juntaos, y os declararé lo que os ha de acontecer en los días venideros… Rama fructífera es José, rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro. Le causaron amargura, le asaetearon, y le aborrecieron los arqueros; mas su arco se mantuvo poderoso, y los brazos de sus manos se fortalecieron por las manos del Fuerte de Jacob (Por el nombre del Pastor, la Roca de Israel)” (Génesis 49:1, 22-24).
Muchas naciones tendrían envidia de los descendientes de Jacob. Durante siglos, los pueblos han atacado específicamente a las naciones provenientes de José, o han conspirado contra ellas. Llegando en su ayuda, Dios las ha salvado una y otra vez. ¿Cuáles naciones han tenido esta experiencia?
“Dios, pues, te dé del rocío del Cielo, y de las grosuras de la Tierra, y abundancia de trigo y de mosto. Sírvante pueblos, y naciones se inclinen a ti; sé señor de tus hermanos, y se inclinen ante ti los hijos de tu madre. Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren” (Génesis 27:28-29).
Esta era una promesa de grandes riquezas y tierra fértil. Los pueblos servirían a los descendientes de Jacob. Esta bendición pasó al hijo de Jacob, José. Aun los hermanos de José estarían subordinados a él (Génesis 37:5-10; 42:6). Esto no se ha cumplido en el pueblo judío.
José tuvo dos hijos, Efraín y Manasés, y a ellos se les prometió la gran bendición de la primogenitura, las bendiciones más selectas jamás dadas a un pueblo. Sin embargo, el trono sería de Judá: “Los hijos de Rubén primogénito de Israel (porque él era el primogénito, mas como violó el lecho de su padre, sus derechos de primogenitura fueron dados a los hijos de José, hijo de Israel, y no fue contado por primogénito; bien que Judá llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y el príncipe de ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José)” (1 Crónicas 5:1-2).
Observemos que la primogenitura debía ser compartida por los hermanos Efraín y Manasés. No obstante, cuando Israel bendijo a los dos hijos de José, ocurrió algo sorprendente. La costumbre era que, al transmitir una bendición, se colocaba la mano derecha sobre la cabeza del hijo mayor, quien recibiría la bendición más grande. Sin embargo, Dios inspiró a Israel para que pusiera la mano derecha sobre la cabeza del hijo menor, Efraín: “Y dijo José a su padre: No así, padre mío, porque este es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza. Mas su padre no quiso, y dijo: Lo sé, hijo mío, lo sé; también él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones” (Génesis 48:18-19).
Manasés había de ser una gran nación, pero Efraín sería una multitud de naciones. Los judíos no han cumplido esta profecía, sino que las grandes bendiciones de la primogenitura se dieron a Efraín y Manasés, hijos de José. En cambio, el trono pertenecería a Judá, que “llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y el príncipe de ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José” (1 Crónicas 5:2).
Judá y los judíos producirían el linaje de los reyes en Israel. “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Génesis 49:10). La frase “hasta que venga Siloh” indica que el linaje real seguiría existiendo en la Tierra hasta el momento del regreso de Jesucristo.
Sumando las anteriores predicciones, ¿qué familia de pueblos corresponde a las promesas bíblicas acerca de la primogenitura en los tiempos del fin? Los únicos pueblos de la Tierra cuya descripción coincide con estas predicciones son los de las islas Británicas, incluidos sus descendientes, los pueblos de Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Estados Unidos. Han sido una gran potencia colonizadora cuyos brazos fueron fortalecidos y que fueron salvados en la guerra; que han poseído enormes riquezas en forma de recursos naturales, producción de alimentos y una población grande; y que han controlado gran parte de la riqueza del mundo durante siglos. Esta descripción no corresponde a ningún otro pueblo de la historia humana.
La migración de ese mismo pueblo, que salió del Oriente Medio, atravesó el Norte de Europa (una parte pasó por el Mediterráneo y España camino a Francia y las islas Británicas), está bien documentada históricamente. Aunque la Israel actual ha olvidado gran parte de su pasado, hay algunas pistas que se encuentran escondidas en la historia y las tradiciones.
La historia de los escoceses revela su relación con Israel. En la declaración de Arbroath, firmada el 6 de abril de 1320, el rey Roberto I (Roberto Bruce), y los barones escoceses, dirigieron una carta al papa Juan XXII, en la que planteaban su derecho a la independencia, e incluyeron una cláusula que decía que la nación escocesa “viajó desde Escitia por vía del mar Tirreno y las columnas de Hércules, y moraron un largo tiempo en España entre los pueblos más salvajes, pero ningún pueblo, por bárbaro que fuera, podía subyugarlo. De allí llegó, mil doscientos años después que el pueblo de Israel atravesó el mar Rojo, a su domicilio en el Occidente, donde continúa residiendo” (Archivos Nacionales de Escocia).
Escitia es conocida por los historiadores como la región Norte, entre los mares Negro y Caspio. Allí los asirios llevaron a los israelitas que sobrevivieron a la conquista en el 721 a.C. Algunos de estos sobrevivientes, conocidos hoy como escoceses, migraron por España y llegaron a Escocia alrededor del año 250 a.C, según afirma Roberto I.
