Las obras de sus manos: La bendición de la lluvia | El Mundo de Mañana

Las obras de sus manos: La bendición de la lluvia

Díganos lo que piensa de este artículo

Dios creó el ecosistema que vemos como medio que sustentara la vida. Lo creó hasta en el detalle más mínimo, incluida la lluvia que al caer riega la tierra sedienta.

En Hechos 14:17, el apóstol Pablo habla de las “lluvias del cielo” como señal de la bondad de Dios, que nos envía como testimonio para toda la humanidad. Efectivamente, la lluvia es una bendición. Claro está que un aguacero inesperado nos trae cierta desazón, cuando nos obliga a alterar nuestros planes que dependían de un cielo despejado, pero aun así, es maravilloso ver cómo la vida en la Tierra depende de esta bendición líquida que nos cae desde las nubes en lo alto.

Parece que el planeta Venus tiene lluvia de ácido sulfúrico en su atmósfera, y en Titán, una de las lunas de Saturno, se producen algunos aguaceros venenosos de metano líquido. En cambio, la Tierra tiene la bendición de recibir lluvias de agua que sostiene la vida. En sus primeras clases de ciencias, los niños de colegio aprenden sobre la lluvia y el ciclo del agua en nuestro planeta. El calor del Sol hace evaporar agua del mar y de otras fuentes, el agua evaporada forma nubes en la atmósfera, esas nubes sueltan agua que cae nuevamente a tierra, y la lluvia se filtra entre el suelo antes de evaporarse nuevamente, dando de nuevo comienzo al proceso. Es un ciclo continuo y vital en nuestro medio, que hace posible la vida.

El fenómeno de la lluvia es mucho más de lo que mostraban los diagramas de nuestros primeros libros de ciencias. La lluvia trae beneficios que no siempre vemos, ni comprendemos con cuánta inteligencia y refinamiento se ha diseñado nuestro mundo para que aproveche al máximo la bendición de la lluvia.

Beneficios especiales

¿Ha notado usted que los árboles y demás plantas se ven un poquito más frondosos y verdes unos días después de una buena lluvia?

Esto es porque la lluvia trae beneficios especiales que no se obtienen de otras fuentes de agua, debido en parte a los procesos atmosféricos que generan las gotas de agua. Por ejemplo, el agua de lluvia contiene mucho más oxígeno que el agua de otras fuentes. Esta mayor cantidad de oxígeno presta un servicio a las plantas cuando el suelo está muy saturado de agua. El agua de otras fuentes, como el agua de las tuberías, puede podrir las raíces por exceso de saturación; en cambio, el oxígeno en el agua de lluvia ayuda a prevenirlo. Esta agua, además, no pasa mucho tiempo en la tierra antes de que las plantas la absorban, y por eso es agua más dulce, es decir, con menos concentración de sal, cualidad que la hace más benéfica.

La lluvia, al caer, pasa por el aire y allí recoge nitrógeno, el gas que más abunda en la atmósfera. El nitrógeno, en forma de amonio y nitratos, es vital para la salud de las plantas, que lo absorben por las raíces y las hojas. Es interesante señalar que las descargas eléctricas que ocurren durante una tormenta contribuyen a la formación de nitratos: rompen las moléculas de nitrógeno en el aire y combinan los átomos recién separados con oxígeno, formando así los nitratos que la lluvia trae hacia el suelo. Es un

proceso que trae a la mente el elogio del salmista al Creador: “Hace subir las nubes de los extremos de la Tierra; hace los relámpagos para la lluvia” (Salmos 135:7).

Otros componentes atmosféricos que se combinan con las gotas de lluvia le dan una ligera acidez al agua. Cuando esta agua empapa los suelos, su acidez de bajo nivel sirve para liberar nutrientes claves en la tierra, como cobre y zinc, facilitando su absorción por las raíces de las plantas. Lo anterior es muy diferente del efecto de la lluvia ácida, que libera más componentes nocivos que benéficos, y que es resultado de sustancias contaminantes o de erupciones volcánicas.

