Viajando entre multitud de mascarillas | El Mundo de Mañana

Viajando entre multitud de mascarillas

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Mi viaje se planeó hace meses, y poco me imaginé entonces que estaría sentado en el aeropuerto de Suvarnabhumi en Bangkok, como lo estoy ahora, escribiendo sobre este tema. Vine a pasar unos días en reuniones con el personal de El Mundo de Mañana de ocho países asiáticos, y a observar directamente la obra de nuestra fundación en la región. La primera escala en mi itinerario era una visita a nuestra oficina en Canadá, donde pasaría la mayor parte de la semana grabando cuatro transmisiones de El Mundo de Mañana para la teleaudiencia del país. Luego seguiría hacia Manila, Filipinas, para hacer una presentación de El Mundo de Mañana y reunirme con nuestro personal en el archipiélago.

Jamás me imaginé mientras se planeaba el viaje que me vería rodeado de multitudes de viajeros preocupados que, manifiestamente, tienen una cosa en mente: un peligro invisible que se extiende por todo el mundo comenzando desde Wuhan. Prácticamente todos los empleados del aeropuerto que me rodean: aseadores, agentes de aerolíneas y personal de los restaurantes llevan mascarilla. Las hay de todo tipo, ya que los fabricantes han aprovechado esta crisis para ofrecer una variedad de mascarillas de tipos nunca antes vistos. La verdad es que yo también me puse una, como lo hicieron muchos viajeros occidentales, mientras esperábamos en las apretadas colas. Lo hice, aunque fuera para dar gusto a mi esposa, que me esperaba en casa, y a todos los demás que se preocupaban por mi salud.

Veo por todas partes instalaciones para lavarse las manos, toallitas con alcohol y desinfectantes en otras formas; pero, ¿cómo se puede evitar todo contagio de un virus invisible que puede estar al acecho en cualquier superficie que toquemos? Si bien no me preocupo en exceso, la realidad es que todo el que se encuentre sentado en un avión, tren o autobús lleno de gente en cualquier parte de Asia tiene en mente el coronavirus; sabiendo que existe por lo menos una pequeña probabilidad de encontrarse con este diminuto ser que puede resultar mortal.

El problema, claro está, no se limita al Asia. Veo que no se permite abordar aviones que vayan a ciertos países si se estuvo en China, Macao, Taiwán o Hong Kong en los últimos 14 días. El personal nos está entregando unos nuevos formularios de declaración para ir seleccionando a los pasajeros. Para entrar a hoteles, centros comerciales y demás lugares públicos primero te toman la temperatura.

Nota: Después de abandonar Tailandia, donde escribí la mayor parte de este artículo, los pasajeros no pudimos desembarcar en Sudáfrica sin que antes nos tomaran la temperatura a todos, sin excepción. Hasta en Lesoto, país aislado y rodeado por Sudáfrica, exigen una lectura de la temperatura para poder entrar. Todas estas medidas de precaución demuestran la inquietud de las autoridades en todo el mundo.

Sentado en este aeropuerto, me pregunto: ¿Y si la covid-19 se convierte en una pandemia como la que vivió el mundo en 1918, cuando perecieron entre 25 y 50 millones de personas víctimas de lo que se ha llamado la gripe española? ¿Es la covid-19 realmente algo tan grave? ¿O se trata de medidas exageradas e innecesarias? ¿Es justificado este temor?

Debo decir que observar de primera mano los efectos mundiales del coronavirus ha sido una experiencia educativa. Cuando usted lea este artículo, ya se sabrá si esto resultó en una pandemia mundial o una molesta falsa alarma. Ojalá sea lo segundo.

Impacto económico y nuestra trágica ignorancia

Además del temor que se extiende por toda Asia y otros países, puede ser que la mayor consecuencia del covid-19 sea su impacto sobre la economía mundial. El temor, por demás comprensible, lleva a limitar los viajes y el turismo; lo que afecta la vida personal de millones. Se ve en el número de vuelos cancelados, especialmente los que entran y salen de Shangai, Wuhan y Pekín. Se ve en los destinos turísticos, adonde no llegan los veraneantes esperados. Los turistas en el gran palacio de Bangkok son escasos comparados con los que acuden en multitud en un día normal. El año nuevo chino suele atraer a miles de personas a Phuket, Tailandia, pero no este año; y el efecto es grande sobre los negocios de viviendas y empresas, sobre todo lo que se asocia con un paraíso turístico. Hay situaciones semejantes a lo largo y ancho de la región.

