Orad sin cesar

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La noche anterior, había regresado tarde de un viaje, llena de estrés y con escaso tiempo para hacer el mercado, limpiar la casa y preparar el cuarto de huéspedes para una visita inesperada. Luego disfrutamos una velada tan agradable con nuestra visita, que trasnoché mucho más de lo prudente. Normalmente habría salido de la casa rumbo a mi trabajo de medio tiempo poco antes de las 6:30 de la mañana, pero este día salí apresuradamente, todavía medio dormida, a las 6:45. Había olvidado orar, pero felizmente, Dios no se olvidó de mí.

Comenzaba el mes de enero y las vías en nuestra subdivisión residencial estaban cubiertas de hielo. Avancé entre bostezos hacia la intersección con una autopista y allí me detuve. Pensaba doblar a la izquierda, pero antes miré hacia la derecha para estar segura de que no venían carros en el carril al cual pensaba entrar. No viendo ninguno, arranqué… y luego di una mirada rápida a la izquierda… justo a tiempo para ver la expresión de terror en el rostro de un hombre que me arremetía en su carro. En una fracción de segundo, según parecía inevitable, se estrellaría con mucha fuerza contra la puerta de mi carro… y contra mí.

No alcancé siquiera a parpadear, cuando su carro se detuvo en seco a muy corta distancia del mío, y los que venían detrás de él hicieron otro tanto. El impulso de mi carro me llevó hacia adelante, pero el pánico que sentí me hizo girar el timón a la izquierda muy tarde y el carro se deslizó, corrigiendo la dirección justo a tiempo para avanzar en mi propio carril antes que pudieran chocarme los que venían detrás de mí. ¡Acababa de salvarme de un accidente espantoso! Mientras seguía mi camino, temblando, hacia la entrada de la autopista, alcancé a ver en el espejo retrovisor que los carros detrás de mí permanecían inmóviles. Traté de imaginar lo que estaría pensando el conductor del otro carro. No sé qué lo espantaría más: si saber que acababa de salvarse de un accidente fatal, o pensar que su carro se había detenido de esa manera tan inesperada.

Tan pronto llegué al trabajo, busqué un baño privado, cerré la puerta, estallé en lágrimas y le di gracias a mi Padre celestial por su bondad. Esta fue la ocasión en que realmente comencé a “orar sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17).  He reflexionado mucho desde ese día, hace casi 20 años, sobre la misericordia de Dios y cómo esta nos lleva a desear cambiar y acercarnos más a Él, como dice el apóstol Pablo: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4).   Después de ver la intervención dramática de Dios hace 20 años, me ha sido mucho más fácil acordarme de expresar mi agradecimiento a Él por su amor y misericordia.

Rut y Abigaíl

Dos de las mujeres que más admiro en la Biblia se vieron también en situaciones de peligro. ¡No dudo que también estarían orando sin cesar!  Imagine lo que sentiría Rut la noche en que le dijeron que saliera tarde en la noche y se tendiera a los pies de un hombre a quien apenas conocía (Rut 3:3,4).  Tuvo que tener una fe enorme, pero estoy segura de que también estuvo orando continuamente mientras esperaba que Booz se despertara. Aquella noche no solamente cambió el rumbo de su vida sino que emprendió el camino que la convertiría en parte de la familia de Jesucristo (Mateo 1:5).

Pensé también en Abigail, la bella esposa del acaudalado Nabal. Debió mantenerse en contacto constante con Dios mientras se iba acercando a David y a sus feroces guerreros, enviando adelante presentes de alimentos y reuniendo otros más para llevar consigo (1 Samuel 25:18–31). No hay duda de que Dios guio sus palabras, como vemos por la respuesta que David le dio: “Y dijo David a Abigail: Bendito sea el Eterno Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontrases. Y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre, y a vengarme por mi propia mano. Porque vive el Eterno Dios de Israel que me ha defendido de hacerte mal, que si no te hubieras dado prisa en venir a mi encuentro, de aquí a mañana no le hubiera quedado con vida a Nabal ni un varón” (vs. 32–34). Es claro que cuando nosotros o nuestros seres queridos están en peligro, ¡nos sentimos más motivadas a orar sin cesar!

Haga planes de orar

Todos los días nos asedian las distracciones, unas agradables, otras irritantes: desde libros, televisión, Internet, llamadas telefónicas y textos hasta congestiones de tránsito y la tediosa espera en alguna antesala. Muchas mujeres no pasamos las horas sentadas en una oficina, pero en cambio sí tenemos constantes y diversas obligaciones de trabajo y mandados para hacer todo el día. Al mismo tiempo, tenemos prioridades importantes, así como emergencias o proyectos que ocupan nuestro tiempo y energía. Esposo, hijos, empleo o familiares enfermos, voluntariado… todo esto demanda tiempo y atención. A veces conviene hacer una pausa para sentarse a pensar y planear cómo lograremos dar prioridad a la oración. 

