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¿Qué nos puede enseñar una clara mirada sobre el hombre que descubrió América?
Para quienes crecieron en la última mitad del siglo XX, Cristóbal Colón probablemente era uno de aquellos personajes que casi parecían demasiado grandes para ser verdad, según enseñaban en los colegios; descubridor intrépido de tierras nuevas, noble pionero.
Y sin duda fue una figura que captó la imaginación popular. El día de la Raza se ha celebrado con regularidad desde mediados del siglo 19 entre el 12 y el 13 de octubre. Para millones de inmigrantes de ascendencia italiana, Colón es motivo de orgullo étnico, aunque no existía una Italia unida antes de 1861, el navegante viajó como ciudadano de la entonces ciudad estado de Génova. Pero en años recientes, muchos que deploran sus viajes han empezado a celebrar ese mismo día como el día de los Pueblos Indígenas, fiesta que comenzó en Berkeley, California, en 1992 y no tardó en ganar adeptos en muchas naciones.
La mayoría opta por celebrar una u otra de estas fiestas, y unos pocos celebran ambas juntas. Pero ¿en honor de qué? ¿Y por qué?
Todo el que siga las redes sociales ha oído la expresión noticias falsas, y casi todos han leído o escuchado esas noticias. Las hay que mueven a risa: un candidato come bebés y otro es un reptil extraterrestre en traje humano. Pero la mayor parte de la desinformación es mucho más sutil, y se aprovecha de los temores y la ignorancia de la gente, con la cínica intención de manipularla para que apoye una u otra causa.
El fenómeno no es nuevo. Los estudiosos de la Biblia reconocerán que los líderes corruptos de la comunidad judía en Jerusalén propagaban noticias falsas sobre Jesucristo, con ayuda de los guardias romanos que fueron sus cómplices en las calumnias contra el Verbo hecho carne (ver Mateo 26:59-61; 28:11-15).
Las noticias falsas convierten a un hombre común y corriente en un héroe o hacen un bellaco del que fue un héroe. Y son caprichosas: basta ver cómo en la mente popular Elon Musk ha alternado entre bellaco y héroe popular. También lo vemos en la forma como la historia ha tratado a Cristóbal Colón. ¿Fue el primer globalista, dedicado a oprimir a los indígenas americanos y robarles su riqueza? ¿O fue la chispa que dio comienzo a una nueva era de riqueza y crecimiento que beneficiaría al mundo entero? ¿O sería un poco de ambos? Observemos los hechos.
Antes de 1453, los comerciantes europeos viajaban por tierra a la India y China, relativamente exentos de peligros gracias a los tratados entre el Imperio Bizantino y el Imperio Mongol. Pero cuando Constantinopla cayó en manos del Imperio Otomano y Bizancio se vino abajo, fue necesario buscar rutas marítimas. Si todavía hubiera rutas seguras por tierras de Eurasia, es posible que Colón no hubiera viajado.
Contrariamente a lo que creen algunos, Colón y la mayoría de los europeos de su época entendían que nuestro planeta es una esfera. Este conocimiento existió incluso desde la antigüedad. Ya en el siglo cuarto a.C., el filósofo griego Aristóteles sabía que la Tierra es redonda, y el científico griego Eratóstenes había medido su circunferencia en el siglo tercero a.C. Ambos pensadores eran conocidos por los eruditos del medioevo. Era tal el respeto que se le tenía a Aristóteles, que no solamente su conocimiento científico, sino toda su visión del mundo, había dado forma a buena parte de la filosofía católica que prevalecía en la época de Colón. El navegante era consciente de los peligros de un largo viaje por mar, pero entre sus temores no estaba el de caerse de la orilla de la Tierra.
Es importante considerar también el medio religioso y político de la época. Buena parte de la península Ibérica había estado bajo el dominio musulmán entre los años 711 y 1238 d.C., y no fue hasta 1492, año del primer viaje de Colón, que los ejércitos católicos reconquistaron Granada, último reducto musulmán en España.
Fue en medio de todo esto, cuando el papa Nicolás V emitió en 1452 la bula papal Dum Diversas, que permitía esclavizar a “sarracenos [musulmanes], a paganos y demás infieles”. Además, en 1493, el papa Alejandro VI emitió su bula Inter Caetera, según la cual una nación cristiana no tenía derecho de establecer dominio sobre tierras ya dominadas por otra nación cristiana. Los dos decretos papales reforzaron el deseo de explorar nuevas tierras, donde el descubridor tenía rienda suelta para dominar los recursos y los pueblos. El crecimiento del Imperio Otomano pudo ser un estímulo a los viajes de Colón, pero el papado le dio nuevas perspectivas de beneficiarse más allá del mar.
Colón no llegó a la India, aunque a los naturales de América se les llamó indios por su error de pensar que había alcanzado la India, en lugar de lo que hoy conocemos como las Indias Orientales. Fue solo después de los viajes de Américo Vespucio (quien dio su nombre a América), cuando los europeos entendieron claramente que Colón no había hallado una cómoda vía marítima a la India, sino que había llegado a otro continente.
En cada uno de sus cuatro viajes, entre 1492 y 1504, Colón encontró tribus autóctonas en guerra y buscó alianzas donde pudiera. En la isla de La Española, conoció las tribus taínas que primero lo acogieron como un aliado contra los caribes, a quienes aborrecían como una violenta tribu de caníbales (si bien los estudiosos debaten hasta el día de hoy, si los cargos de canibalismo eran noticias falsas, propagadas por los taínos para difamar a sus enemigos y promover su esclavitud).
