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Todos tenemos algún refrán favorito que aprendimos en la vida, quizá de nuestros padres o abuelos. Por ejemplo, la madre de mi esposa le enseñó: “Donde las dan las toman”.
Lo hemos visto en la práctica en la lucha por la igualdad de los sexos en el deporte. En los años setenta, las mujeres en Occidente procuraron invadir áreas que habían sido exclusivas del hombre. Las niñas querían jugar en los equipos masculinos de béisbol, fútbol y básquetbol. Las periodistas exigían acceso a los vestidores de los hombres después de los partidos, razonando que sin ese acceso no recibirían la mejor información.
Pero donde las dan las toman. Ahora los hombres que se creen mujeres (¡aunque no lo son!) invaden, al parecer, todo lo que sea femenino, no solamente los vestidores y baños de mujeres, sino también los deportes. Activistas que promueven sus ideas de inclusión encuentran fácil intimidar a las personas superficiales, sin carácter ni referente moral, y esas ideas las dejan pasar. Felizmente, en muchos lugares parece haber surgido una activa resistencia.
Hay citas que provienen de grandes discursos. El presidente estadounidense Ronald Reagan, frente a la puerta de Brandemburgo, en Berlín, lanzó el siguiente reto, que se hizo famoso, al presidente soviético: “Señor. Gorbachov, ¡derribe este muro!” ¿Y quién puede olvidar el comentario de Jim Lovell, aparecido en el documental dramatizado Apolo 13: “Houston, tenemos un problema”? Era una ligera alteración de las palabras que realmente dijo Lovell: “Houston, hemos tenido un problema”. Pero la expresión que aparece en la película suele emplearse para llamar la atención sobre cualquier tipo de problema.
Unas citas son muy largas y menos fáciles de memorizar, pero encierran mucho sentido. Una de mis preferidas es del presidente estadounidense Teodoro Roosevelt. La cita se resume como: “El hombre en el ruedo”, frase breve que trae a la mente la riqueza de su mensaje:
"Lo que cuenta no es el crítico; no es el hombre que señala cuando el fuerte tropieza, o cuando el que hace las obras podría haberlas hecho mejor. El mérito corresponde al hombre que de hecho está en el ruedo; que tiene el rostro manchado de polvo, sudor y sangre; que pugna valientemente, que yerra, que se queda corto una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y falla; el que se esfuerza de verdad por cumplir, que conoce los grandes ardores, las grandes devociones; que se consagra a una causa digna, que en el mejor de los casos conoce al final el triunfo de un gran éxito, y que en el peor, si falla, al menos falla atreviéndose con gran esfuerzo; de modo que su lugar nunca estará con las almas frías y tímidas, que ni conocen la victoria ni conocen la derrota”.
Por inspiradoras que nos parezcan las palabras de Roosevelt, no podemos permitir que la emoción nos impida ver su más grande significado. Todos vivimos en una serie de ruedos: El trabajo, el estudio, la familia y otras actividades laicas. Pero hay un ruedo mucho más grande, el que revela el propósito de la vida; y al final este será el único ruedo que cuenta. Jesucristo lo describió claramente: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:31-33).
Roosevelt veía que muchas personas se limitan a mirar desde la barrera, contentas con una vida fácil, de seguridad y confort, mientras que otras se lanzan al ruedo, arriesgándolo todo. En El Mundo de Mañana lo vemos todos los días. Por medio de nuestras revistas, folletos, los programas que transmitimos y otros medios; revelamos las tradiciones paganas y seculares insertadas en el cristianismo moderno. Mostramos, basados en las Escrituras, que a Dios no le agrada que los suyos tomen prestado del paganismo. Pero, ¿cómo responde la mayoría? ¡Siguen tan satisfechos como siempre!
Muchos de los que leen o miran El Mundo de Mañana reconocen que el cristianismo tradicional está plagado de doctrinas ajenas a la Biblia; pero, por temor a contrariar a sus familiares y amigos, siguen por el camino de la tradición en vez de el de la Biblia. Sin embargo, Jesús reprochó a quienes, en su época, daban prelación a las tradiciones por encima de la Palabra de Dios: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Marcos 7:6-7). Dijo que se sentían satisfechos con sus casas edificadas sobre tierra… hasta que estas se venían abajo (Lucas 6:46-49).
En el libro del Apocalipsis, el apóstol Juan consignó siete mensajes a siete congregaciones de la Iglesia de Dios en el primer siglo. Estas representaban siete etapas, o eras, por las que pasaría la Iglesia de Dios desde el siglo primero hasta el regreso de Cristo. Es claro que las dos últimas existen en el tiempo del fin. Una pasa con fervor por las puertas abiertas y predica el verdadero evangelio de Jesucristo. La otra, entregada a la actitud que predomina antes del regreso de Cristo, es oronda, transigente y ufana. Estos son los cristianos tibios que miran desde la barrera pero que no entran al ruedo.
Jesús habló de estas personas en la parábola de las minas. Allí leemos que un noble (que representa a Jesucristo) se va a un país lejano (el Cielo), y entrega a tres siervos suyos una tarea para cumplir en su ausencia: multiplicar lo que les ha entregado. A su regreso, premia a dos de los siervos concediéndoles cierto mando, pero al tercero, que se quedó en la barrera, lo reprende: “¿Por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas… Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Lucas 19:23-24, 26).
La parábola de los talentos encierra un mensaje análogo. Los que están en el ruedo multiplican sus talentos y reciben el premio. El que se queda en la barrera lo pierde todo:
“Señor, te conocía que eres hombre duro… por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí… Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos… Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 25:24-26, 28, 30).
Muchos que se declaran cristianos, tal vez tienen una esperanza vaga de recibir un premio glorioso al morir, y la verdad es que no les entusiasma mucho un futuro en el paraíso comparado con su vida diaria actual. Otros son aficionados a la religión, que seleccionan y eligen para formar una religión propia, diferente de lo que Jesús enseñó. Estas personas, satisfechas con su imaginaria relación personal con Dios, suelen encontrarse en la barrera, no en el ruedo. Otras entran en algún ruedo, pero alejado de aquel donde deberían estar.
Querido lector: ¿No es hora de lanzarse al ruedo? ¿El ruedo correcto? Comuníquese con nosotros en la dirección más cercana a su domicilio (ver la página 2 de esta revista) si le gustaría saber más sobre El Mundo de Mañana, y sobre cómo acercarse a la Iglesia que patrocina esta obra. Tenemos ministros en todo el mundo que están muy dispuestos a ayudar, pero cada uno tiene que estar dispuesto a decidir.