Los papas y la profecía

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¿Tiene importancia la selección del nuevo pontífice católico? La respuesta es más importante de lo que imagina la gran mayoría.

Quienes observaron la transmisión en directo desde el Vaticano el día 8 de mayo del 2025, se conmoverían, como es natural, ante el drama y la emoción real de esa ocasión.

Se oía al fondo el denso rumor de la multitud en la plaza del Vaticano, pero todos los ojos estaban fijos en una pequeña chimenea que se levanta sobre el techo de la capilla Sixtina. A las 6:07 de la tarde, hora local, la chimenea comenzó a emanar nubes de humo blanco, y el público emocionado, pareció revivir. Se acababa de elegir un nuevo Papa como cabeza de la Iglesia Católica. La multitud, ahora eufórica, clamó de júbilo. Unos levantaban las manos al Cielo, otros lloraban en silencio con el rostro oculto entre las manos. Ondeaban banderas de todo el mundo como testimonio del enorme número de países allí representados, entre los 1.400 millones de personas en la Tierra que verían en el sumo pontífice a su nuevo pastor.

Había transcurrido apenas una hora desde que apareció la primera nubecilla de humo blanco, cuando se presentó en el balcón de la basílica el sacerdote, antes conocido como el cardenal Robert Francis Prevost, y que ahora llevaba el nombre de León XIV. Estaba pronto a dirigirse a la multitud como su nuevo Pontífice, sucesor del papa Francisco, quien había fallecido 17 días antes.

Nacido en Chicago, Illinois, hace 69 años, Robert Prevost, primer obispo estadounidense elegido a la dignidad papal, hereda una institución en dificultades. De un lado, claman voces pidiendo un regreso a las viejas maneras del catolicismo previo al Vaticano II, temiendo que los intentos por llegar a nuestra degradada cultura lo hayan llevado a acomodarse al libertinaje. Por otro lado, voces igualmente clamorosas piden más reformas, como las que representó el papa Francisco, en su empeño por hacer su Iglesia más accesible a los excluidos y marginados que buscan en ella su guía. Tan grande es la división, que algunos pensaron en lo inevitable de un cisma, y quizás este pudo ser un motivo que llevó a la elección de este cardenal, visto para muchos como persona que anda en el medio de los dos extremos.

¿Acaso debe importarnos todo esto? A los fieles católicos desde luego que les importa. Pero, ¿a los otros 6.000 a 7.000 millones de seres humanos en el planeta? Al fin y al cabo, la época en que los papas confirmaban al emperador, lanzaban guerras o encabezaban inquisiciones; parece ser algo ya relegado en el pasado. ¿Qué impacto podría tener León XIV en la vida de una persona no católica?

La realidad es que el impacto de un pontífice, quizás este, o quizás el que le siga, será realmente grande. Si nos dejamos guiar por la profecía bíblica, veremos que un hombre, cabeza de la jerarquía del Vaticano, muy posiblemente ocupe el lugar central en los sucesos del fin de los tiempos en los años que vienen. Para entender el cómo y el porqué, es necesario que conozcamos la pura verdad sobre el pontificado.

Extraordinarias potestades

Los fieles católicos ven a León XIV como el obispo de Roma que ocupa el lugar 267 en una sucesión continua, que viene desde el apóstol Pedro. A finales del siglo II d.C., el obispo católico Ireneo defendió la primacía del obispo de Roma, con el argumento de que la Iglesia allí, supuestamente, “la fundaron y establecieron en Roma los más gloriosos apóstoles Pedro y Pablo” (Contra las herejías 3:3:2). De Pedro se decía que había residido en Roma unos 25 años como obispo de esas congregaciones, y que más tarde fue muerto allí como mártir, lo mismo que el apóstol Pablo. Desde entonces, según se asevera, el obispo de Roma ha sido el Pontifex Maximus, término tomado del pasado pagano de Roma y que significa, en esencia: El principal constructor de puentes, como cabeza de los obispos de todo el mundo.

El papa Bonifacio VIII nos dejó lo que acaso sea el planteamiento más fuerte del poder papal. En 1302 declaró, sin equívocos: “Declaramos, proclamamos, definimos que es absolutamente necesario para la salvación que toda criatura humana esté sujeta al pontífice romano”. Aunque más tarde hubo otros hechos que suavizaron la interpretación de estas palabras, ellas siguen estando, como se dice: En los libros. Y el actual Catecismo de la Iglesia Católica es claro: “El Sumo Pontífice, obispo de Roma y sucesor de san Pedro… tiene en la Iglesia… potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad” (§882).

