“Masada no volverá a caer jamás” | El Mundo de Mañana

“Masada no volverá a caer jamás”

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¿Cuál es la fuente de la resiliencia de Israel? ¿Y qué hace?

¿Qué dice la profecía sobre el presente de Israel y su futuro?

Cuando terroristas de Hamás invadieron a Israel en octubre del año pasado, no pude menos que reflexionar sobre cuántas cosas han persistido sin cambiar, desde la primera vez que estuve allá con mi esposa hace 45 años. Y pensé en Masada, la fortaleza donde, según el antiguo historiador Josefo, casi mil patriotas judíos murieron en el asalto romano del año 73 d.C.

Los terroristas de Hamás dieron su golpe cuando en Israel guardaban Shemini Atzeret, uno de los días santos anuales de la Biblia, conocido como el Último Gran Día. Mataron civiles, decapitaron niños, violaron mujeres y se llevaron rehenes para usarlos como materia de negociaciones y como escudos humanos. Incluso usaron los teléfonos celulares de sus víctimas para enviar videos a los familiares y demás contactos de la ejecución. Gran parte del mundo vio esas atrocidades como algo espantoso, pero es triste saber que hubo quienes vitorearon o celebraron en favor de los terroristas, tal como habían hecho cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre del 2001.

La mayor parte de los observadores miran el terrorismo de Hamás y la respuesta israelí dentro del contexto del aquí y el ahora. Y se preguntan adónde lleva todo esto. Pero, ¿estarán comprendiendo que detrás de todo hay algo más grande? ¿Se darán cuenta de que están presenciando el cumplimiento de profecías bíblicas? Apreciados lectores, ¿entienden lo que está ocurriendo y adónde se encamina? Si desean saberlo, continúen con la lectura de este artículo.

El profeta bíblico Zacarías escribió sobre hechos relacionados con Judá (los judíos) y Jerusalén hace unos 2.500 años. Estas profecías, que se encuentran en los capítulos 12 y 14 de su libro profético, son específicas y fáciles de comprender. Su exactitud atestigua de que solo Dios los inspiró, y los detalles no permiten dudar que son para nuestros días… y los días que se avecinan.

La batalla de Masada

Mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de visitar Israel en 1978, y uno de los lugares en nuestra gira fue Masada. Esta antigua fortaleza se levanta unos 425 metros sobre el nivel del mar Muerto, en la orilla del desierto de Judea. Con su piscina y su sauna, sirvió de palacio de invierno de Herodes. A pesar de su ubicación, se dice que una serie de canales y cisternas almacenaban el agua de lluvia, y con esto se abastecieron mil residentes durante más de dos años.

Masada fue impresionante, pero lo que llama la atención es la historia de la fortaleza en el primer siglo. La sublevación judía contra sus gobernantes romanos acarreó desastres para la población en el año 66 d.C. Cuatro años más tarde cayó Jerusalén, tal como lo había predicho Jesús (Mateo 24:1-2). El asedio de Jerusalén fue brutal, también como lo había predicho Jesús (Mateo 23:37-39); y el historiador judío Flavio Josefo consignó algunos detalles.

A Masada acudieron los zelotes para su resistencia final. El único camino para subir a la meseta era un sendero largo que serpenteaba por la montaña y que era fácil de defender. Todavía se ve el sendero, junto con los vestigios de ocho campamentos con muros de piedra que rodean la fortaleza. No había manera fácil de atacar a los insurrectos, sentados cómodamente en su meseta. Pero los romanos persistentes emprendieron un gran proyecto de construcción. Hicieron una rampa de tierra y grava hasta la cima del costado occidental. Es una estructura desgastada por el tiempo pero que aún está allí.

Con 15 romanos por cada judío, para estos era evidente que había llegado el día fatal; y como la ley judía prohibía el suicidio, optaron por matarse unos a otros, antes de permitir el ultraje de sus esposas, la esclavitud de sus hijos y la derrota de los hombres en batalla. Josefo narra lo ocurrido según el testimonio de las poquísimas mujeres y los niños que sobrevivieron. También consigna la esencia del mensaje pronunciado por el líder del enclave para animar a sus compatriotas.

