El significado de la vida | El Mundo de Mañana

El significado de la vida

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Nuestra existencia obedece a un propósito superior al que habremos imaginado. Así se revela en las páginas de la Biblia.

¿Cuál es la finalidad de nuestra vida? ¿Lo sabemos? ¿Realmente nos importa? Esta última pregunta: ¿Nos importa?, debe parecer muy extraña. ¿Por qué no habría de importarle a alguien?

Nosotros llegamos a la vida sin saber nada. Un día aparecimos involuntariamente y ahora nos hallamos en algún lugar, en alguna etapa y edad de la vida; siendo lo que somos. Pero en algún momento, tal vez en los años de adolescencia, o al acercarse el final de nuestra vida en la Tierra, nos preguntamos: ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué significado tiene nuestra existencia? ¡Gran enigma!

¿Nos habremos hecho alguna vez esta pregunta? Y si no, ¿por qué razón?

Lamentablemente, muchas personas parecen tener poco interés. A juzgar por las respuestas que recibimos a nuestras ofertas de publicaciones, son más las personas interesadas en el futuro del mundo, que en su propio futuro. Acaso, ¿puede haber preguntas más importantes que estas?: ¿Quién soy? ¿Por qué nací? ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Existe Dios? Y si existe, ¿qué plan tiene para mí?

Las respuestas a todas estas preguntas se encuentran en las páginas de la Biblia. Sin embargo, no son las que cree la mayoría de quienes se declaran cristianos. No, el objetivo final de la vida no es flotar en un retiro permanente en el Cielo. ¡Nuestro destino es infinitamente más grande que eso!

Desde hace miles de años, filósofos y teólogos han debatido sobre el significado de la vida; no obstante, la respuesta ha estado allí desde el principio. No tenemos que depender de nuestra limitada mente para salir con alguna idea novedosa, que se acomode a nuestra imaginación personal.

Los evolucionistas no tienen la respuesta

Quienes creen en el origen evolutivo de la vida, eliminando en su mente la necesidad de contar con Dios, no tienen la respuesta. ¿Qué gran propósito puede tener una vida limitada al aquí y el ahora? Aunque viviéramos mil años y encontráramos la cura para el cáncer, al final, ¿de qué nos va a servir? Cuando fallezcamos, si no hay un Dios, entonces todas las esperanzas, sueños, recuerdos y recompensas temporales; terminarán para siempre en insondable oscuridad.

El profesor Thaddeus Metz nos dice, resumiendo las teorías actuales de los filósofos sobre el propósito de la vida: “Últimamente ha aparecido una forma extrema de naturalismo, según el cual nuestra vida probablemente, si no inevitablemente, tendría menos sentido en un mundo con Dios o con alma que en uno sin ellos” (The Stanford Encyclopedia of Philosophy, edición de otoño del 2023).

En otras palabras, para ellos, ¡la existencia de Dios le restaría sentido a la existencia nuestra! El profesor Metz explica varias teorías que se han propuesto sobre el origen de tan absurda conclusión. La primera postula que la existencia de Dios nos sitúa en una relación entre amo y siervo o padre e hijo, lo que “violaría nuestra independencia o dignidad como personas adultas”.

Dicho en otras palabras, dejaríamos de ser nuestro propio jefe. Tendríamos que responder a un Poder Superior, idea que irrita a los ateos. El profesor Metz señala otro razonamiento así: Dios, no me digas qué hacer. “Otro argumento para decir que un Dios restaría sentido a la vida, invoca el valor de la vida privada: La omnisciencia de Dios [que todo lo sabe], nos haría imposible controlar nuestros más íntimos detalles, lo que equivale, para algunos, a una vida con menos sentido que aquella en la cual sí ejerceríamos ese control”.

Luego están los que se pronuncian en contra del valor de la vida eterna. El profesor lo explica: “En primer lugar y ante todo, se ha propuesto el argumento de que la vida inmortal necesariamente se tornaría en sí aburrida, por lo cual la vida quedaría sin sentido según muchas teorías subjetivas y objetivas”. Las cavilaciones de los filósofos son amplias, a veces técnicas; y, por supuesto, ¡sin sentido! Si dejamos por fuera a Dios y su revelación, no puede tener ningún objeto ir más allá de nuestra demasiado breve existencia temporal.

Para algunos, es sorprendente saber que en tiempos de Jesucristo, había una importante secta judía que no creía en la existencia de un futuro después de la muerte. Hemos leído que durante los tres años y medio del ministerio de Jesús en la Tierra, llegó un día en que “vinieron a Él los saduceos, que dicen que no hay resurrección” (Mateo 22:23). Llevado Pablo ante los principales jefes religiosos de su época, estuvo a punto de producir un motín entre los fariseos y los saduceos por este tema. “Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas” (Hechos 23:6-8).

En Corinto, algunos discípulos cayeron bajo el influjo de esta idea errónea. La primera carta de Pablo a estos hermanos trata de la resurrección, y razona con toda lógica sobre la inutilidad de la vida si es únicamente para el aquí y el ahora: “Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Corintios 15:16-19).