Estas potestades son extraordinarias. Pero, ¿acaso son verdad? Haciendo de lado el dogma, y examinando la evidencia tanto de la historia secular como de las Sagradas Escrituras, hallamos la respuesta: ¡No lo son! Si estamos dispuestos a dejar que Dios nos guíe, veremos la clara verdad acerca del cristianismo.

Pedro el principal apóstol

Simón el pescador, fue el primero en identificar a Jesús como el Cristo y el Hijo de Dios (Mateo 16:15-18). Cuando lo hizo, Jesús le confirmó el nombre que le había dado la primera vez que lo vio: “Mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Juan 1:42). Pedro, proveniente del griego Petros (Piedra), traducción del arameo Cefas. Muchos interpretan erróneamente este cambio de nombre, como veremos más adelante. Durante su ministerio, Jesús mencionó con frecuencia a Pedro, Santiago y Juan; como personas que cumplían un papel principal entre sus discípulos (Mateo 17:1; Lucas 8:51; Marcos 14:33). El Señor Jesús oró pidiendo específicamente la protección de Pedro, que era blanco del diablo (Lucas 22:31-32).

El día de Pentecostés, cuando se hizo la primera proclamación pública de la nueva Iglesia dotada con el poder del Espíritu Santo, todos los discípulos hablaron, pero es claro que Pedro presidió (Hechos 2:4-8, 14). Sus compañeros reconocían que había recibido una comisión especial, de llevar el evangelio del Reino a la “circuncisión” (Gálatas 2:7). Y si bien la comisión a los gentiles le tocaría principalmente a Pablo, Dios escogió a Pedro para abrir esa puerta (Hechos 10-11; 15:7). Santiago citó específicamente las palabras de Pedro al término de la conferencia en Jerusalén (Hechos 15:13-21). Y en la lista de los apóstoles, las Escrituras siempre nombran a Pedro en primer lugar, aunque parece que su hermano Andrés había encontrado a Jesús antes que él (Mateo 10:2; Lucas 6:13-14; Juan 1:40-42).

Dios es organizado y ordenado (ver 1 Corintios 14:33, 40), por lo cual no debe sorprendernos que haya estructura y orden dentro de la jerarquía de su Iglesia. El Todopoderoso siempre organiza a su pueblo bajo un líder escogido, ya sea sobre una nación, como cuando Moisés dirigió a los israelitas; o de forma personal, como vemos en la familia bíblica. ¿Por qué habría de organizar a la Iglesia de otra manera? (ver Malaquías 3:6; Hebreos 13:8).

Es evidente que Jesucristo le confirió a Pedro una posición de liderazgo especial entre los apóstoles. Pero es igualmente claro que la función de Pedro en la Iglesia no se parecía al pontificado actual. El apóstol Pablo habla de Santiago, Pedro y Juan como quienes “eran considerados como columnas” (Gálatas 2:9) en Jerusalén; pero esto dista mucho de lo que esperaríamos leer si uno de los tres tuviera: “Potestad plena, suprema y universal” sobre toda la Iglesia. Y si bien se atribuyó importancia especial al testimonio de Pedro en Hechos 15, parece que no fue él, sino Santiago, quien presidió la conferencia (vs. 13–21), quizá como líder de la congregación en Jerusalén (Hechos 21:17-18; Gálatas 2:12), que era la sede de la Iglesia en ese momento. Y el hecho de que Pablo le hubiera llamado la atención a Pedro por su hipocresía entre los gentiles, difícilmente refleja la deferencia y veneración que suele prodigarse a los papas (ver Gálatas 2:6-14).

Los relatos bíblicos sobre el ministerio de Pedro entre los demás apóstoles, sus compañeros, realmente no dicen nada que lo muestre en una función de pontífice, como lo entienden los fieles católicos.

¿Es acaso Pedro la Roca?

Si Pedro no fue el primer papa, ¿cómo debemos entender Mateo 16? Cuando Jesús les preguntó a sus discípulos: “¿Quién decís que soy yo?” (v. 15). Pedro fue el primero que respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). En respuesta el Salvador bendijo a Pedro, y dijo que este reconocimiento no venía por la inteligencia del discípulo, sino por revelación de Dios (v. 17). Enseguida le hizo al apóstol Pedro una declaración que ha dado origen a más debates, que acaso cualquier otra en la historia del cristianismo:

“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia; y las puertas del hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares en la Tierra será atado en los Cielos; y todo lo que desatares en la Tierra será desatado en los Cielos” (vs. 17-19).