“Que mueran nuestras mujeres sin ser injuriadas y nuestros hijos sin conocer la esclavitud. Después de que los últimos perezcan, concedámonos mutuamente un noble favor al conservar la libertad como una hermosa tumba. Pero previamente prendamos fuego a nuestros bienes y a la fortaleza, porque sé, perfectamente, que los romanos se frustrarán de no apoderarse de nuestras personas y de no obtener ninguna ganancia. Dejemos solamente los víveres, dado que, cuando ya estemos muertos, serán el testimonio de que no fuimos vencidos por el hambre, sino que, según decidimos desde un principio, hemos preferido la muerte a la esclavitud” (La guerra de los judíos, libro 7, capítulo 8).

Masada es un monumento y un símbolo para Israel. Los soldados israelíes juran: “Masada no volverá a caer jamás”, y hacen peregrinajes nocturnos al lugar como parte de su iniciación en las fuerzas armadas.

Los presidentes de Estados Unidos han declarado tradicionalmente su apoyo. Poco después de los ataques de Hamás, el presidente Biden declaró sin ambages el 10 se octubre: “Que no quede duda: Estados Unidos respalda a Israel”. El presidente George W. Bush había declarado el apoyo estadounidense en términos que invocaban a Masada, en un discurso ante el Knéset, en mayo del 2008, proclamó: “Ciudadanos de Israel: Masada no volverá a caer jamás, y tendrán a Estados Unidos a su lado”.

En caso de que no se haya captado el significado de lo anterior, en 1978 nuestro guía lo dejó muy claro: Los israelíes actuales, como los zelotes de Masada hace dos milenios, no están dispuestos a aceptar una derrota. Si caen, harán caer a sus enemigos con ellos. Pocos comentaristas se atreven a decir que Israel tiene las armas nucleares y convencionales para hacer precisamente eso. Ahora que los israelíes se enfrentan al peligro de extinción a manos de Irán, de las naciones que les sirven de agentes, y otros grupos árabes e islámicos. Nadie debe dudar de su empeño por sobrevivir: Masada no volverá a caer jamás.

Profecías para hoy

Una de mis principales conclusiones de la visita al Estado de Israel fue su tamaño diminuto. Un avión de combate moderno puede volar del territorio de Cisjordania, dominado por los árabes, hasta Tel Aviv en once segundos. ¿A quién le gustaría tener enemigos mortíferos viviendo tan cerca? Y por fuerte que sea Israel, ¿cómo puede defenderse contra probabilidades tan abrumadoras? ¿Cómo es posible que la nación de Israel haya sobrevivido tanto tiempo? Dios nos da la respuesta en las páginas de su Palabra, la Biblia.

El Estado de Israel ha sobrevivido a tres grandes guerras (1948, 1967 y 1974), dos intifadas (insurrecciones violentas que duraron seis y cinco años respectivamente), hombres suicidas cargados de bombas y ataques con cohetes… Y ahora, tras 75 años de existencia, está enfrascado en su cuarta guerra, la más peligrosa hasta la fecha. Cada vez, dicen los israelíes, que por grande que sea el daño, quienes se levantan contra ellos terminan derrotados y ensangrentados. Precisamente eso fue lo que predijo el profeta Zacarías. El capítulo 12 de Zacarías empieza aclarando quien está detrás de esta profecía: no un fantasma juguetón en la noche ni una bola de cristal, sino el Creador de los Cielos y de la Tierra: “El Eterno, que extiende los Cielos y funda la Tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él” (v. 1).

Enseguida leemos una profecía que se ha cumplido vez tras vez en los últimos 75 años: “He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la Tierra se juntarán contra ella” (vs. 2-3).

¿No vemos que las naciones que hoy rodean a Israel y a Jerusalén están ebrias de odio? ¿No podemos ver que el problema de Jerusalén es una piedra muy pesada para quienes deseen librarse de ella? ¿Y no vemos que todos los que intentan resolver el problema (“se la cargaren”) quedan destrozados?

Veamos qué más nos dice el pasaje. El hecho de que los judíos ejercen el control sobre Jerusalén no es un punto trivial. Dios pronunció esta profecía hace 2.500 años. ¡Pensémoslo! ¿Pudiéramos hacer una predicción sobre una ciudad cualquiera en el mundo, señalando la situación en que se hallaría 2.500 años después? Consideremos que los romanos destruyeron la ciudad de Jerusalén en el año 70 d.C. Y luego, en el año 135 d.C., sacaron a los judíos de su tierra. No ha existido un Estado judío desde el 135 hasta 1948. ¡Entonces, esta profecía no podía cumplirse en ninguno de esos 1.813 años!