Hasta el impacto físico de las gotas de lluvia, y su efecto de lavado, traen beneficios. Cuando la lluvia no es demasiado fuerte, lava el polvo y otros materiales de la superficie de las hojas, que deben estar expuestas al Sol. La lluvia en las hojas ayuda a despejar las estomas: poros en la hoja que se abren y cierran para controlar la respiración de la planta, o intercambio de gases.

Destrucción y promesa

Cualquier cosa buena en exceso puede ser nociva, y la lluvia no es la excepción. La que acompaña los vientos en un ciclón, huracán o tifón puede convertirse en un agente terriblemente destructor. Desde que pecaron nuestros primeros padres, la humanidad ha vivido en un mundo que no presta gran importancia a las necesidades de sus habitantes. El exceso de lluvia en unas partes del planeta produce inundaciones y avalanchas de lodo, causantes de enorme asolamiento y destrucción. La Biblia afirma que hace más de 4.000 años, el Eterno se valió de la lluvia, sumada a “que fueron rotas las fuentes del grande abismo” (Génesis 7:11), para inundar toda la Tierra. La vida terrestre quedó totalmente destruida, salvo Noé y su familia y los animales que Dios había mandado proteger dentro del arca.

Pero al final de ese período terrible, Dios presentó otra de las maravillas que la lluvia nos regala. Las Escrituras inspiradas dicen que se valió del arcoíris como garantía de su promesa de no volver a inundar al mundo jamás (Génesis 9:12-17). Un detalle asombroso en las leyes de la física, es que se produce un arcoíris cuando el Sol se encuentra a cierto ángulo preciso detrás del observador. Los rayos de luz se refractan al pasar por las gotas como prismas diminutos, y se transforman, separándose en sus colores componentes. El resultado que vemos es una bellísima exhibición de rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta.

Estos hermosos colores parecen formar un arco en el cielo entre el observador y la lluvia, de la misma manera como la promesa de Dios se interpone entre la humanidad y la amenaza de otra inundación global.

De la mano de Dios

Aunque no podemos controlar todas las fuerzas que operan en el mundo, tenemos la oportunidad de apelar a Aquel que sí las puede controlar. La lluvia es obra creada por Dios, y nos dice que se vale de ella en nuestros días para hacer cumplir sus designios, tal como en los días de Noé.

Las advertencias proféticas dadas a Israel, que siguen siendo relevantes para nosotros, nos recuerdan que viene lluvia sobre la Tierra solamente por voluntad de Dios. Si los israelitas hubieran obedecido al Creador, y si lo hubieran buscado, prometió: “Te abrirá el Eterno su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos” (Deuteronomio 28:12). Pero si desobedecían, les dijo: “Dará el Eterno por lluvia a tu tierra polvo y ceniza” (v. 24). La lluvia da vida a la tierra, y fluye solamente cuando lo ordena y dentro de los confines de su voluntad.

Como Dios generoso que es, “hace salir su Sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45). Sin embargo, vendrá el momento cuando las naciones que rechacen la autoridad de Jesucristo, y no envíen a su gente a guardar la Fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén, no recibirán la bendición de la lluvia hasta que se arrepientan, y se sometan a Dios (Zacarías 14:16-17).

Mientras llega ese día, seguirán cayendo lluvias inesperadas que a veces nos obligarán a cambiar nuestros planes: tal vez un paseo al aire libre que termina súbitamente con sus participantes corriendo a buscar refugio, o un partido de fútbol que se cancela cuando los jugadores se disponían a salir al campo. La próxima vez que nos ocurra algo así, podríamos quizá dar un paso atrás y reflexionar sobre la maravilla que es vivir en un planeta donde el agua vivificadora abunda tanto que cae del cielo. Y quizá también dirijamos una breve oración a nuestro Padre de misericordia, para darle las gracias por la bendición de la lluvia. [MM]

MÁS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN

Mostrar todos