La familia de hoy... y del mañana - Un legado de armonía | El Mundo de Mañana

La familia de hoy... y del mañana - Un legado de armonía

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La mayoría de los padres y madres desean dejar un legado a sus hijos. Es importante asegurarles el futuro a los suyos. Desean que los hijos alcancen el éxito y la felicidad, y la mayor parte de los padres se esfuerzan y trabajan duro para que ese deseo se haga realidad. Los hay que hacen sacrificios heroicos para dar una educación a sus hijos. Muchos sacrifican sus propias necesidades para ahorrar y dejarles algunos bienes. ¿En su caso? ¿Ha pensado en el legado que dejará a sus hijos?

J. Paul Getty (1892-1976), famoso industrial estadounidense, fue uno de los seres más ricos en ese país. Al morir contaba con bienes por valor superior a los $2.000 millones de dólares (actualmente unos $9.000 millones). Aun así, Getty sabía que faltaba algo, y es bien conocida su reflexión: “¿Cómo y por qué será que he podido fabricar un automóvil, perforar pozos petroleros, administrar una fábrica de aviones, edificar y dirigir un imperio comercial… pero no he podido mantener ni una sola relación matrimonial satisfactoria?” (Autobiografía de J. Paul Getty, 1976, pág. 87).

Amasar un legado económico para la próxima generación, en sí no tiene nada de malo. Al contrario, es algo que debemos hacer, pero hay otros legados más importantes. Uno de ellos es la facultad para forjar un matrimonio armonioso, que es el fundamento de una familia estable. Felizmente, podemos dejar a nuestros hijos algo que Getty no pudo. Un legado de armonía matrimonial no solo es posible, sino un esfuerzo que será más que recompensado… y todo comienza por ser muy conscientes de nuestro ejemplo.

Nuestros hijos están observando

Los hijos observan a sus padres, y por medio de ellos aprenden constantemente sobre la vida: ¿En quién puedo confiar? ¿Cómo debo manejar las dificultades? ¿Adónde voy en busca de respuestas? Las decisiones que nosotros tomamos en la vida constituyen una especie de mapa para ellos. En nuestra imaginación, suponemos que los hijos imitarán solamente nuestras características superfluas: como nuestro modo de andar o la inflexión de la voz. Pero en la vida real ¡también imitan nuestras fallas! Eso significa que ven las grietas en nuestro carácter que aparecen cuando surge un conflicto matrimonial: ¿Nos apresuramos a criticar? ¿Defendemos nuestra opinión contra viento y marea? ¿Lanzamos ofensas sin pensar, con el deseo de sentirnos superiores? Si cometemos esos errores, no nos sorprendamos si vemos a nuestros hijos hacer lo mismo.

Cada uno de nosotros es una obra a medio hacer. Por eso mismo de vez en cuando cometemos errores, al intentar manejar nuestros desacuerdos. Surge, pues, la pregunta: ¿Cuando los padres discuten, será mejor que lo hagan en privado? Generalmente sí. Sin embargo, algunos investigadores piensan que puede ser conveniente para los hijos ver a sus padres resolver positivamente sus pequeños desacuerdos. “Ver a mamá y papá salir satisfechos… de sus desacuerdos, sin resentimientos, puede ser muy benéfico para los hijos, según investigadores y especialistas en la resolución de conflictos” (Wall Street Journal, 23 de abril del 2019). Si manejamos bien los conflictos, nuestros hijos pueden aprender que no necesariamente terminan en desastre. Si tenemos cuidado, pueden ver que los desacuerdos no tienen por qué ser demoledores.

Cuando afrontamos situaciones difíciles y las manejamos constructivamente, nuestros hijos tienen la tranquilidad de saber que sus padres siguen amándose; y sintiéndose amados empiezan a creer que ellos también podrán manejar bien sus relaciones.

Los conflictos son inevitables

Ingenuamente hay quienes piensan que es posible evitar todo conflicto. Aun las parejas más dedicadas y fieles tendrán sus fricciones. Cada persona tiene sus propias ideas y manera de ver las cosas, y no hay dos personas que concuerden exactamente en la forma de manejar cada situación. Es inevitable que se presenten algunos roces.