Es evidente que los efectos de este virus se extenderán más allá de Asia. Mi esposa y yo pensábamos celebrar nuestros 50 años de matrimonio en un crucero por Alaska, pero, ¿quién quiere arriesgarse a quedar encerrado en una fábrica de gérmenes a saber durante cuántas semanas? En una situación así, lo más probable es que nos escapemos del virus, pero no de las secuelas de una cuarentena si se subiera al barco un solo pasajero o un miembro de la tripulación infectado. Esto repercutiría no solamente en las grandes empresas de cruceros, sino en los miles de seres cuyo trabajo depende de que haya barcos llenos de clientes.

El temor, la pérdida de vidas y el impacto económico por todo el mundo que comienzo a observar a nuestro alrededor a causa de la covid-19 podría haberse evitado. Esto no tenía que ocurrir. Pero no, la humanidad no ha aprendido las lecciones de la gripe aviaria o, del síndrome respiratorio agudo grave (sars), ni ha llegado a comprender que el ébola es prevenible. Tales tragedias son innecesarias y completamente prevenibles. Este coronavirus nos hace recordar lo vulnerables que somos ante las enfermedades y cuán pasajera es nuestra vida. También debe hacernos recordar, una vez más, lo que ocurre cuando el hombre cree saber más que su Creador. Lamentablemente, son lecciones que la gran mayoría no capta.

¿Irá a llegar el día cuando las enfermedades sean cosa del pasado, relegadas a un capítulo en un libro de historia antigua? La respuesta clara siempre ha estado a nuestro alcance y sorprenderá a muchos.

El cuerpo humano es de una obra maravillosa, con defensas excelentes contra la mayor parte de los males que lo amenazan. Nuestra piel es una barrera muy resistente que nos protege de un mundo de patógenos que nadan a nuestro alrededor como tiburones alrededor de una presa herida. El torrente sanguíneo está repleto de anticuerpos adaptables e inteligentes listos para caer sobre los invasores, y dar la señal a las células defensoras para que los destruyan. El espacio no permite detallar aquí todos los mecanismos de defensa que posee el organismo humano. Basta decir que está dotado de muchísimas armas defensivas naturales para detener la mayoría de los peligros biológicos. Wallace Smith dedicó dos páginas completas a este maravilloso aspecto del diseño divino en el artículo: Guerra bajo nuestra piel, publicado en nuestra edición de julio y agosto del 2018.

Por maravilloso que sea el sistema, sabemos muy bien que a veces los patógenos logran penetrar nuestras defensas y nos enfermamos, generalmente por un tiempo hasta que el sistema inmune logre imponerse y volvamos a la vida normal. Pero de vez en cuando aparecen virus como el que produce la gripe aviaria o el ébola y… bueno, nos hallamos en camino a aprender la respuesta a las viejas preguntas: ¿Hay vida después de la muerte? Y si la hay, ¿me he preparado para ella?

Sí existe un Dios de amor…

Todos deseamos comprender, si Dios es amor, por qué permite que la humanidad padezca tanto por causa de las enfermedades. ¿Acaso no pudo añadir otra arma a nuestras defensas, una que previniera las pandemias que suelen ocurrir? ¿Y el cáncer, la diabetes, las enfermedades coronarias y centenares de trastornos que causan debilidad y muertes ¿Qué clase de Dios traería tanto sufrimiento sobre la humanidad?

Las respuestas a estas preguntas comienzan con nosotros mismos. Pensemos en las muchas afecciones que sabemos son inducidas por seres humanos y que pueden ser totalmente prevenibles. Es sabido durante decenios que el tabaco causa cáncer, enfisema pulmonar y toda una serie de males. Las personas con sobrepeso que hacen poco ejercicio y consumen una dieta alta en azúcares y carbohidratos corren mayor peligro de presentar diabetes y enfermedades coronarias. El alcohol en exceso contribuye a la cirrosis hepática y más propensión a sufrir accidentes y muerte. Pese a estos conocimientos tan difundidos, ¿cuántos dejan de fumar, comienzan a hacer ejercicio y cambian de dieta? ¿No es hora de que dejemos de culpar a Dios por nuestras enfermedades cuando es evidente que, en muchos casos, lo que nos enferma son nuestras propias decisiones?

Pero, ¿y los asesinos como la gripe aviaria, el mers, o síndrome respiratorio del Oriente Medio, el ébola y la covid-19? Nosotros sin duda somos víctimas inocentes de estos… ¿o no?