Así como vieron millones de espectadores en la coronación del rey Carlos III en el 2023, en esa ceremonia el monarca británico escuchó algunas de las palabras que se emplearon para David y Salomón, y que fueron ungidos con aceite; se sienta en una silla de 700 años diseñada para contener una nudosa piedra. La importancia de esa piedra es que vincula la monarquía británica directamente con el linaje de David. Nuestro folleto Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía, contiene muchos más detalles, junto con profecías específicas que respaldan este argumento. Haciendo aparte la historia, las palabras de la profecía bíblica bastan para llegar a una identificación positiva de los pueblos británicos, como descendientes de Israel en los tiempos modernos.
Pero, no obstante el gran esfuerzo de Dios por asegurar que el pueblo de Israel recibiera su ley y su camino de vida, y pese a que lo salvó de muchas tribulaciones, ese pueblo lo ha rechazado en todos los tiempos. En consecuencia, ha perdido su identidad, prefiriendo las versiones corrompidas a la religión verdadera. Aun hoy, Dios desea que se arrepienta y haga caso de las palabras dichas por los profetas. La alternativa es algo que ningún pueblo desearía.
Antiguamente, Dios puso en Israel vigilantes, profetas y maestros. Israel rechazó a esos mensajeros, pero sus antiguas advertencias siguen en vigor. Pongamos por caso la profecía de Ezequiel sobre el mensaje para un vigilante:
“A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisares al impío de su camino para que se aparte de él, y él no se apartare de su camino, él morirá por su pecado, pero tú libraste tu vida. Tú, pues, hijo de hombre, di a la casa de Israel: Vosotros habéis hablado así, diciendo: Nuestras rebeliones y nuestros pecados están sobre nosotros, y a causa de ellos somos consumidos; ¿cómo, pues, viviremos? Diles: Vivo yo, dice el Eterno el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?” (Ezequiel 33:7-11).
Israel pensará, al final de la era presente, que su riqueza es fruto de su propio esfuerzo, y hará caso omiso del Dios que la proveyó: “Acuérdate del Eterno tu Dios, porque Él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día. Mas si llegares a olvidarte del Eterno tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis” (Deuteronomio 8:18-19).
El pueblo estadounidense y demás descendientes de los británicos, perecerán si no cambian sinceramente su actitud. Unos caerán bajo la influencia del anticristo profetizado, dejándose engañar por sus enseñanzas, si no obedecen la prueba bíblica, que permite comprobar si una figura religiosa enseña conforme a la voluntad de Dios: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20).
La ley de Dios continúa vigente, como lo será cuando Jesucristo regrese a corregir los muchos problemas del planeta, y para librarlo de su archienemigo Satanás. Jesucristo establecerá un gobierno en el cual la ley de Dios será finalmente la práctica universal, y donde la paz, la alegría y la prosperidad resultantes serán tal como se anuncia en muchos pasajes bíblicos. Israel será restaurada, y finalmente será lo que no ha sido hasta ahora: ejemplo para el mundo:
“De Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y Él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente; porque la boca del Eterno de los ejércitos lo ha hablado” (Miqueas 4:2-4).
Jesucristo regresará y dará comienzo a un mundo de paz, prosperidad y justicia. Pero, ¿qué debemos hacer mientras tanto? Si las naciones de Israel no se vuelven ampliamente hacia el Dios de la Biblia, sufrirán hambrunas en gran escala y derrumbe económico. La tercera parte de su población morirá en la guerra y otra tercera parte será sometida a una esclavitud horrenda (Ezequiel 5:12). La profecía es segura, y si no hay arrepentimiento, probablemente se cumplirá en vida de muchos que componen la población actual.
Aunque una nación no se arrepiente, cualquiera que sea, Dios ofrece esperanza a los que estén dispuestos a buscarlo y cambiar su vida. Sofonías, descendiente directo del justo rey judío Ezequías, escribió lo siguiente por inspiración divina: “Buscad al Eterno todos los humildes de la Tierra, los que pusisteis por obra su juicio; buscad justicia, buscad mansedumbre; quizá seréis guardados en el día del enojo del Eterno” (Sofonías 2:3).
La persona que fielmente procure obedecer a Dios el Padre y a su Hijo Jesucristo podrá recibir protección. Dios protegerá a muchas personas obedientes de los horrores que se avecinan. En todas las generaciones, algunos hijos fieles de Dios han sufrido el martirio por su verdad, pero no los ha olvidado, sino que les ha asegurado la máxima promesa, que es vida eterna en su Reino.
Independientemente de las pruebas o las bendiciones que nos esperan, en cualquier circunstancia, no debemos dar preferencia a la protección física por encima de nuestro deber de ser fieles a nuestro Dios. El objetivo final, que tiene para Israel y para toda la humanidad; es nacer en su Reino: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Si esta verdad hubiera motivado a Israel en todos los tiempos, cuánto mayor y más feliz serían sus tierras… y el mundo entero.
El futuro de las naciones de Israel que recibieron la primogenitura está en las manos de ellas, pero el futuro nuestro está en las nuestras. Y nosotros, como personas, podemos decidir si escucharemos las advertencias presentadas a los miembros del pueblo de Israel que viven en los últimos días. De esta manera nos pondremos bajo la protección del Dios todopoderoso. ¿Lo haremos? [MM]