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La familia de hoy y del mañana - ¡No seamos perfeccionistas!

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Aparte de Jesucristo nadie es perfecto. Entonces, ¿deberíamos ser perfeccionistas para seguir su ejemplo?

Es una de las ironías de nuestros tiempos. La sociedad atribuye un gran valor a la tolerancia y a no juzgar las acciones ajenas… pese a que, para tener una vida equilibrada y virtuosa, es inevitable hacer juicios subjetivos. Al mismo tiempo, el mundo nos impone una obsesión malsana con el perfeccionismo, una errónea pretensión de vivir sin errores, y un énfasis excesivo en proyectar una imagen perfecta. Estas cosas reducen o incluso destruyen nuestra capacidad de llevar una vida recta como Dios quiere. El perfeccionismo puede afectar nuestra relación con Dios, minar esfuerzos por forjar relaciones sanas con los demás, y atentar contra un ambiente de paz y amor en el hogar.

¿Somos acaso perfeccionistas? En alguna medida muchos padecemos de ese mal. Si somos esa clase de personas, ¡no hay que desanimarse! Quizás es muy necesario mirar nuestro progreso espiritual con nuevos ojos, o adoptar un modelo diferente. Estas medidas pueden producir un cambio definitivo… para nuestro bien y el de quienes nos rodean.

¿Cómo evitar la trampa del perfeccionismo?

¿Requiere Dios el perfeccionismo?

¡Muchos dan por un hecho que sí! A veces podemos sentirnos abrumados por el anhelo de ser intachables, creyendo que eso es lo que Dios espera de nosotros. Al fin y al cabo, espera que obedezcamos su ley, que nos arrepintamos de todo pecado, y con una actitud de volver nuestro corazón hacia Él. Pero, ¿acaso eso significa perfeccionismo?

Hay quienes leen pasajes como Mateo 5:48, y entienden que Dios sí espera perfeccionismo porque dice: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los Cielos es perfecto”. Pero, ¿qué significa “perfecto”? La palabra traducida aquí como “perfectos” viene del griego teleios. En este vocablo reconocemos el prefijo tele, que aparece en palabras como telescopio, televisión y teleconferencia. Tele significa: lejos o a distancia, y la palabra griega teleios tiene el sentido de llegar hasta el final, o llegar a completar. Tal como explica la International Standard Bible Encyclopedia: “En el Nuevo Testamento, ‘perfecto’ suele ser la traducción de teleios, que es, principalmente, ‘haber llegado al final’, ‘término’, ‘límite’, es decir ‘completo’, ‘pleno’”.

Vemos que la palabra significa algo diferente, que no es evitar errores, ¡como si se tratara de lograr una calificación de 100 en un examen! Se refiere a llegar a un punto final o cruzar la meta. Se refiere a crecer plenamente y alcanzar la madurez. Volviendo a Mateo 5:48, ser “perfectos” es ser perfeccionados por el Espíritu de nuestro Padre celestial: crecer como discípulos de Jesucristo hasta alcanzar la plena madurez espiritual. Eso es muy diferente de sentirnos presionados a proyectarnos al prójimo y a Dios con una imagen de que ya somos perfectos.

Nuestra vida espiritual tiene mucho en común con la vida de un embrión que va creciendo hasta nacer. En el momento de la concepción no parece un ser humano, pero con el paso de las semanas, los órganos y la estructura van creciendo hasta que el niño empieza a parecerse a sus progenitores humanos.

Igual sucede con los discípulos recién engendrados. En el momento del bautismo no se parecen de repente a su Padre espiritual. Aún no tienen los plenos atributos espirituales del carácter de Dios, que se exponen en Gálatas 5:22-23. Aunque el discípulo desea ser espiritualmente maduro, aunque se arrepiente y procura dejar atrás sus pecados, aún no ha avanzado espiritualmente al punto de alcanzar plenamente la madurez. Este proceso requiere que pase tiempo caminando con Dios y ejercitándose en el Espíritu Santo.