Es claro que los virus causantes de estas enfermedades no discriminan: atacan a todo el que, sin culpa, se encuentre en el lugar equivocado en el momento equivocado. No obstante, y por mucho que se sorprendan algunos, el origen de estos contagios se conoce y es prevenible. Dejando de lado el tema de si este coronavirus escapó de un mercado o de un laboratorio de bioseguridad nivel 4, sabemos que el murciélago de herradura es un reservorio de coronavirus. Si se dejara a los murciélagos en su medio natural, nadie los comería ni los estudiaría para ver cómo evitar las enfermedades que portan. Se habrían evitado la gripe aviaria y el mers, y la COVID-19, no habrían ocurrido esos desastres.

Los coronavirus como estos seguirán retornando mientras los seres humanos, sea en China o en cualquier otra parte del mundo, sigan consumiendo murciélagos de herradura, civetas, pangolines y otros animales exóticos. Veamos este informe que se publicó hace casi 15 años:

“Buscando un reservorio [de virus], el microbiólogo Kwok-yung Yuen de la universidad de Hong Kong y sus colegas estudiaron muestras de monos, roedores y varias especies de murciélagos en los alrededores de Hong Kong. El virus de tipo sars [que ocasionó la gripe aviaria], se encontró en 39% de los frotis anales tomados de murciélagos de herradura chinos, que se comen y se emplean como medicamento tradicional chino” (ScienceMag.org, 12 de septiembre del 2005).

Estos hallazgos se corroboran con frecuencia, como vemos en este ejemplo sobre la gripe aviaria:

“Los investigadores de Estados Unidos no fueron los primeros en señalar a los murciélagos como posible origen del sars, pero dijeron que habían realizado el análisis más grande y amplio del origen del sars. Investigaron datos genéticos de centenares de muestras virales tomadas de seres humanos, diversos murciélagos, civetas, mapaches, tejones y cerdos… Los investigadores encontraron que el virus del sars viajó de murciélagos a seres humanos, de allí a civetas y cerdos, y ya extendido el brote, nuevamente a los seres humanos” (Culpen al murciélago por el sars, dicen investigadores de Estados Unidos, CBC.ca, 19 de febrero del 2008).

Este artículo de la CBC Radio Canadá sugiere que debemos “culpar al murciélago”. Pero ¿cuántos murciélagos obligan a los seres humanos a que se los coman?

También es absolutamente cierto que el ébola seguirá apareciendo en África Occidental mientras haya gente que consuma primates y murciélagos frugívoros. El murciélago está envuelto también en otro coronavirus mortal, como se explica en un artículo de Medical News Today publicado en el 2017: “El origen del coronavirus del síndrome respiratorio del Oriente Medio (mers-CoV, o mers), continúa siendo un misterio, pero probablemente se originó en un animal. Se ha encontrado en camellos y en un murciélago” (MERS-CoV, Medical News Today, 19 de diciembre del 2017).

Los cerdos también suelen asociarse con brotes de influenza mortales, y se sabe que son como unos recipientes de mezclas genéticas donde los virus de un animal pueden mutar en formas que permiten la transmisión entre seres humanos. Como explicó la BBC: “Se cree que el virus de nipah, que apareció en Malasia en 1998 y 1999, tiene como reservorio el murciélago frugívoro, pero tenía que pasar por cerdos para poder infectar a los seres humanos” (Murciélagos, “origen probable” del Sars, BBC News, 29 de septiembre del 2005).

Sabemos que los murciélagos, cerdos, civetas, pangolines, roedores y otras alimañas, que se venden en los mercados de carne asiáticos y africanos, están implicados en estos brotes; pero, ¿cuántas personas se detienen a pensar en el verdadero significado de estos hechos? ¿Cuántos reconocen la conclusión obvia: que estas graves enfermedades son completamente prevenibles? ¿Y cuántos comprenden que la obediencia a Aquel que creó toda la vida en la Tierra, y con amor nos dio instrucciones para nuestro bien, que nos harían evitar el sufrimiento, la muerte y las tremendas repercusiones económicas que estamos viendo en el mundo?

La verdad es que nunca se dispuso que los murciélagos, monos, gatos, culebras y muchos animales más que los seres humanos suelen consumir sirvieran de alimento. Nuestro Creador nos dio unas reglas muy sencillas para distinguir cuáles carnes de animales son y no son apropiadas para comer. Si usted tiene la curiosidad y el valor de hacerlo, puede leer estas leyes en el libro conocido como la Biblia. Aprendemos en Levítico 11 y Deuteronomio 14 que ciertos animales de mar y tierra, así como algunas aves, sirven de alimento pero que otros se deben evitar. No es por accidente que los seres indicados por Dios, como no aptos para el consumo humano, son precisamente los que causan pandemias cuando se consumen.