Así nos queda claro: Los judíos en Jerusalén, Jerusalén una piedra pesada, y cuantos intenten cargársela, terminan despedazados, ensangrentados. Además, todas las naciones están reunidas contra ella. Año tras año, en las Naciones Unidas se aprueban más resoluciones condenatorias contra Israel, que sumadas las resoluciones condenatorias sobre las demás naciones. En el 2022, la Asamblea General aprobó 15 contra Israel, y 13 contra todas las demás. ¿Será mera coincidencia? ¿Cómo se podía saber con 2.500 años de anticipación, cuál sería la situación de esta diminuta franja de territorio en el extremo oriental del mar Mediterráneo?

Zacarías continuó, señalando la suerte de las naciones que se opongan a los judíos: “En aquel día pondré a los capitanes de Judá como brasero de fuego entre leña, y como antorcha ardiendo entre gavillas; y consumirán a diestra y a siniestra a todos los pueblos alrededor; y Jerusalén será otra vez habitada en su lugar, en Jerusalén” (12:6).

Esto, sin duda, se escucha como el momento actual. Pero, ¿cómo podemos saber que estas profecías no se cumplieron hace mucho tiempo? ¿Cómo podemos saber que son para nuestros días y para el próximo futuro? Se sabe, como ya señalamos, que los judíos carecían de control sobre Jerusalén desde el año 135 d.C., hasta 1948; y no controlaron la totalidad de la ciudad hasta la Guerra de los Seis Días en junio de 1967.

Y hay más. Las profecías de Zacarías 12 son continuas y culminan con la batalla final por Jerusalén. Los versículos que hemos leído predicen lo que viene ocurriendo durante toda la historia de Israel a partir de 1948, pero la última parte del capítulo habla de un tiempo muy específico, un tiempo cuando el Mesías intervendrá directamente, y de una manera que los judíos comprenderán por fin que Jesucristo es el Hijo de Dios.

“En aquel día el Eterno defenderá al morador de Jerusalén; el que entre ellos fuere débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como Dios, como el ángel del Eterno delante de ellos. Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén. Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por Él como quien se aflige por el primogénito” (12:8-10).

Esta profecía dice que Jesucristo intervendrá por Judá y Jerusalén, pero incluye una profecía que prevé su primera venida: “Mirarán a mí, a quien traspasaron”, e indica la terrible tortura que padeció y cómo habría de morir por nosotros.

El día del Eterno

El capítulo 14 de Zacarías reitera parte del capítulo 12, pero se centra en la crisis del tiempo del fin, cuando regrese Jesucristo. El primer versículo nos dice que “el día del Eterno viene”. Este es un período que se menciona en más de 30 profecías y se refiere al tiempo del fin. Veamos nuevamente el odio irracional contra los judíos, y a sus enemigos alineados contra ellos: “Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, mas el resto del pueblo no será cortado de la ciudad” (14:2).

Entonces ocurrirá lo mismo que ocurrió el 7 de octubre del 2023 pero en una proporción mucho mayor: violación de mujeres y saqueo de casas… y esta vez tomarán a medio Jerusalén como rehenes... Y no serán unos cuantos grupos de terroristas: “Todas las naciones” harán el último esfuerzo por deshacerse de la “piedra pesada”. Apocalipsis 11:2 nos indica que cuando caiga Jerusalén, será hollada durante tres años y medio.

Comparando la cronología de Zacarías con los hechos revelados en el Apocalipsis, resulta claro que estos versículos prevén el momento cuando Jesucristo regresará, y pondrá fin a la locura: “Después saldrá el Eterno y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla” (Zacarías 14:3). Los hechos explicados en el versículo 4 confirman que no pueden referirse a hechos del pasado, sino a un tiempo que todavía está por venir: “Se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur”.

Efectivamente, Jesucristo intervendrá y pondrá fin a la insensata carnicería contra los judíos. Además, pondrá fin a la guerra y la destrucción en todo el mundo: “El Eterno será Rey sobre toda la Tierra” (v. 9). Ya no quedará en pie ninguna falsa religión, de ninguna índole, ya sea el islam, el budismo o el taoísmo; tampoco el cristianismo paganizado. Muchas profecías se refieren a ese período después de la segunda venida de Jesucristo, cuando “Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad” (Zacarías 8:3).

