De mujer a mujer: La mujer sabia edifica su casa | El Mundo de Mañana

De mujer a mujer: La mujer sabia edifica su casa

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Cuando a mi esposo y a mí nos trasladaron de Nashville, Tennessee a Charlotte, Carolina del Norte, pasamos algunos días buscando vivienda apropiada. Al fin escogimos una casa en una zona nueva en construcción. Desde que nos mudamos, he tenido la oportunidad de observar a los trabajadores mientras construyen varias casas nuevas en el vecindario.

Es muy interesante ver cómo los diferentes grupos de trabajadores cumplen sus labores, cada uno en su momento hasta que tener un hermoso producto terminado. Esto me hace pensar que nosotros como cristianos debemos trabajar juntos como un solo cuerpo para construir y edificar (Efesios 4:15–16). El apóstol Pedro menciona que “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo…” (1 Pedro 2:5).

Meditando en el versículo anterior  me motivé a escribir sobre este tema: Proverbios 14:1: “La mujer sabia edifica su casa; mas la necia con sus manos la derriba”. Examinemos dos tipos de mujer. Una, que es sabia y edifica su casa. La otra es necia y la derriba.

La que sabe edificar

Una mujer sabia edifica su casa de varios modos. Analicemos algunos:

Busca la voluntad de Dios en su vida. Le pide a Dios en oración que guíe todas sus decisiones en el servicio a Él, en el sometimiento a su esposo, en la crianza de sus hijos, en el aprovechamiento de sus talentos, en el empleo prudente del dinero y en todas las demás facetas y aspectos de su vida.

Busca las riquezas espirituales de Dios mediante la diligencia en la oración y el estudio. “Con sabiduría se edificará la casa, y con prudencia se afirmará; y con ciencia se llenarán las cámaras

De todo bien preciado y agradable” (Proverbios 24:3–4). En Proverbios 8:10–11 leemos que la instrucción, el conocimiento, la comprensión y la sabiduría de Dios son más valiosos que la plata, el oro y los rubíes. Ella asimila estas preciosas riquezas espirituales y las emplea para forjar su relación con Dios, su familia y los demás.

Mantiene su casa espiritual limpia y ordenada, lo mismo que su casa material.  Con ayuda del Espíritu de Dios, ella cuida su mente, resistiendo los malos pensamientos, los chismes, la difamación y el parloteo hueco. No permite que su mente se llene de las cosas del mundo. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15–16). También leemos: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:1–2). Ella no permite que su mente se ocupe en los cuidados de la vida al punto de socavar su crecimiento espiritual.

Procura maneras de mejorar su vida y la de otros.  Son muchas las cosas que una mujer puede hacer para ampliar sus horizontes y mejorar así su vida. Por ejemplo, puede emprender actividades edificantes y educativas en las artes y otras ramas culturales, y puede fomentar esto entre los miembros de su familia también.

Si los niños empiezan a conocer estos temas a temprana edad, tendrán mayor probabilidad de apreciarlos. Son muchas las oportunidades que tenemos en este campo, y a menudo son gratis o cuestan muy poco. Hay conciertos al aire libre, producciones de teatro, musicales, museos de todo tipo, la sinfónica, paseos familiares  visitando lugares de interés científico o histórico. La lista es interminable.

No dejemos de aplicar una intención espiritual a todo lo que hacemos. Además, hay que ser equilibrados. Lo importante es mejorar nuestra vida y la de otros en la medida que lo permitan la salud, las finanzas y el tiempo.

La necia destructora

Ahora veamos algunas maneras en que la mujer necia puede derribar su propia casa.

Por voluntariosa En vez de buscar la voluntad de Dios, rechaza el papel que Dios le ha asignado en el hogar y la Iglesia.

Antes que Dios me llamara a su Iglesia, la filosofía y la enseñanza de moda era que marido y mujer gobernaban su casa por igual: el cincuenta por ciento cada uno. Mi esposo y yo bromeábamos acerca de quién mandaba. Yo había creído ese concepto, y la enseñanza bíblica de que el esposo es el jefe del hogar  me parecía un poco anticuada para los tiempos modernos. Sin embargo, un estudio atento de las escrituras me convenció de que la palabra de Dios es verdad. “Santifícalos en tu verdad. Tu palabra es verdad” (Juan 17:17). También leí: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Esto me llevó a la conclusión de que la palabra de Dios siempre está vigente y que debemos obedecerla. Efesios 5:22–23 dice: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador”. El apóstol Pablo también da esta instrucción en 1 Corintios 11:3, “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.”

Para algunas mujeres, salidas de una sociedad plagada de enseñanzas feministas, esta verdad resulta “una píldora amarga”,  dura de asimilar y aceptar. Entregar la voluntad a Dios puede ser muy difícil, pero una vez hecho, trae una paz y una felicidad enormes.

Las presiones sobre la mujer son muchas, ya que vivimos en una sociedad obsesionada por la sexualidad y la juventud. Por ejemplo, se pretende que toda mujer tenga una silueta de supermodelo y que nunca deje notar  el paso de los años (para eso están la cirugía plástica, el Botox, etc.). ¡Ya no le dejan ni tener una arruga en paz! Tiene que hacer todo lo humanamente posible para verse joven, seductora y llena de vida para siempre. ¡Es absurdo!

Nosotras, como mujeres cristianas, no tenemos que caer en esos engaños satánicos. La instrucción para nosotras es que nos guardemos sin mancha del mundo (Santiago 1:27).

Por negligencia Una mujer puede  debilitar su relación con Dios por descuido, si no emplea los recursos espirituales de la oración, el estudio, la meditación y el ayuno para crecer en el carácter divino. Es de suma importancia que ella adquiera el hábito de hacer estas cosas con regularidad. Cuando los hijos saben que mamá y papá necesitan tiempo privado para hablar con Dios, aprenden a aceptarlo y respetarlo. Esto es algo que se les puede enseñar.

Si no se le hace mantenimiento constante, la casa espiritual de la mujer se deteriora y termina por deshacerse.

Para falta de discreción “Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa y apartada de razón” (Proverbios 11:22). La indiscreción es una falta muy seria, que puede incluso destruir el buen nombre de una mujer. También puede traer deshonra sobre su marido. “La mujer virtuosa es corona de su marido; mas la mala, como carcoma en sus huesos” (Proverbios 12:4).

Por rencillosa La vida puede ser muy estresante, con muchas cosas que desagradan. Dejarse llevar por el disgusto nos puede llevar a rencillas. Y de la rencilla a la ira no hay sino un pequeño paso. “Mejor es morar en tierra desierta que con la mujer rencillosa e iracunda” (Proverbios 21:19).  A nadie le  agrada andar con personas rencillosas porque la situación no es tranquila. “El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas. Deja, pues, la contienda, antes que se enrede” (Proverbios 17:14).

El apóstol Pablo nos instruye así: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18). En Mateo 5:9 vemos que los pacificadores tendrán bendición. Y por último: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:6–7).

En conclusión, al continuar la construcción de nuestra casa, tengamos muy presentes las palabras de Cristo: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.” (Mateo 7:24–25). Como mujeres sabias, no seamos simples oidoras, sino hacedoras de la palabra (Santiago 1:22). Y recordemos esta escritura: “Si el Eterno no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican. Si el Eterno no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmo 127:1).