No culpemos a Dios si lo sabemos

Es verdad que no conocemos la causa de todas las enfermedades que nos afligen, pero sabemos mucho más de lo que quizá deseemos admitir. Las causas de las enfermedades más comunes son bien conocidas y respecto de otras tenemos fuertes sospechas. La contaminación del ambiente se asocia con muchos tipos de cáncer. Las relaciones sexuales fuera de un matrimonio monógamo entre un hombre y una mujer, son causa conocida de muchas enfermedades dolorosas, que causan debilidad y muerte. La adicción a drogas trae un sinfín de males. Pero es más fácil culpar a Dios que aceptar la responsabilidad personal.

Tal vez ha llegado la hora de dejar de culpar a Dios y empezar a mirarnos en el espejo. Pero en vez de cambiar los hábitos causantes de nuestros problemas, es demasiado tentador tomar el camino fácil de hacerse la víctima.

El Creador declaró a la antigua nación de Israel: “Si oyeres atentamente la voz del Eterno tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy el Eterno tu sanador” (Éxodo 15:26). Observemos que la nación debía escuchar a Dios “atentamente” y guardar “todos sus estatutos”.

¿Lo ha hecho alguna nación? ¿Y la nación suya?

No, lo que se hace es rechazar a Dios, culparlo y optar por hacer lo que nos parece bien a nuestros propios ojos, ¡arriesgándonos a lo desconocido cuando lo conocido ha demostrado ser mejor! Después, se culpa a Dios por los resultados de nuestras decisiones insensatas y voluntariosas.

La Biblia muestra que a la humanidad le espera un futuro muy traumático de enfermedades, guerras y catástrofes naturales cada vez peores. No obstante, vendrá un tiempo después de eso, cuando el Creador haya despertado nuestra atención, en que Satanás, el gran embaucador, será eliminado y se impondrá la verdad (Apocalipsis 12:9; 20:1-3). Entonces Jesucristo dará comienzo a un tiempo de paz y prosperidad en toda la Tierra, porque en todas partes se conocerán y cumplirán las leyes de Dios, incluidas sus leyes de la salud (Isaías 11:2, 9). Esta buena noticia es de lo que tratamos en El Mundo de Mañana. Espero que cuando usted lea esto, la crisis ya haya pasado… pero, aunque sea así, es seguro que vendrán más crisis hasta que la humanidad finalmente aprenda su penosa lección.

ACTUALIZACIÓN: El 11 de marzo, doce días después de mi regreso a Charlotte, Carolina del Norte, las autoridades sanitarias declararon oficialmente que la crisis de covid-19 es una pandemia. Propagada inicialmente por viajeros que salían de China, Hong Kong y Macao; muy pronto el virus pasó a contagiar las comunidades. Mientras escribo esta actualización a comienzos de abril, el coronavirus causante de la enfermedad covid-19 ha invadido la mayoría de los países, y los gobiernos desconcertados luchan por aplanar la curva, es decir, reducir la tasa de infección; con la esperanza de que pronto lleguen al rescate terapias eficaces o alguna vacuna.

Si los países del primer mundo se ven en apuros por mantenerse a flote, ¿qué harán los del tercer mundo? ¿Qué pasará en la India con sus altos índices de tuberculosis, o en África con muchos millones de seres debilitados por el sida? Esos pueblos quizá parezcan muy distantes de los lectores de esta revista, pero son seres humanos hechos a la imagen de Dios, y con el mismo potencial eterno que tenemos usted y yo.

Esta revista no llegará a sus manos antes de varias semanas, y en el momento de escribir este artículo nadie sabe cómo se encontrará nuestro mundo entonces. Aun ahora mientras escribo, Italia está en caos, Europa está fracturándose, y naciones en todo el mundo se ven ante el peligro inminente de la bancarrota. Desde las enormes transnacionales hasta las personas que viven de día a día, millones verán desaparecer sus ingresos y los gobiernos toman prestadas sumas ingentes para cubrir gastos para los que nadie estaba preparado. Es posible que el mayor legado de la covid-19 sea la devastación de los medios de ingreso, las economías y el orden mundial actual.

Estas grandes incógnitas deben poner en perspectiva los inconvenientes menores como son: aplazar un crucero o perderse un concierto. No hay nada como una guerra mundial, una depresión o una pandemia para hacernos entrar en razón ante nuestra vida.

¡Cuán rápidamente puede cambiar el mundo! Que venga pronto a reemplazarlo el mundo de mañana.