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Mientras criamos hijos desde que nacen hasta que lleguen a adultos, debemos asegurar que esa crianza sea conforme a los principios de Dios.
Proverbios 22:6 es un pasaje que nos da una esperanza profunda: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.
¡Suena tan sencillo!
Pero en realidad, los años de crianza infantil se sitúan entre los primeros en la lista de no tan sencillos. Una clave de la buena crianza es servirnos de diferentes estrategias en diferentes momentos de la vida del hijo. Los padres que no varían su forma de tratar con los hijos a medida que crecen, pueden terminar por irritarlos en vez de enseñarles y formarlos. El apóstol Pablo advirtió contra eso en su epístola a los efesios: “Vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4).
En la etapa del recién nacido hasta cerca de los 18 meses de edad, la nueva personita requiere cuidados especiales, ya que al principio es totalmente indefensa. Luego, la etapa que podríamos llamar la infancia temprana (más o menos de los 18 meses a los 3 años), trae retos enteramente nuevos cuando el que fue un recién nacido incapaz, empieza a encontrar su lugar en el mundo; lleno de necesidades y exigencias que los padres deben canalizar hacia un desarrollo sano. Después vienen las tres etapas que conducen a la edad adulta. Veamos cada una brevemente:
En estos años de formación, los niños continúan explorando su mundo. Los padres y madres prudentes no se limitan a familiarizarlos con los números y el alfabeto, sino que al guiarlos y enseñarles irán introduciendo los principios de Dios. Por ejemplo, enseñarles a compartir los juguetes con otros niños no es solo para que sean amables. Es un pequeño paso, como principiantes, de la virtud divina del dar. Es para que aprendan a amar al prójimo actuando con generosidad, y si no lo mostramos a nuestros hijos, ni nosotros compartimos, ellos no lo harán con los demás. ¿Por qué habrían de hacerlo? El día que se reúnan a jugar con otros niños, van a poner en práctica lo que han aprendido. Quienes no han aprendido a compartir, no lo van a hacer de repente; por muy firmemente que los amoneste su madre o padre.
En esta etapa, los padres también deben continuar enseñando a sus hijos a dominar sus emociones. Cuando aprenden a jugar juegos y deportes, y cuando empiecen a aprender manualidades y música, habrá muchas oportunidades de éxito y fracaso, de alegría y frustración. El niño no es el único que debe lidiar con estas experiencias, la madre y el padre también. Y si los instruyen y enseñan a manejar sus emociones, les darán una ventaja para toda la vida. El libro de los Proverbios, que tiene muchos principios para inculcar en los hijos, también señala este punto: “Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios 25:28). Un niño en edad preescolar no es demasiado pequeño para aprender a dominar sus emociones. Al hacerlo, sus relaciones indudablemente se beneficiarán, y su salud mental estará en mejor estado. Y todo esto comienza con la formación que recibe en casa.
Cuando llegan a esta etapa, los niños comienzan a mostrar un verdadero uso de razón. Siguen absorbiendo conocimientos como una esponja. Quieren saber qué, por qué y cómo. Aún siguen muy inclinados hacia los padres, deseosos de recibir la aprobación paterna cuando emprenden actividades nuevas y prueban nuevas habilidades. ¿En qué difiere esta etapa de la anterior? ¿Qué reajustes exige en nosotros?
Primero, es importante reconocer que tenemos que reajustar. Tenemos que dar a los hijos oportunidades de aprender en un medio más organizado y formal, sea en el aula de la escuela o siguiendo un plan de estudios en casa. También es conveniente brindar otras experiencias de aprendizaje, como deportes y música. Esta es una buena edad para enseñarles a cuidar de la mascota o de las plantas. Aprender a trabajar es tan importante como aprender a jugar, y los niños pueden adquirir perseverancia y sentido de responsabilidad, mientras ayudan con los quehaceres de la casa como parte de su educación.
Uno de los más grandes retos en esta etapa, es lograr el equilibrio entre la sobreprotección de nuestros hijos, y la falta de atención a los peligros que se les pueden presentar. Si no tenemos cuidado, en estos años los hijos se ocuparán menos de la aprobación paterna, y más en la aprobación de sus compañeros. Si asisten a una escuela con otros niños, pasarán más tiempo con ellos que con nosotros; y la manera de pensar de sus compañeros se les puede convertir, fácilmente, en algo muy fuerte e importante. Lo mismo puede decirse de los niños que reciben su instrucción escolar en casa, especialmente si pasan tiempo en las redes sociales. Preguntémonos, entonces, hacia adónde se inclinan nuestros hijos: ¿Hacia sus compañeros o hacia sus padres? ¿De quién son más importantes las ideas y opiniones? A medida que aprenden a interactuar con sus compañeros, es vital que fortalezcan las relaciones con sus padres.
¿Y cómo es su relación con la tecnología? Los medios digitales ofrecen oportunidades valiosas para aprender, pero también pueden exponer a los niños a escenas violentas, lenguaje soez e incluso pornografía; cosas que corrompen su aprovechamiento del tiempo y afectan peligrosamente su crecimiento. Los adultos que no vigilan atentamente y limitan el tiempo de pantalla en sus hijos, encontrarán que su papel de padres cede ante el imperio de los compañeros, y de empresas que se benefician descarriando a los niños.
Los hijos en esta etapa necesitan vigilancia. Necesitan guía y enseñanza que refleje lo que Dios ordena, y es responsabilidad de los padres darles esa formación. Lo que dijo Dios a los israelitas sigue siendo útil en la actualidad: “Pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma… Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes” (Deuteronomio 11:18-19).
Los años de adolescencia tienen fama de ser un período de rebeldía y obstinación. No obstante, si se han puesto bien los cimientos en las etapas anteriores, estos años pueden ser fascinantes y muy satisfactorios para los padres. Los niños absorben todo lo que van aprendiendo, pero los adolescentes comparan lo que han aprendido con el mundo que los rodea. Sin darse cuenta, comienzan a analizar la validez de lo que han dicho sus padres, teniendo en cuenta los mensajes que reciben de la sociedad y de sus compañeros.
Un mito muy difundido dice que tan pronto los niños se convierten en adolescentes, es inevitable que sean rebeldes. Es cierto que a menudo lidian con lo que ven y oyen a su alrededor, porque gran parte de lo que el mundo les ofrece puede parecer muy atractivo. Entonces, el reto para nosotros como padres es continuar enseñándoles y formándolos durante estos años, a la vez que les damos espacio para ejercer su independencia en una medida apropiada. Una de las mayores alegrías como padres, es ver la luz del entendimiento en los ojos de nuestros adolescentes, cuando reciben los buenos frutos de los principios de Dios.
Como hemos visto, cada etapa en el crecimiento de un hijo, trae sus propios retos y recompensas maravillosas para padres y madres. Salomón lo dijo muy bien cuando escribió: “He aquí, herencia del Eterno son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta” (Salmos 127:3-5). Para ampliar este tema, les invitamos a solicitar nuestro instructivo folleto gratuito titulado: ¿Por qué es tan difícil criar hijos? También puede descargarse desde nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org . Les será muy útil para guiar a sus hijos en todas las etapas de su crecimiento y desarrollo. [MM]