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La serie de películas titulada La guerra de las galaxias ha emocionado al público desde que llegó a la taquilla en 1977. El tema del bien contra el mal, simbolizado por la "Fuerza" y el "Lado oscuro", ha capturado la imaginación de los jóvenes y viejos por igual. Los memorables personajes, las trepidantes escenas de acción y los atrevidos diálogos llenan los teatros cuando se lanza un nuevo episodio de la serie.
La escena icónica de la cantina es una de las favoritas entre los aficionados a La guerra de las estrellas, y aparece alguna variación de esta en la mayoría de los episodios nuevos. Todas las criaturas que interactúan socialmente son supuestamente de una galaxia distante, y sus formas extrañas, a menudo repulsivas, tensan la imaginación. El truco es que todo el mundo piensa que esta mezcolanza de seres extraños es normal. Pero ¡afortunadamente, no lo es!
¿Por qué no vemos tales anomalías como esas criaturas en la actualidad? Ciertamente, el universo contiene un número astronómico de galaxias. Sin embargo, hasta donde se puede determinar mediante telescopios de vanguardia y los intentos de la humanidad de explorar el sistema solar, la inmensidad del espacio exterior es inhóspita para la vida. Sin embargo, la Tierra es una hermosa joya en el espacio, con la cantidad justa de atmósfera, agua, masa terrestre y zonas de climas templados para que sea habitable para la humanidad y para los animales, insectos y plantas. Si bien ciertamente hay criaturas fantásticas en esta creación física, las muchas variaciones de la vida sensible popularizadas por la fantasía y la ciencia ficción simplemente no existen.
Salomón lo expresó de esta manera: “Todo lo hizo [es decir, Dios] hermoso en su tiempo” (Eclesiastés 3:11).
La humanidad existe en varios colores, figuras y tamaños, pero cada tipo étnico y racial es inconfundiblemente humano en su forma. El relato bíblico de la creación revela en qué se basa esa forma. Génesis 1 dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza... Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (vs. 26-27).
¿Lo entendemos? Nuestra forma humana es como la forma de nuestro Creador, lo que quiere decir que el hombre es como Dios y no que Dios es como el hombre. Jesús les explicó esto a sus discípulos cuando uno de ellos, Felipe, dijo: "Señor, muéstranos al Padre ... Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14: 8–9). Cristo es como el Padre en forma y carácter.
El apóstol Pablo lo dejó muy claro cuando explicó: “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la Tierra... para que busquen a Dios ... aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres” (Hechos 17: 26-29).
Cuando comprendemos nuestros orígenes como seres humanos y hacia dónde vamos en el plan que nuestro Padre celestial tiene para la humanidad, la persistente niebla de confusión se aclara, revelando el propósito de la vida humana. No hay base para la hostilidad o los prejuicios raciales. Pablo declaró enfáticamente que “no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3:11).
Esta comprensión revela por qué la extravagante rareza de la biología de La guerra de las galaxias no se parece a la biología real. Mientras que escritores, artistas conceptuales y diseñadores de vestuario dejan volar su imaginación con “formas de vida inteligentes” para entretener al público que va al cine, Dios diseñó específicamente la vida inteligente para ser como Él. Las muchas y diversas razas de la fantasía y la ciencia ficción hacen que nuestra cabeza de vueltas, pero, por el contrario, el diseño de Dios de la raza humana singular es tan perfecto en su simplicidad que solo hay confusión si nos malinterpretamos a nosotros mismos torpemente.
Por ejemplo, si uno reconoce al Creador, no hay confusión con respecto al género, porque "varón y hembra los creó". La Biblia deja en claro que todos los intentos de confundir este simple hecho de la biología desagradan a Dios. El concepto sobre el “cambio de género” fomenta el uso incorrecto de lo que Dios formó a Su imagen y no le será permitido entrar en Su Reino (Romanos 1: 20-24, Apocalipsis 21:8; 22:15).
Dios, sin embargo, tenía la intención de que compartiéramos no solo Su forma, sino también Su sustancia. Pablo señaló este importante punto a los cristianos de su época: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo... de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19-20).
Llegar a ser como Dios, no solo en forma, sino también en nuestro espíritu y carácter: ese es un destino que muy pocos realmente podrían imaginar, pero sin embargo es el verdadero y glorioso propósito de nuestro Creador para nosotros.
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