Una santa mayordomo | El Mundo de Mañana

Una santa mayordomo

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Definición de mayordomo:

una persona que administra algo como el agente de otra persona;

una persona nombrada por una organización o grupo para supervisar los asuntos de ese grupo en ciertas funciones.

 

Todavía recuerdo cuando tenía quince o dieciséis años, cuando era una adolescente que pensaba que lo sabía todo y estaba absorta en mi misma y mi madre "no tenía idea por lo que estaba pasando". Ese fue el momento de mi vida en que mi madre me escribió una carta muy especial. Supongo que estaba preocupada por mí, o tal vez simplemente estaba cansada de verme actuar como si lo supiera todo. La carta era el corazón de mi madre derramado en un papel, rogándome que me detuviera por un momento y pensara en mis acciones y hacia dónde me dirigía en el futuro. Me conocía lo suficiente como para agregar al final: "Sé que probablemente pienses que esto es una tontería y no le darás importancia ni a una palabra de lo que digo".

Aunque sabía que las palabras de mi madre eran sabias y me acompañarían durante años, no sabía cuánto peso tendrían esas palabras en mi vida hasta ahora. Es en este momento de mi vida en que soy mayor y tengo mis propios hijos, que estas palabras resuenan en mi memoria. Tal vez soy más sabia, o tal vez me estoy dando cuenta del hecho de que no soy tan inteligente como pensaba que era.

Como madres, se nos da la responsabilidad de criar a los hijos y cuidar del hogar como “santas mayordomos” para Dios. Una buena mayordomo atiende las necesidades de sus pequeños. Estas incluyen necesidades físicas, mentales, emocionales y espirituales. Mi madre siempre nos decía a mis hermanos y a mí que no éramos de ella. Lo que ella quiso decir fue que, ante todo, éramos hijos de Dios, y que Él nos había puesto a su cuidado. Su responsabilidad era criar a Sus hijos para que lo conocieran y lo amaran, y aprendieran a guardar Sus mandamientos y estatutos. Tal como dice Deuteronomio 11:19: “Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes”.

Cuando éramos niños, mis hermanos y yo orábamos de rodillas con nuestros pequeños brazos estirados para llegar a la parte superior del colchón, los ojos bien cerrados y las manos juntas, con mi madre sentada en la cama a nuestro lado repitiendo casi la misma oración de memoria todas las noches, simplemente agregando un poco aquí y allá según los eventos del día. Continuamos con esa oración memorizada a medida que crecíamos, hasta que mi madre se dio cuenta de que teníamos la edad suficiente para permitirnos agregar lo que necesitábamos decirle a nuestro Padre celestial. Entonces, de repente, nuestras oraciones de rutina se convirtieron en nuestros propios pensamientos y palabras, y en poco tiempo nuestros corazones comenzaron a buscar a Dios con fervor.

Ella hizo el mejor trabajo que sabía hacer como mayordomo de Dios, pero yo seguía siendo yo misma, al igual que mis hijos son ellos mismos. No podemos ser obligados a amar a Dios. De hecho, la naturaleza humana está en contra de Dios (Romanos 8:7). Nosotras, como madres, solo podemos ayudarlos a visualizar quién es Él, lo que ha hecho por la humanidad y lo que hará en el futuro. Entonces, desde ese punto, oramos y esperamos que se den cuenta y aprendan a amarlo y a buscarlo como debe ser.

Soy muy consciente, ahora que soy madre, de la gran preocupación de que mis hijos no lo vayan a lograr. Debo admitir que, a pesar de los mejores esfuerzos de mi madre, no fui una niña que se portaba bien. Mi madre me apodó “la rebelde” porque me negué tercamente a admitir que nuestras “discusiones disciplinarias” me estaban afectando. A veces, me pregunto si alguna vez ella tuvo dudas sobre mi compromiso de vivir una vida cristiana, pero nunca se dio por vencida conmigo. Ella confió en Dios para que me guiara e hizo todo lo posible para mostrarme el camino con su ejemplo.

Proverbios 22:6 dice: “Instruye al niño en el camino que debe seguir, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.

Nosotras como madres tenemos tan poco tiempo con nuestros hijos en casa. Parpadeamos, y esos pantalones que les quedaban bien, de repente les quedan muy cortos. Hay tantos argumentos controversiales vertiginosos sobre lo que es mejor para su hijo físicamente, pero como mayordomos de Dios sobre nuestros hijos, ¿nos enfocamos también en lo que es mejor para nuestros hijos espiritualmente? ¿Tomamos el tiempo para enseñarles sobre el plan misericordioso del Padre y Su Reino que traerá paz eterna al mundo? ¿Hacemos que Dios les emocione cuando escuchan historias de cómo intervino en la vida de las personas en la Biblia? ¿Tomamos tiempo para darles lo que se supone que debemos darles espiritualmente? Pasamos mucho tiempo preocupándonos de si están vestidos y alimentados físicamente, pero ¿están vestidos y alimentados espiritualmente? ¿Soy la mayordomo que Dios quiso que fuera cuando me hizo madre?