Dios dispuso que los hombres y las mujeres fuéramos diferentes. El resultado es que podemos aprender con reciprocidad, si bien ello exige algo de práctica y esfuerzo. El apóstol Pedro dijo: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil” (1 Pedro 3:7). Aprender a amar y comprender a otro ser humano es un proceso que requiere tiempo, paciencia y experiencia. El apóstol Pablo explicó que a menudo los hombres y las mujeres deben aprender diversas lecciones en el matrimonio: “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Efesios 5:33). Los hombres y las mujeres son diferentes, por eso necesitan paciencia y cuidado para aprender a trabajar juntos. Afortunadamente, el esfuerzo rinde buenos frutos en la relación matrimonial, y señala un camino para nuestros hijos, que observan cada paso que damos.

Lo más esencial: amor y dominio propio

Cuando surgen conflictos, es importante que ambos padres tengan presente lo más esencial. Si delante de Dios han prometido unir sus vidas, y si procuran fielmente cumplir esa promesa, su compromiso consciente es la sustancia que los mantendrá unidos aun en medio de la tormenta. Ellos se aman. Son leales. Tomaron voluntariamente la decisión de unirse (Génesis 2:24). Recordar ese compromiso les dará fuerza y firmeza.

¡Pero cuán fácil es olvidar esto en medio de una discusión! Por eso a veces decimos cosas que no quisimos decir, y que no son ciertas, incluidas palabras incendiarias y ofensivas. Preguntémonos: ¿Tenemos derecho de decir cualquier cosa que se nos venga a la mente solo porque estamos emocionalmente alterados? Según el apóstol Pablo, no. Dice que cualquiera que sea la situación en que nos encontremos, lo correcto es hablar “siguiendo la verdad en amor” (Efesios 4:15). Dijo, además, que debemos evitar “enemistades, pleitos… iras, contiendas”, y dejar que el Espíritu de Dios actúe en nosotros para despertar amor y dominio propio (Gálatas 5:20, 22-23).

¿Cuándo van a ser más urgentes el amor y el dominio propio que en medio de una discusión? Es allí donde la madurez debe manifestarse en nuestro comportamiento ¡y es allí donde demostramos a nuestros hijos cómo operan el amor y el dominio propio! Cuando nuestra pareja nos hiere, no es incorrecto hacérselo saber, pero hay que expresar ese dolor de un modo que muestre claramente el amor y respeto que seguimos sintiendo por él o ella. Recordemos que si no tratamos debidamente a nuestra pareja, eso puede llegar a estorbar nuestras oraciones (1 Pedro 3:7). ¡La manera como manejamos los desacuerdos es importante!

El amor y el dominio propio nos motivan a no solo pretender ganar una discusión, sino a buscar soluciones. Nos ayudan a decir: “Quizá tengas razón”, tres palabritas que pueden tener un impacto enorme sobre el desenlace de una discusión y que, además, pueden transformar nuestra propia actitud. La mayoría de las veces, ninguno de los dos está cien por ciento en lo correcto ni cien por ciento errado. ¿Estaremos enseñando a nuestros hijos que es posible dar marcha atrás y reconocer que hemos contribuido al problema? En este caso, estaremos brindándoles un legado precioso.

El arte de resolver conflictos parece estar desapareciendo. Más y más personas se apresuran a enojarse contra su jefe, cónyuge o compañero de trabajo por casi cualquier motivo. El ambiente es tenso y los nervios están irritados, pero Dios nos da la ayuda que necesitamos para convertir el conflicto en un punto de partida para comprendernos mejor; y aun para estrechar los lazos entre ambos. Como bien dijo el apóstol Pablo: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

Pensemos cómo actuar con nuestra pareja en los momentos de conflicto. Tengamos presente lo más esencial: una vida de amor y dominio propio. Tengamos paciencia con nosotros mismos y con nuestra pareja. Los choques serán inevitables, pero no tienen por qué ser destructivos. Nuestros hijos están observando. [MM]

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