Aquí vemos un juego de palabras sutil. En el griego del Nuevo Testamento, Pedro es Petros, vocablo que se relaciona con la palabra griega petra, o roca. Pero, ¿acaso dijo Jesús que edificaría su Iglesia sobre Pedro el hombre? Quienes apoyan el pontificado señalan una conexión aparentemente obvia: Jesús cambió el nombre de Pedro a Roca porque iba a edificar la Iglesia sobre Pedro… y, por extensión, aseguran que todos los papas han continuado como sucesores de Pedro.

Los críticos del pontificado argumentan que las palabras petros y petra no son iguales, y señalan las diferencias del significado, ya que petros indica una piedra pequeña, y petra una roca enorme. Los defensores del papado pretenden minimizar este distintivo juego de palabras, observando que no figura en el idioma arameo que hablaban Jesús y Pedro, idioma en el cual kepha (base del empleo que Pablo hace de Cephas como nombre de Pedro) habría servido a ambos fines. Sin embargo, Dios quiso que el relato inspirado se escribiera, no en arameo sino en griego, así que la distinción no puede desestimarse a la ligera.

Jesús es la Roca

Si acudimos a otros pasajes inspirados, la verdad sobre “esta Roca” es clara. Jesucristo es la Roca sobre la cual se levanta la Iglesia. Pablo identificó a Jesucristo como la “piedra del ángulo” de la “Familia de Dios” (Efesios 2:19-20). El mismo Pedro así lo afirma en su predicación pública y sus escritos dirigidos a otros cristianos (Hechos 4:11; 1 Pedro 2:6-7). El Salvador reveló que Él mismo es la piedra del ángulo (Mateo 21:42), y explicó en parábolas que construir “sobre la roca” significa actuar conforme a sus enseñanzas (Mateo 7:24-25). Explicando que antes de su encarnación Jesucristo fue el Dios que ayudaba a la antigua Israel, Pablo afirmó: “La Roca era Cristo” (1 Corintios 10:4).

Uno de los doctores más influyentes de la Iglesia Católica, Agustín de Hipona, presentó exactamente los mismos argumentos en sus escritos y sermones a comienzos del siglo 5 d.C. Y más tarde señaló algunos de los mismos versículos antes citados, para señalar que la Roca sobre la cual Cristo prometió edificar su Iglesia no era Pedro, sino Aquel a quien Pedro confesaba: Jesucristo (Las retractaciones, Cap. 20, sec. 1; Sermón 76; Sermón 295; Sermón 229P). Mil años antes de que algún reformista protestante presentara este argumento contra el papado, ¡ya lo había hecho uno de los más destacados teólogos católicos! Más aún, en su misa inaugural en mayo, el papa León XIV, seguidor de Agustín, señaló el mismo punto sobre el hecho de que Jesucristo fuera la Roca.

¿Y qué decir de las palabras de Jesús sobre las “llaves del Reino de los Cielos” (Mateo 16:19), y la autoridad para atar y desatar en la Tierra y en el Cielo? Solo dos capítulos después, Cristo confiere esa misma autoridad de atar y desatar no solamente a Pedro, sino a todos los apóstoles (Mateo 18:18). De hecho, Jesucristo estaba pasando la sede de la autoridad, de juzgar conforme a las leyes divinas, de los dirigentes judíos a sus apóstoles (ver Mateo 23:1-3, 13). Pero, dado que la autoridad se otorgó a los doce, ese hecho difícilmente sirve para respaldar la idea de que el Papa posee “potestad plena, suprema y universal” sobre toda la Iglesia.

Las potestades de Roma se desmoronan

¿Y cómo admitir que la Iglesia en Roma fue fundada y organizada por los apóstoles Pedro y Pablo? Aunque fuera cierto, tampoco sería suficiente para establecer a Roma como la sede autorizada para todos los cristianos. Sea como fuere, ni la historia ni las Escrituras favorecen esa idea.