Para mí, no siempre es tan sencillo como levantarme más temprano. Por mucho que madrugue, siempre puedo tener distracciones. Finalmente tuve que llegar a un acuerdo conmigo misma: al despertar, no iba a salir de la habitación y baño contiguo sin antes haber orado. De lo contrario, camino a la cocina vería miles de cosas por hacer, o si miraba el correo electrónico podía quedarme allí una hora. Cuando viajamos a visitar a amigos o familiares, o cuando vamos a la Fiesta, siempre hay distracciones nuevas y diferentes. Alguna vez escuché un sermoncillo en que nos recordaban que planeáramos maneras de orar y estudiar aun estando fuera de la casa. Esto me ayudó mucho a pensarlo bien antes de comenzar un viaje. Realmente conviene buscar activamente las oportunidades para tener algún tiempo tranquilo y en privado aunque nos encontremos en una casa rodeadas de personas y actividades.

Los amigos se hablan con frecuencia

Hace muchos años, le confesé a una maravillosa señora mayor en la iglesia, y amiga cercana, que me parecía más difícil orar que estudiar la Biblia. Como madre de dos niños pequeños, tenía que mantener un oído atento a los niños mientras oraba, y a veces era difícil concentrarme mucho tiempo. Mi amiga me dijo que Dios era su mejor amigo y que ella veía con enorme placer la posibilidad de contarle lo que pensaba y sentía, lo que estaba ocurriendo en su vida o lo que tenía en mente.

Más recientemente, hablaba con una amiga más joven y muy especial, que se ha criado sin un padre. Me dijo que, para ella, Dios era su papá y que le encantaba hablar con su papá. Mi conversación con ella me hizo recordar lo mucho que me gusta hablar con mi propio padre, y pensar en esto me ayudó mucho a acercarme a mi Padre espiritual y hablar más tiempo con Él.

Nuestras oraciones diarias más largas generalmente son de rodillas, pero también hay situaciones que exigen ayuda y sabiduría especial en diferentes momentos del día. Me anima saber que Dios desea que pidamos su ayuda y su guía en oraciones más breves o informales durante el día. De este modo podemos realmente orar sin cesar. El Dr. Meredith siempre nos anima en sermones y artículos a “caminar con Dios” y a dejar que “viva Cristo en nosotros”, tal como nos recuerda Gálatas 2:20. Estas oraciones breves y frecuentes durante el día son un modo de crecer en este aspecto y de mantenernos en contacto con nuestro Padre. Una de mis mayores bendiciones en los últimos años desde que se bautizó mi hija amada, es que ahora nuestras conversaciones han adquirido más profundidad, hablamos con frecuencia de temas espirituales y parece que estamos más y más “en la misma onda”. Me he preguntado si Jesucristo y su Padre intercambian alguna sonrisa al ver que estamos en la misma onda de ellos en nuestra conversación, nuestros pensamientos y nuestras oraciones.

Perseveremos en la oración

Seguramente todas hemos recibido ánimo al ver las muchas respuestas de Dios cuando le oramos. Incluso cuando su respuesta es “no”, Él me ha salvado de lo que habría sido un problema grande para mí. Y las respuestas de “todavía no” nos hacen sentir aún más agradecimiento cuando por fin llega la respuesta. Un ejemplo maravilloso de esto se lo oí varias veces al Sr. Richard Ames en sermones sobre la importancia de persistir en la oración. Durante 17 años oró con fervor pidiendo una y otra vez que Dios le diera un “deseo del corazón”: conocer a Israel. ¿Cuántas veces estaría tentado a abandonar esa petición? Sin embargo, perseveró. Y cuando supo que lo habían asignado para viajar a Israel acompañando un grupo de estudiantes de la Institución Ambassador, saltó de alegría.  Orar sin cesar puede ser hablar con Dios durante el día mientras caminamos con Él, o puede ser perseverar en la oración durante muchos meses o incluso años en algunos casos.

Cristo nos dio el ejemplo de una viuda pobre que se negaba a aceptar un “no”. Día tras día le pidió a un juez injusto que la ayudara, hasta que terminó por fatigarlo y el juez tuvo que ceder. Enseguida, Cristo dijo que nuestro Padre Celestial está mucho más dispuesto a escucharnos porque somos sus propios hijos (Lucas 18:2–7).  Todas somos hijas o madres, y podemos comprender cuán grande deseo tiene Dios de que hablemos con Él y le digamos qué cosas necesitamos.

Es emocionante saber que Dios quiere ser nuestro Ayudador de muchas maneras. Que desea que le oremos sin cesar. Y al continuar pidiendo su ayuda en esto, también recibiremos más fuerzas y más paz, de modo que podamos seguir su exhortación en Filipenses 4:6: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”.