La persona recién bautizada es pura, inocente y sin pecado en ese momento, ha sido justificada por la sangre de Jesucristo. ¿No sería un momento ideal para que Dios la dejara morir… que la dejara dormir a la espera de la resurrección? ¡No! Él desea algo más que captar una instantánea de nosotros en un momento inmaculado. Su propósito es desarrollar en nosotros un carácter santo y justo a medida que entregamos nuestra vida a Él. Lo que desea ver es toda una vida en la que vamos aprendiendo a elegir su camino, y no el camino del pecado. Es así como, con el tiempo, vamos reflejando más el carácter de Dios. Con el Espíritu de Dios, y con la sangre derramada de Jesucristo que pagó por nuestros pecados, poco a poco vamos venciendo y creciendo en su justicia, no en la nuestra. El modelo de perfección correcto es de crecimiento, en el cual espiritualmente nos vamos pareciendo más y más a nuestro Padre celestial.

Un modelo de crecimiento

Cuando tenía veinte y tantos años, cayó en mis manos un libro titulado: Cuando un hombre entra en razón, publicado en 1915 por Woodrow Wilson, vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos. Me sentí inspirado por la importancia que daba al sano crecimiento y desarrollo. Wilson escribió lo siguiente, que quizá nos llame la atención o la de nuestros hijos:

"Es muy sano y regenerador el cambio que experimenta un hombre cuando ‘entra en razón’… Entra en razón a raíz de experiencias de las que quizá solo él tenga conciencia, cuando ha dejado de andar enteramente sumido en sus propios poderes e intereses, y en todo plan, aunque mínimo, que se centre en él… A la mayoría de los hombres seguramente les llega mediante un proceso lento de experiencia adquirida: un poco en cada etapa de la vida… Cuando un hombre entra en razón, entiende lo que es la capacidad y para qué es; ve que su formación no fue para adorno ni para satisfacción personal, sino para mostrar cómo actuar por sí mismo, y adquirir facultades que merezcan ser utilizadas.

"El hombre que vive exclusivamente para sí, no ha comenzado a vivir; aún le falta aprender su propia capacidad, y también su verdadera satisfacción en el mundo. No es necesario que se case para llegar a conocerse, pero sí es necesario que ame. Hay hombres que han entrado en razón sirviendo a su madre con generosa devoción, o a su hermana, o a una causa en aras de la cual renunciaron a la comodidad, y dejaron de pensar en sí. Es la acción exenta de egoísmo, convertida gradualmente en el elevado hábito de la devoción… Lo que enseña al hombre el amplio sentido de su vida, y hace de él un profesional de perseverancia en el vivir, si la motivación no es la necesidad sino el amor”.

¡Qué mensaje más estimulante y novedoso para nuestra generación! A veces nuestra sociedad parece que impulsa a los jóvenes hacia una vida de facilidades sin responsabilidad: “¡Tú lo mereces!” Un desastre seguro. En cambio, Wilson apuntó al ideal de buscar crecimiento, razón de ser y madurez, un punto de atención fuera del yo:

“El cristianismo nos dio, en la plenitud del tiempo, la imagen perfecta de una vida recta, el secreto del bienestar social e individual; pues los dos no son separables, y el hombre que recibe y verifica este secreto en su propio vivir, ha descubierto no solamente la mejor y única manera de servir al mundo, sino también la única manera de ser feliz... Entonces sí, efectivamente, ha entrado en razón… La experiencia apacigua y fortalece y califica, y la vejez trae… no lamentación, sino una esperanza más elevada y serena madurez”.

¿Qué espera Dios de nosotros? Su deseo es que nos fortalezcamos, para convertirnos en seres que pueda emplear para servir a nuestra familia y al prójimo. Un crecimiento así nos da, tanto a jóvenes como a viejos, un derrotero y una razón de ser.

El apóstol Pablo se dirigió a los hermanos en Filipos diciéndoles: “Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros, por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora; estando persuadido de esto, que El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:3-6). La palabra traducida aquí como “perfeccionará” está relacionada con la palabra que ya hemos mencionado, teleios: completar, realizar, cumplir más. Entonces y de este modo es que nos haremos perfectos cuando Jesucristo regrese, y entremos en el Reino de Dios como hijos e hijas nacidos de Dios.

El perfeccionismo es una trampa que nos impide avanzar en el camino hacia nuestro destino final en el Reino de Dios. En vez de ser perfeccionistas, ¡concentrémonos en crecer!

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