El respetado historiador Eamon Duffy es un erudito católico conocido por el celo con que aboga por su Iglesia y el papado; pero también es claro respecto de las versiones sobre los orígenes del catolicismo romano, y la idea de una sucesión papal continua desde Pedro hasta el pontífice actual:

“No son historia sino romances piadosos, y la realidad es que no tenemos relatos fidedignos ni más adelante de la vida de Pedro, ni de la manera o lugar de su muerte. Ni Pedro ni Pablo fundaron la Iglesia en Roma, porque hubo cristianos en la ciudad antes de que uno u otro la visitara. Tampoco podemos suponer, como hizo Ireneo, que los apóstoles establecieron allí una sucesión de obispos para llevar a cabo su obra en la ciudad, pues todo parece indicar que no hubo un obispo único en Roma hasta casi un siglo después de la muerte de los apóstoles. Efectivamente, dondequiera que miremos, los sólidos contornos de la sucesión de Pedro en Roma parecen borrarse y desvanecerse” (Santos y pecadores. Una Historia de los papas, cuarta edición en inglés, 2014).

No, la comunidad cristiana en Roma no fue fundada y organizada por Pedro o Pablo, como argumentaría falsamente Ireneo, más de un siglo después del martirio de ambos. Más aun, Pablo dijo claramente que la comisión dada a Pedro era llevar el evangelio a los israelitas, como la de Pablo era llevarlo a los gentiles, “la circuncisión” y “la incircuncisión” respectivamente, de Gálatas 2:7-9. La idea de que Pedro abandonara la comisión de Jesucristo para establecerse durante decenios como un obispo de Roma es absurda.

Además, en su primera epístola, Pedro dijo que escribía desde Babilonia (1 Pedro 5:13), que en el primer siglo era el nombre de un lugar real; como lo confirman los historiadores antiguos Filón y Josefo. Este último comentó que en el primer siglo había “judíos en grandes números” en Babilonia (Antigüedades 15.2.2), así que la presencia de Pedro allí concuerda con su comisión a “la circuncisión”.

Y es igualmente claro que cuando Pablo escribió a los romanos, lo hizo para fortalecer un cuerpo de creyentes que ya existía y era activo, expresando su anhelo de un día visitarlos (Romanos 1:9-12; 15:22-28). Es importante señalar que cuando Pablo envía saludos a muchos cristianos notables en Roma, citándolos por su nombre en Romanos 16, no menciona para nada a Pedro. Es muy posible que Pablo viajara a Roma más adelante, y que él y Pedro hayan encontrado allí la muerte, pero la idea de que fundaron la comunidad cristiana de Roma carece de fundamento.

Es más, en el año 451 d.C., el Concilio de Calcedonia indicó en el canon 28 que “la primacía de Roma se debía principalmente a que era la ciudad imperial”, es decir, a su importancia política y no por motivos teológicos ni apostólicos.

Por qué es importante

Los primeros relatos sobre la organización que vendría a ser la Iglesia Católica, señalan varias decisiones importantes tomadas en el Concilio de Nicea en el año 325 d.C., prácticamente sin el concurso de un papa, y ciertamente sin apelar a ninguna autoridad papal. La verdad es que el pontificado es creación gradual de aquella organización, y no una continuación de la cátedra de Pedro, ni una institución ordenada por Jesucristo. En la Biblia no figura ningún pontífice como lo entienden los católicos.

¿Por qué debe importarnos? Al menos por dos razones vitales. Primero, todo aserto de que la Iglesia Católica y su Papa detentan autoridad para desviarse de los claros y sencillos mandatos de Jesucristo y las leyes de Dios, carece de fundamento y apoyo en las Escrituras. Y esas desviaciones son muchísimas.

Consideremos, por ejemplo, el reposo del sábado o séptimo día, que se ordena explícitamente en el cuarto mandamiento (Éxodo 20:8-11; Deuteronomio 5:12-15), y que la Iglesia observó en el primer siglo, como consta en las Escrituras y en la historia secular. ¿Cómo llegó a reemplazarse por la observancia dominical? La obra: Catecismo de la doctrina católica para el converso, publicada en 1910 con el imprimátur oficial, dice claramente: “Guardamos el domingo en lugar del sábado porque la Iglesia Católica, en el Concilio de Laodicea (363 d.C.), trasladó la solemnidad del sábado al domingo”.

Consideremos también el culto y veneración de imágenes y estatuas. Ese culto se prohíbe explícitamente en el segundo mandamiento (Éxodo 20:4-6; Deuteronomio 5:8-10). Sin embargo: “El séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787), justificó… el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero también las de la madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos” (Catecismo de la Iglesia Católica, §2131). Las sutilezas para explicar que “culto” no es lo mismo que “adoración”, no alteran el hecho de que cualquier antiguo pagano (o moderno), que observara la costumbre católica respecto de estatuas e imágenes, reconocerían en ella su propia práctica idolátrica.