Ese día, tristemente, todavía no ha llegado. El desenlace de la guerra actual aún está por verse. Sabemos que no se trata de la batalla final antes de la segunda venida de Jesucristo, porque antes deben ocurrir otros hechos profetizados en las Escrituras. Sin embargo, hay otra profecía relacionada con Judá, el Estado judío que llamamos Israel, y tiene ciertas implicaciones ominosas. Porque ni los pueblos que descienden de los británicos (Efraín), ni sus aliados Estados Unidos (Manasés), ni Judá (los judíos), han obedecido a su Creador. La Palabra de Dios, proclamada por esta obra, les ha advertido, pero se niegan a arrepentirse, prefiriendo regir su vida por preceptos humanos (Oseas 5:9-12). ¿El resultado? “Verá Efraín su enfermedad, y Judá su llaga; irá entonces Efraín a Asiria, y enviará al rey Jareb; mas él no os podrá sanar, ni os curará la llaga” (v. 13).

La profecía de Oseas ya tuvo su primer cumplimiento y, como suele ocurrir, habrá otro cumplimiento en los últimos días. En algún momento del futuro no lejano, que bien podría ser durante esta guerra, Judá recibirá un golpe desastroso, una herida peor de lo que se haya visto hasta ahora. Aún no se sabe en qué consistirá, pero los judíos conservarán un ejército capaz de luchar hasta después del regreso de Jesucristo (Zacarías 14:14).

Mil años antes de Zacarías, Moisés consignó una profecía que los enemigos de Judá harían bien en escuchar. Al final de su vida, Jacob, cuyo nombre se había cambiado por Israel, reunió a sus doce hijos y les dijo lo que les ocurriría al final de la era. “Juntaos”, dijo, “y os declararé lo que os ha de acontecer en los días venideros: Juntaos y oíd, hijos de Jacob, y escuchad a vuestro padre Israel” (Génesis 49:1-2).

Judá era uno de los doce hijos de Jacob. A sus descendientes los conocemos como judíos. Leemos no solo que Judá tendría el cetro, es decir el gobernante (v. 10), sino que Judá sería como un león feroz contra sus enemigos: “Judá, te alabarán tus hermanos; tu mano en la cerviz de tus enemigos; los hijos de tu padre se inclinarán a ti. Cachorro de león, Judá; de la presa subiste, hijo mío. Se encorvó, se echó como león, así como león viejo: ¿Quién lo despertará?” (49:8-9). ¿No es eso lo que hemos visto en los últimos 75 años? Irán, cuyo apoyo a Hamás es manifiesto, ha despertado a un león dormido.

Pero en estas profecías sobre Judá y Jerusalén también hemos visto que los tiempos en adelante serán difíciles, y que Dios permitirá que Jerusalén finalmente sea conquistada. Solo entonces regresará el Mesías para salvar a Judá y al mundo entero, de los dolores que él mismo se ha infligido. Cuando Jesucristo regrese, los pueblos de toda la Tierra llegarán a comprender quién es el Dios de Israel, y sabrán que su camino es el único camino a la paz, la prosperidad y la armonía.

“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:2-4).

Con frecuencia citamos estas palabras de Dios escritas por el profeta Isaías: “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero; que llamo desde el oriente al ave, y de tierra lejana al varón de mi consejo. Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré” (Isaías 46:9-11).

Por ahora todavía no se sabe qué ocurrirá después de este conflicto entre Israel y sus enemigos. ¿Será que por un tiempo se calmarán las cosas antes de los siguientes grandes ataques? ¿Habrá más naciones dispuestas a tomar las armas contra de Israel? ¿Aprovechará Israel el momento para destruir las instalaciones nucleares de Irán, para que esa nación no llegue a producir una bomba nuclear? Estos detalles los ignoramos, pero sí sabemos, por las Sagradas Escrituras, cuál será el desenlace final.

Una cosa es segura: Al final de la era actual, cuando los judíos hagan frente a un torrente de ejércitos enemigos empeñados en destruir su nación, Masada no se repetirá… no por causa de los esfuerzos más denodados de Judá, sino porque Aquel “a quien traspasaron”, intervendrá para imponer su voluntad.