En cuanto a la futilidad de una vida de abnegación en un mundo sin Dios, el apóstol Pablo llevó la idea a su conclusión final: “Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1 Corintios 15:32).

Antes de dedicarnos a comer, beber y morir para siempre; hagámonos la pregunta central que Pablo trata aquí: ¿Hay una resurrección de la muerte? O la hay, o no la hay. Si no hay vida después de la muerte, nos quedamos sin un propósito perdurable, sin una esperanza más allá del aquí y el ahora. El doctor Roderick C. Meredith preguntó:

“¿Hay alguna razón trascendental por la cual usted existe? ¿Cabe la posibilidad de que el destino que le espera sea algo increíblemente interesante y satisfactorio, sea cual fuere su situación actual? ¿Puede usted tener absoluta certeza de que el futuro le tiene reservadas felicidad, alegría y paz duradera? O, ¿es su vida en esta Tierra una existencia efímera y llena de decepciones, un ir y venir sin un propósito trascendental, como la vida de las aves, de las abejas, o para ser más gráficos, de los gusanos que se arrastran sobre el suelo?” (El misterio del destino humano, pág. 3).

Estas son preguntas para personas que piensen seriamente: ¿Nos va a satisfacer pasar la vida sin saber para qué? ¿Alguien no quisiera saber el propósito de su existencia? Hay respuestas, y se revelan en las páginas de la Biblia. Y lo que la Biblia realmente dice, no lo que la gente cree que dice, es a la vez impresionante y emocionante.

Un rey le buscó sentido a la vida

El antiguo rey Salomón buscó el sentido a la vida en el vino, las mujeres, la música y otros intereses materiales; y su conclusión fue que nada de eso trae felicidad duradera. El Rey explicó:

“Dije yo en mi corazón: Como sucederá al necio, me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad. Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el sabio como el necio. Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del Sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 2:15-17).

Ninguno de nosotros podría competir con Salomón en cuanto a deleites materiales, ni en cuanto a fama o riquezas. Quienes lo intentan terminan, en su mayoría, por comprender que esto no les hace realmente felices. Pensemos en la vida de tantas celebridades que aparentemente lo han tenido todo. Unas se envician con las drogas, otras pasan de un fracaso matrimonial a otro. Una y otra vez, las personas dotadas de hermosura, fama y fortuna; y casi todo lo que para los demás mortales signifique un sueño, encuentran que nada de eso les brinda la felicidad deseada. No se trata de decir que toda persona rica fracase en el matrimonio, ni que todas las celebridades vivan descontentas; sino que la felicidad no proviene de los placeres temporales y que, sin un Dios que prometa la resurrección de los muertos, todo lo que hagamos en esta vida será pasajero.

¿Cómo podemos saber que viviremos de nuevo? Aunque hay casos de resucitación o reanimación, y si bien algunos aseguran que han tenido “experiencias extracorpóreas”. Uno solo ha sido resucitado después de tres días y tres noches en el sepulcro, y eso fue hace casi 2.000 años. Pero, ¿cómo podemos saber que un hombre llamado Jesús realmente se levantó de la muerte?

El apóstol Pablo responde a esa pregunta en el mismo capítulo sobre la resurrección que antes citamos, dando los nombres de personas que vieron a Jesús después de su crucifixión, y dijo enseguida: “Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen” (1 Corintios 15:6). Lo anterior se escribió menos de 25 años después de la crucifixión, cuando la mayor parte de esas 500 personas aún vivían. ¿Qué credibilidad tendrían Pablo o su carta si lo que afirmó no fuera verdad?

Los estudiosos reconocen otras pruebas. Según Juan 7:5, ni siquiera los medio hermanos de Jesús creyeron en Él antes de la crucifixión, pero después se hicieron discípulos. Santiago se convirtió en cabeza de la congregación de Jerusalén, y escribió la carta que bajo su nombre encontramos en la Biblia. Otro medio hermano, Judas, también se hizo creyente y escribió la carta que lleva su nombre.

Muchos murieron como mártires por una causa en la que creyeron. Pero, ¿cuántos morirían por una causa sabiendo que era mentira? Los apóstoles de Jesús sabían que la resurrección era verdad. La historia nos dice que de los doce, incluido Matías, quien reemplazó a Judas, solamente Juan se salvó del martirio.

Con todo, persiste la pregunta: ¿Si Dios existe y si hay vida después de la muerte, qué significa? ¿Cuál es el propósito de Dios para cada uno de nosotros?

¿Seremos simples animales?

¿Nos habremos preguntado alguna vez por qué los seres humanos tenemos una capacidad mental inmensamente superior a la de los animales? Algunos animales tienen el cerebro más grande, pero ninguno se acerca a la capacidad humana para razonar, pensar e innovar. Ninguno puede ir a la Luna y regresar. Ninguno tiene la capacidad para armar un telescopio, un televisor o una computadora. Muchos creemos que nuestro perro es inteligente, pero no deja de haber una diferencia fundamental entre ellos y nosotros.

