Las obras de sus manos - Microvolador de la naturaleza | El Mundo de Mañana

Las obras de sus manos - Microvolador de la naturaleza

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¿Qué tiene en común una pequeña e intrincada creación de Dios con SpaceX y su enorme cohete Falcon 9?

El 21 de mayo pasado, la empresa estadounidense SpaceX lanzó el cohete Falcon 9, con financiación particular, su segundo vuelo tripulado con destino a la estación espacial internacional. El público se asombró ante la increíble potencia de los motores, que al lanzarlo al espacio generaron 770 millones de kilos de empuje. Aún más impresionante fue el aterrizaje de la primera etapa del cohete, lista para reutilizar. La tecnología que se empleó para llevar y traer de la estación a los tripulantes de la misión AX-2, sin duda es impresionante, y ya muchos sueñan con una futura misión para colonizar Marte. Si enviáramos una nave espacial a Marte, tendría que llevar todo lo que necesitarían los astronautas para ocho o nueve meses de viaje, así como las provisiones indispensables para comenzar una nueva comunidad en el planeta rojo.

Pero ¿qué pasaría si la creación de Dios ya incluyera una cápsula que pudiera colonizar nuevos lugares, y al mismo tiempo transportar vida, con todos los suministros necesarios para sustentarla? Estipulemos además que este recipiente contenga suficiente información programada para controlar el nacimiento, crecimiento, desarrollo y reproducción de su contenido viviente por incontables generaciones. Luego sumemos a eso la capacidad de adaptarse, dentro de los límites de su programación, a medios hostiles. Tendría que haber una cápsula protectora, un medio de transporte y todo el alimento necesario.

Además, ¿si el Creador redujera toda esa tecnología y esa carga a algo del tamaño del borrador de un lápiz, y lo hiciera aparentemente más liviano que el aire? ¿Y si toda esa tecnología se encerrara enteramente dentro de una cápsula de 6 milímetros, con un peso inferior a 500 microgramos… y si, además, tuviera que funcionar sin un equipo de ingenieros, físicos y meteorólogos dotados de computadoras? ¿Parece una idea disparatada?

¡Desde luego que no! Posiblemente sea una tecnología que los embelesados observadores del lanzamiento del SpaceX habrán pisoteado sin darse cuenta. Bajo sus pies, clavada en el suelo, yace la muy común, pero muy extraordinaria semilla de una flor: el humilde diente de león.

Realmente máquina voladora

Las semillas del diente de león se cuentan entre las mejores aeronaves de la naturaleza. Atrapan el viento y se desplazan hasta 150 kilómetros sin generar ni un kilo de empuje. Cada semilla va ligada por un tallo largo a una especie de paracaídas, formado por pelillos plumosos. Las semillas y sus paracaídas forman las bolitas de algodón que los niños soplan para dispersarlas. Las investigaciones recientes nos ofrecen una imagen intrincada de estas semillas, que fueron diseñadas inconfundiblemente para volar.

En un estudio del 2018, unos científicos simularon el vuelo de una semilla de diente de león, emplearon imitaciones que colocaron en un túnel de aire junto con semilla reales de esta flor. Lo que encontraron fue una clarísima burbuja de viento, que se formaba alrededor de la semilla cuando se iba estabilizando en su vuelo… algo así como el aspecto del agua de un río que forma ondas alrededor de una piedra en la corriente. La burbuja se forma cuando el paracaídas deja pasar cierta cantidad precisa de aire, y opone resistencia a cierta cantidad. De ahí se forma en el aire una turbulencia que se fija a la semilla, y dura allí mientras la porosidad se mantenga entre el 77,42 y el 84,97 por ciento. Lo curioso es que la semilla alcanza esta zona de porosidad óptima ¡por sus propios medios! Es un equilibro notable que se logra en incontables vuelos de semillas en los seis continentes de la Tierra. No hay un programa espacial de gobiernos ni de particulares que haya alcanzado semejante grado de éxito (¿Cómo se dispersan las semillas del diente de león? Universidad de Notre Dame, 2021).

Sin embargo, a veces este pequeño planeador dobla las alas y se niega a volar. Las semillas del diente de león son capaces de hacer ajustes, que recuerdan la cancelación del lanzamiento de un cohete a último momento cuando se acerca una tormenta. Cuando la humedad en el aire es muy alta, el paracaídas de la semilla se cierra, y la semilla puede caer cerca de una planta madre en suelo bien regado. En otras situaciones, puede abrir el paracaídas completamente, para aprovechar las brisas que suelen ocurrir en condiciones de mayor sequedad atmosférica.

