Todo comenzó en el huerto… | El Mundo de Mañana

Todo comenzó en el huerto…

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Hay quienes ven el relato de Adán y Eva en el huerto del Edén como un relato sin ninguna base histórica. Otros, en cambio, lo entienden como historia verídica registrada. ¿Cómo entendió la Iglesia primitiva de Dios el encuentro en el jardín con una serpiente que hablaba, registrado en el tercer capítulo del libro del Génesis? ¿Qué enseñanza, si la hay, debemos obtener de este relato? La respuesta a esta pregunta tiene implicaciones que van mucho más allá de lo que imagina la mayoría, y es a la vez respuesta a otra de las preguntas más inquietantes de la humanidad.

Las Escrituras del Nuevo Testamento confirman que Adán fue una persona verdadera y que también son reales los detalles que leemos sobre su vida. Vemos que el linaje de Jesús se remonta hasta el primer hombre, Adán (Lucas 3:38). Judas, medio hermano de Jesús, afirmó que Enoc fue “séptimo desde Adán” (Judas 14). Para el apóstol Pablo, Adán fue “el primer hombre” (1 Corintios 15:45), y que “Adán fue formado primero, después Eva” (1 Timoteo 2:13).

Pero, ¿qué podemos decir de su encuentro en el huerto con una serpiente que les habló? ¿Es demasiado pedir que lo creamos? Ninguno de nosotros hemos oído hablar a una serpiente. ¿Significa acaso que no ocurrió? Consideremos esto: en la actualidad incluso hay personas que creen que oyen voces diciéndoles qué hacer. ¿Debemos rechazar su testimonio? Independientemente de lo que pensemos o creamos sobre ellas, un hecho es cierto: el origen bien puede ser sobrenatural. Sin embargo, a juzgar por lo que a menudo dicen haber escuchado, ¡es evidente que no fue dicho por el Dios de amor que conocemos en la Biblia!

El Nuevo Testamento confirma el intercambio entre Eva y la serpiente. Explica, igualmente, por qué se considera que Adán es quien debía responder por lo ocurrido: “Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión” (1 Timoteo 2:13-14). Adán no estaba engañado. Sabía lo que hacía, ¡pero cedió a los deseos de su esposa!

¿Por qué es tan importante este pasaje? ¿Qué debemos aprender del pecado de Adán y Eva? ¿Y qué implicaciones tiene para nosotros, personalmente?

Lo que debemos decidir

Satanás se aprovechó de las emociones de nuestros primeros padres y de su deseo de independencia: “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). En otras palabras, el diablo afirmó que Dios no les estaba diciendo toda la verdad a Adán y a Eva, y que ellos mismos podían decidir qué está bien y qué está mal, ¡sin necesidad de seguir las instrucciones divinas!

Observemos cómo convenció el diablo a Eva: “Vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Génesis 3:6). Estas mismas tentaciones se nos presentan a nosotros, y de ahí que el apóstol Juan nos haya advertido: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne [fruto sabroso], los deseos de los ojos [fruto hermoso y deseable], y la vanagloria de la vida [fruto que dotará de sabiduría para decidir por nuestra propia cuenta lo que es el bien y el mal], no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15-16).

¿Cuál fue el resultado de la desobediencia de nuestros primeros padres? El árbol que eligieron es un árbol del conocimiento basado en la razón humana aparte de Dios, y sus frutos son una mezcla de bien y mal. Al elegir ese árbol, rechazaron el árbol de vida y la decisión de guiarse por los mandamientos perfectos de Dios. Adán y Eva optaron por decidir el bien y el mal por sí mismos, y en adelante comerían el fruto de sus decisiones.

Todos tenemos la misma opción, como explicó Dios por medio de su profeta Moisés: “A los Cielos y a la Tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando al Eterno tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a Él; porque Él es vida para ti, y prolongación de tus días” (Deuteronomio 30:19-20).

Una mirada a las condiciones del mundo revela sufrimientos a tal grado que nuestra mente escasamente puede asimilar. ¿Cómo podemos entender que haya genocidios y guerras en que se despedaza a la gente con fuego, golpes brutales, armas cortantes y explosiones? Más cerca de nosotros, nos acomete el dolor cuando vemos a un ser querido padeciendo los estragos de una enfermedad terminal. Muchos son los padres que jamás pudieron sobreponerse a la pérdida de un hijo por sobredosis de drogas, por un accidente de tránsito o por alguna enfermedad.

Hechos a su imagen

Esto nos trae a la pregunta crucial que se hacen tantos: ¿Cómo es posible que un Dios de amor permita el sufrimiento en todo el mundo? Este es un obstáculo para creer en Dios que muchos no pueden superar, pero veamos más atentamente. Cuando Dios sorprendió a Adán y a Eva en plena rebeldía, ¿cómo reaccionaron? Adán culpó a Eva y además, culpó a Dios. “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Eva, a su vez, culpó a la serpiente.

Cuando las decisiones que se toman no dan buen resultado, parece que siempre es culpa de otro. Pero seamos sinceros: a los seres humanos, les encanta decidir por sí mismos lo que está bien y lo que está mal. Les encanta la guerra, sea que la peleen en la realidad o en videojuegos llenos de violencia y sangre. Les encantan sus propios “días santos”, ya sean las fiestas anuales impregnadas de paganismo, o el día de culto semanal escogido por el emperador Constantino: El domingo, en contra del séptimo día decretado por Dios. A la humanidad le encanta su política, convencida siempre de que algún héroe la salvará del héroe anterior que ha perdido su prestigio. A la humanidad le encanta comer todo lo que se ve sabroso, aunque traiga enfermedades y sufrimiento. A muchos les encanta la pornografía y cuanta perversión sexual se puedan imaginar, y muchas personas incluso engañan al esposo o a la esposa. A muchas les encantan la borrachera y los narcóticos que alteran la mente.

¿Está la humanidad dispuesta a escuchar a su Creador? Es claro que no… pese a que el resultado final de su desobediencia son padecimientos sin fin. Los padecimientos de la humanidad nacen de su empeño en hacer las cosas a su manera y no a la manera de Dios.

Pero, ¿cuál es el punto de todo eso?

Encontramos la respuesta en el principio: el primer capítulo del Génesis. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26-27). ¿Captamos el profundo significado de esa afirmación? Es fácil pasarlo por alto, pero la Biblia está repleta de afirmaciones que lo corroboran. La verdad del plan de Dios para la humanidad es algo que debería resonar fuertemente en nuestra mente:

“No habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados” (Romanos 8:14-17). “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12).

Dios está creando una gran Familia. No vamos a ser ángeles, sino hijos del propio Dios, que estaremos con el Padre y el Hijo por toda la eternidad. El apóstol Pablo lo entendió y situó nuestro sufrimiento pasajero dentro del contexto que le corresponde: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8:18-19).

Vendrá un día cuando “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:4). Pero antes, debemos aprender la lección de aquel encuentro del huerto en Edén: Dios es la autoridad suprema y es quien decide el bien y el mal. Su camino perfecto es lo que produce bendiciones y resultados positivos. Tenemos que estar dispuestos a rechazar el mal y escoger el camino de Él.

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