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Charles Dickens (1812-1870) escribió una conmovedora introducción a su famosa novela La historia de dos ciudades, publicada en 1859, y su descripción de aquella época sin duda se ajusta a la actualidad. Escribió: «Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era la época de la sabiduría, era la época de la necedad, era el periodo de fe, era la era de la incredulidad, era la temporada de la luz, era la estación de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación».
A medida que transcurren los acontecimientos de cada día, los detalles de la vívida descripción de Dickens se manifiestan a nuestro alrededor. La prosperidad coexiste con la pobreza, la opulencia con la miseria, la productividad con la negligencia derrochadora. La decadencia cultural se extiende como el consumo de drogas ilícitas, la confusión de género, la constante sexualización, el aborto a demanda y la corrupción en todos los niveles del gobierno y la sociedad. Para algunos, estas condiciones traen consigo un período de “profunda desesperación”.
¿Existe alguna manera de afrontar estos problemas difíciles sin dejarse abrumar por el desaliento? Sí, pero pocos la encuentran, porque está en la Biblia.
El profeta Isaías tenía un mensaje difícil que transmitir en tiempos turbulentos, pero aun así nos dio este consejo perpetuo sobre cómo buscar a Dios y su voluntad: «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado» (Isaías 26:3). La paz interior puede ser algo evasiva, pero quienes buscan a Dios y su justicia pueden alcanzarla (Mateo 6:33).
Ezequiel, otro profeta enviado a una nación atribulada, recibió la instrucción de Dios: «mira con tus ojos, y oye con tus oídos, y pon tu corazón a todas las cosas que te muestro» (Ezequiel 40:4). En otras palabras, no te distraigas, sino concéntrate en lo que Dios tiene preparado para ti.
¿Cómo podemos estar seguros de que nuestra mente está puesta en Dios? Leemos: «Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119:10-11). Y debemos disfrutar del estudio de la Biblia: «En tus mandamientos meditaré; consideraré tus caminos. Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras» (vv. 15-16). Consideremos este principio fundamental para despejar nuestra mente: «Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; avívame en tu camino» (v. 37). Al evitar las cosas vanas, debemos dedicar más tiempo para concentrarnos en los principios eternos que se encuentran en la Biblia.
Finalmente, llegamos a un valioso versículo para memorizar el cual contiene esta promesa: «Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo» (v. 165). Esto se refiere a una verdadera paz interior que cubre todas nuestras necesidades.
En el Nuevo Testamento, Dios inspiró al apóstol Pablo, quien sufrió golpes y quedó marcado por proclamar con valentía el venidero Reino de Dios, a escribir en medio de sus pruebas: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:6-7).
Aunque pueda parecer una simplificación excesiva, no deja de ser cierto: en momentos de angustia, “concéntrate” en lo que Dios tiene preparado para ti y, finalmente, alcanzarás la paz que sobrepasa todo entendimiento.