Jesucristo condenó a quienes en sus días poseían las llaves y ocupaban la cátedra de autoridad: Los escribas y fariseos. Veamos lo que dijo de ellos cuando aprovechaban su autoridad para desviarse de la Palabra de Dios, y crear interpretaciones de la ley divina que de hecho violan esa ley:

“¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?… Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:3, 6-9).

¡El paralelismo es impresionante! Las autoridades papales de todos los siglos, como los fariseos de la antigüedad, han emitido juicios respecto de las leyes de Dios que han “invalidado” los mandamientos por medio de las consiguientes tradiciones. Quienes lo están haciendo son parte de la condenación de los fariseos.

Reconocer si el Papa es un líder verdadero o falso sí importa. Importa porque la verdad importa… y el Padre no busca a quienes sigan las huellas de los fariseos, poniendo la tradición por encima de la verdad, por muy sinceros que sean. Dios no está jugando. Busca a quienes lo adoren tanto “en espíritu” como “en verdad” (Juan 4:23-24).

El falso profeta del Apocalipsis

Es importante también porque la Biblia nos advierte sobre un profeta falso muy carismático, y actor de milagros que va a encabezar un renacer religioso mundial en los años anteriores al regreso de Jesucristo. Esta figura será el líder de una iglesia poderosa y rica que abarcará todo el mundo, y que representará a un cristianismo falsificado (2 Tesalonicenses 2:8-10; Apocalipsis 17:1-6). Este profeta falso y embaucador, será el último en una antigua línea de líderes falsos que han dicho enseñar en el nombre de Jesucristo, línea que, según profetizó Jesús, había de comenzar en vida de los apóstoles, y se dejaría ver en los “anticristos” de esa época. (Mateo 24:4-5; 1 Juan 2:18). La línea culminaría en los tiempos del fin con un profeta falso, que parecería cristiano en muchos aspectos pero enseñaría con distorsiones sutiles y doctrinas engañosas las doctrinas del diablo (Apocalipsis 13:11).

Este dirigente religioso también ejercerá influencia política, coligado con una superpotencia europea venidera y su líder, la infame “bestia” del Apocalipsis. Juntos, perseguirán a quienes estén firmes en las enseñanzas de Jesucristo, y se resistan a aceptar doctrinas falsas (Apocalipsis 13:12-15). La profecía muestra a esta Iglesia declarada cristiana que es rica, poderosa, transigente, encabezada por el falso profeta y ebria con la sangre de los santos justos; víctimas de sus matanzas (Apocalipsis 17:6).

El final de esa iglesia falsa, su líder religioso, su aliado político y todo el sistema blasfemo que representan, es seguro. Serán destruidos del todo por Jesucristo y sus santos glorificados al regreso del Salvador. Pero antes vendrá el falso profeta que, hablando en el nombre de Cristo, diciendo operar por Él y con su autoridad, y adorado por millones y millones de seguidores en todo el mundo, será autor de sufrimientos impresionantes.

Hay que estar ciego espiritualmente para no ver la posible conexión entre la falsa iglesia cristiana de la profecía: Enorme, pudiente, ostentosa, fuerte, encabezada por un solo profeta falso; y la Iglesia Católica actual, encabezada por el Papa y que enseña falsedades en el nombre de Cristo. Y habría que ser necio para negarse a considerar el asunto seriamente. Aclaramos: Nada de esto pretende decir que el papa León XIV definitivamente sea ese profeta falso, pero el cargo que ocupa encaja en ese perfil, y los estudiosos de la Palabra de Dios estarán observando para ver qué nos traen los próximos meses y años.

Como ayuda para estudiar este tema más a fondo, ofrecemos dos valiosos folletos para su estudio: El falso cristianismo, un engaño satánico y ¿Qué o quién es el anticristo? Se pueden leer en línea en nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org, o se puede solicitar un ejemplar impreso gratuito. La verdad de Jesucristo no se hallará en los concilios, credos ni leyes canónicas de la Iglesia Católica, ni en los de sus hijas rameras (Apocalipsis 17:5); que han heredado las transigencias de la madre y han ideado otras propias. Pero Jesucristo sí cumplió su promesa de edificar su Iglesia, ¡y lo ha hecho! Estos dos folletos le ayudarán a emprender el viaje hacia su descubrimiento. [MM]