¿A qué se debe esa diferencia? ¿Cómo es que los seres humanos podemos hacer máquinas que viajan más alto, más rápido y más lejos que cualquier animal? ¿Y por qué, con una inteligencia inmensamente superior, no logramos convivir en paz? ¿Por qué hay divorcios? ¿Por qué hay guerras entre las naciones? ¿Por qué nos estafamos, nos robamos y nos agredimos unos a otros?

Para hallar el significado de la vida, empecemos por buscar en el primer capítulo de la Biblia. Aquí encontramos que Dios hizo a los seres humanos muy diferentes de las demás criaturas:

“Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la Tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la Tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26-27).

¿Cuántas veces habremos leído este pasaje sin detenernos a pensar lo que significa? En lenguaje claro, Dios hizo a los seres humanos, no parecidos a un animal, sino semejantes a Él. Somos diferentes porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Repasémoslo en la Biblia, y consideremos lo que significa.

Dios nos creó para que fuéramos como Él, con una capacidad impresionante de pensar, de razonar y de hacer multitud de cosas. Entonces, ¿por qué no nos comportamos como Dios? Las Escrituras revelan el elemento que falta: que los hombres fuimos hechos con libre albedrío, es decir, con libertad para tomar decisiones buenas o malas.

“El Eterno Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Génesis 2:9). Luego leemos que “mandó el Eterno Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (vs. 16-17).

La humanidad fue dotada con capacidad para elegir entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal. Como le dijo en otra ocasión a la nación de Israel: “A los Cielos y a la Tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando al Eterno tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a Él; porque Él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró el Eterno a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar” (Deuteronomio 30:19-20).

Han pasado más de 55 años desde que enviamos hombres a la Luna y los trajimos de vuelta ilesos, y todavía no hemos podido llevarnos en paz unos con otros Hay demasiados matrimonios fracasados; muchísimos asesinatos, violaciones y agresiones; muchas guerras que siegan las esperanzas y los sueños de tantas personas.

¿A qué se debe tanto sufrimiento? Muchas personas se preguntan por qué Dios, con todo su poder, no pone fin a las atrocidades que ocurren aquí en la Tierra. Pero de esas personas, ¿cuántas están dispuestas a someterse a la voluntad divina en todo? Dios nos dio libre albedrío por alguna razón.

El propósito de Dios

La idea de que Dios creó al ser humano a su propia imagen es algo muy profundo; y es un tema que aparece reiteradamente en las Escrituras. David levantó los ojos al Cielo nocturno y se preguntó qué interés puede tener Dios en la humanidad: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmos 8:4). El libro de los Hebreos retoma la pregunta y explica:

“Todo lo sujetaste bajo sus pies [de la humanidad]. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a Aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. Porque convenía a Aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (Hebreos 2:8-10).

La Biblia revela un plan y un propósito que se están haciendo realidad, y que son mucho más excelsos que retirarse al Cielo a contemplar el rostro de Dios por toda la eternidad. ¿Por qué no acepta la gente lo que Dios dice? El apóstol Pablo habla de nuestro futuro en los términos más claros. Explica que seremos hijos de Dios y coherederos con Jesucristo. “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción [filiación], por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:14-15). Ahora tomemos nota de lo que dice enseguida y reflexionemos. Dice que el Espíritu de Dios “da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (v. 16).

¿Lo entendimos claramente? Estamos destinados a ser hijos de Dios. Como se ve en Génesis 1, la humanidad fue creada a imagen y semejanza, no de algún animal, ¡sino del mismo Dios! ¿Creemos realmente lo que la Biblia dice? El apóstol Pablo continuó: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados” (Romanos 8:17). “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:18).

¿Cómo es posible que vamos a ser “herederos de Dios y coherederos con Cristo”? Recordemos que Romanos 8:16 menciona dos espíritus: El de Dios y “nuestro espíritu”. Aquí se halla la diferencia entre la forma de pensar de Dios y la nuestra. Humanamente hablando, nosotros no pensamos como piensa Dios: “Como son más altos los Cielos que la Tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9).

Sin el Espíritu de Dios morando en nosotros, los seres humanos con todo y nuestra inteligencia en asuntos materiales, carecemos del amor verdadero y del dominio propio. Sin su Espíritu, manifestamos todos los rasgos de la naturaleza carnal: “Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gálatas 5:19-21).

Pero, ¿significa todo lo anterior que jamás llegaremos a pensar como Dios?: “Como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:9-10). Enseguida, el apóstol explica la diferencia entre el cerebro animal y la mente humana: “¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido” (vs. 11-12).

El espíritu en el hombre faculta al cerebro humano mucho más allá del cerebro de un animal, pero sin el Espíritu de Dios en nosotros, somos incapaces de entender las cosas de Dios, como lo es mi perro para entender de matemáticas. Para que tomemos plenamente la imagen y semejanza de Dios, es necesario que estos dos espíritus se unan: “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios… El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados” (Romanos 8:14, 16-17).

Impresionante: Nosotros “somos hijos de Dios… herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Con un destino así, ¡la vida que vale la pena vivirla! [MM]