La historia muestra que Colón no fue un conquistador rapaz, sino un diplomático. Indudablemente obligó a los taínos a cumplir el peligroso trabajo de las minas, y muchos cayeron víctimas de enfermedades y lesiones. Pero sería un error tildarlo de simple racista, pues hay constancia de que también actuó con ferocidad contra europeos que se atrevían a oponérsele, y cierto informe chocante indica que hizo cortar la lengua de una mujer española, quien se atrevió a insultarlo por su linaje. Aunque Cristóbal Colón se mostró en ocasiones como un líder cruel, no era el genocida maniático que muchos pretenden. Los relatos de la época, por ejemplo, de Bartolomé de las Casas, que se destacó por su defensa del pueblo taíno, informan que los colonos españoles cometían atrocidades, pero que en ocasiones Colón intervenía en apoyo de los naturales, y castigaba a los agresores europeos.
¿Fue Cristóbal Colón un criminal de guerra, el Pol Pot de su época? Si buscaba fama, como la persona que impuso el dominio español sobre los pueblos indígenas, habría que considerarlo un fracaso.
En su viaje de 1492, Colón estableció en la costa Norte de Haití un fuerte conocido como La Navidad. En diciembre de 1492, pobló el nuevo asentamiento, la primera colonia europea en América desde los tiempos de Leif Erickson, con casi 40 varones y lo dotó de amplias provisiones. Al respecto escribió en su diario: “Tengo por dicho que con esta gente que yo traigo sojuzgaría toda esta isla… son desnudos y sin armas y muy cobardes” (Diario del descubrimiento, tomo 1, cervantesvirtual.com, consultado el 24 de septiembre del 2025). Sin embargo, cuando Colón regresó a la colonia en noviembre de 1493, la encontró arrasada por el fuego, desolada, excepto por los cuerpos de varios colonos que habían sido muertos por un jefe taíno, cuando los europeos se pusieron a reñir.
¿Se dio por vencido Colón? ¿O hizo la guerra a los taínos? ¡No! Estableció otra colonia hacia el Oriente y la llamó La Isabela en honor de la Reina de España. Allí esperaba que los colonos pudieran explotar metales preciosos, pero el nuevo asentamiento cayó víctima del hambre y las enfermedades, y pronto fue arrasado por un grupo de colonos amotinados.
Pese a estas complejas circunstancias, sorprende ver la facilidad con que la fama de Colón ha sido mancillada por críticos modernos, que pretenden avanzar con ello sus fines políticos y sociales.
Algunos historiadores postulan que exploradores chinos llegaron a la costa Occidental de Norteamérica en 1421, decenios antes de los viajes de Colón. Es bien sabido que cientos de años antes de eso, el explorador vikingo Leif Erickson llegó a la costa Oriental de lo que hoy es Canadá. Sabemos, además, que los pueblos indígenas poblaron el continente Americano miles de años antes de ver a un colono europeo.
Entonces, ¿qué es lo que distingue a Colón? En palabras del estudioso Hans Selye: “La diferencia importante entre el descubrimiento de América por los indígenas, por los nórdicos y por Colón es que solamente Colón logró unir el continente Americano al resto del mundo” (Del sueño al descubrimiento: ser científico), 1964, pág. 89). Los europeos trajeron a América mucho más que sus enfermedades, y regresaron a Europa con plantas y alimentos nuevos: papa, tomate, pimentón, piña, maní y más. Cuando pensamos en la “hambruna irlandesa de la papa”, en la década de 1840, ¿cuántos recordamos que la papa fue una importación de América, que había dado nueva vitalidad a la agricultura de Irlanda?
Al conectar Europa con América, Colón inició otro cambio enorme. Europa llevaba siglos mirando hacia adentro, hacia su propio pasado ancestral como medida de lo que se podía saber o lograr. No es coincidencia que hubo tantos descubrimientos científicos después de Colón, y otros exploradores que le mostraron a Europa que había nuevos conocimientos por descubrir, fuera de los viejos libros de historia europea.
La realidad de Colón no concuerda con las caricaturas que presentan sus opositores… ni sus defensores. Colón fue mucho menos bárbaro que otros colonizadores españoles, que saquearían a América en los siguientes decenios. Hizo amistad con al menos una tribu y con muchos personajes indígenas. Pero al contender con caníbales y guerreros no fue pusilánime: no vaciló en matar a sus enemigos cuando podía. Y debemos recordar también el otro lado de esa historia. Antes de la llegada de Colón, las tribus indígenas a menudo vivían en guerra, sin mostrarse más renuentes a matar que Colón ante sus enemigos.
Leamos algo inspirado por Dios al profeta Isaías: “He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo” (Isaías 40:15). Aun cuando la humanidad rechaza sus caminos, Dios tiene poder para hacer cumplir sus designios, sea mediante triunfos o mediante tragedias.
¿Es acaso malo celebrar el día de la Raza o el día de los Pueblos Indígenas, o ambos? ¡No! Como hemos visto, la mayoría de quienes celebran ese día tienen ideas tan variadas como equivocadas. ¿Y acaso es sorpresa? Los lectores habituales de esta revista comprenden que vivimos en una cultura donde incontables millones de personas se declaran cristianas, y celebran fiestas que no solamente están plagadas de errores, sino que son francamente contrarias a lo que enseñó Jesucristo.
En nuestro mundo cada vez más se impide que los hechos hablen por sí mismos. Parece que todo el mundo tiene sus motivaciones personales, y la verdad tiene acogida solamente si concuerda con esas motivaciones. Pero se acerca el momento en que mitos, fábulas y motivaciones políticas; serán reemplazados por la dedicación a la verdad en todas las sociedades. Así será porque, al regreso de Jesucristo, el mundo quedará bajo el Reino de Dios: “Porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en Él; es justo y recto” (Deuteronomio 32:4) [MM]