Miniaturización bien lograda

¿Cómo se produce la alteración del paracaídas de un diente de león en condiciones de humedad? Esto fue un misterio hasta el año 2022, cuando un grupo de investigadores internacionales estudiaron el fenómeno con ayuda de cámaras de humedad controlada y un microscopio electrónico. En la base de los pelillos que forman el paracaídas, encontraron tejidos vegetales que hacen abrir y cerrar los pelillos. Estos tejidos activadores absorben humedad en diferentes medidas, expandiéndose en tiempo seco y contrayéndose cuando hay humedad… todo este proceso pasivo funciona sin consumir valiosa energía.

El examen de los pelillos bajo el microscopio electrónico reveló la forma compleja como los pelillos se fijan en una disposición radial, lo que asegura que el paracaídas se abra y cierra de manera coordinada, simultánea y simétrica. Esta preparación para el vuelo, que la planta misma dirige según el estado del tiempo, unida a su tecnología de propulsión, no es menos notable que la de cualquier cohete (Nature Communications, 6 de mayo del 2022; Imperial College, Londres, Imperial.ac.uk, 1 de junio del 2022).

Como si fuera poco, la pequeña semilla del diente de león presenta una complejidad aún más admirable que su aparato de vuelo. En esta se encierra, como en todas las semillas, la información genética necesaria para formar una nueva planta, que a su vez produzca más semillas. Toda semilla, hasta la más pequeña, contiene una cantidad inmensa de información. La revista Scientific American informó: “Los 74 billones [trillones en EUA] de bytes de información en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, cabrían en un archivo de ADN del tamaño de una semilla de amapola… no una, sino 6.000 veces” (28 de mayo del 2021).

La semilla del diente de león tiene un componente llamado endosperma, que tiene todos los nutrientes necesarios para que el embrión forme una plántula capaz de arraigarse en el suelo en su punto de destino. Y el revestimiento de la semilla basta, sin ayuda de los materiales y metales que forman el escudo de un cohete, para proteger la preciosa chispa de vida futura que lleva en su interior. Cuando un ave o un mamífero ingiere la semilla, este revestimiento permanece intacto en todo su paso por la vía digestiva del animal, lista para germinar y desarrollarse cuando termine depositada en el suelo.

Asombrosa ingeniería de la “cápsula de vida”

Los seres humanos existieron miles de años sin que hubiera cohetes. Pero ¿qué ocurriría si una semilla no existiera en su estado completo, si no pudiera brotar y madurar? ¿Qué pasaría si faltara una parte o una pieza de una compleja semilla, o si su desarrollo y formación fueran incompletas? Si no fuera por la sinergia de sus partes y piezas, no podría replicarse y formar una planta productora de semillas para así continuar existiendo. Sería tan inútil como un transbordador espacial de miles de millones de dólares con un tornillo flojo. Las semillas, que forman una plataforma crucial para la vida en la Tierra, dejarían de existir… haciendo peligrar la vida misma.

Los cohetes se construyen gracias al esfuerzo sumado de ingenieros, operarios y equipos de científicos. Pero ¿quién construyó la primera semilla? Si vino de una planta, ¿de dónde vino esa planta? Algunos, como los conocidos científicos Fred Hoyle y Richard Dawkins, han contemplado la idea de la panspermia: que organismos extraterrestres sembraron nuestro planeta. Es un modo novedoso de evadir la improbabilidad matemática de que la vida en la Tierra surgiera al azar. Pero el problema sigue allí: ¿Cómo se originaron los supuestos organismos y alienígenas?

No hay necesidad de imaginar la asombrosa realidad de la semilla del diente de león. Ni siquiera esta humilde planta deja las generaciones de sus descendientes sin una cuota completa de la información que rige su vida. ¿Nos habrá dejado nuestro Creador la información esencial sobre nuestros orígenes? ¿No sería interesante averiguarlo? Empecemos leyendo el libro bíblico del Génesis, para aprender cómo formó Dios una cápsula espacial, aún más intrincada que una semilla de un diente de león. Nosotros la llamamos la Tierra.