Hospitalidad bíblica | El Mundo de Mañana

Hospitalidad bíblica

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Hace muchos años, durante la Primera Guerra Mundial, mi abuelo, quien trabajaba con los Ingenieros Reales, fue enviado a Palestina para ayudar a construir un puente sobre el río Jordán. Durante su tiempo allí, vivió con una familia en Jordania (entonces conocida como Trans Jordania). El mencionó que eran tan hospitalarios que lo trataban como si fuera su propio hijo.

La hospitalidad era una de las virtudes más elogiadas en las antiguas sociedades nómadas del Medio Oriente, y ese estándar ha persistido en gran medida en la era moderna. Hace mucho tiempo, la hospitalidad era muy estimada ya que era muy necesaria en una época de viajes difíciles y pocas posadas. Algunas posadas que estaban disponibles tenían una reputación algo desagradable. Josué 2 describe a Rahab como una persona que tenia una posada y era una ramera, aunque más tarde vemos que Rahab, por su fe en el Dios de Israel, fue bendecida y más tarde se convirtió en parte de la comunidad israelita. Incluso se le menciona en la genealogía de Jesucristo (Mateo 1:5).

Abraham, el padre de los fieles, era nómada y es un ejemplo de alguien que fue bendecido por la hospitalidad que brindaba a los extranjeros (Génesis 18:1–8). Un día, cuando Abraham estaba sentado junto a su tienda en el calor del día, miró hacia arriba y vio a tres varones parados cerca. Su reacción inmediata no fue: ¿¡Oh, no! ¡Aquí vienen esos visitantes!? Al contrario, se levantó y se apresuró a recibirlos.

El Diccionario de la Real Academia Española define la hospitalidad como “Virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos recogiéndolos y prestándoles la debida asistencia en sus necesidades. Buena acogida y recibimiento que se hace a los extranjeros o visitantes” y Abraham ciertamente hizo eso. Se apresuró a tener la comida preparada y luego se apresuró a atender a sus invitados mientras comían. En su época, la reputación de una persona estaba relacionada con el tipo de hospitalidad que se brindaba. Incluso se esperaba que los visitantes fueran tratados como invitados de gran honor.

Lot en Génesis 19 demostró esto a los dos “visitantes” que llegaron a Sodoma y que resultaron ser ángeles (Hebreos 13:2). Lot insistió en que vinieran a su casa a pasar la noche, se lavaran los pies y recibieran comida y refugio. También estaba particularmente preocupado por su protección, ya que estaba al tanto de la decadente vida nocturna de Sodoma.

Otro buen ejemplo fue el de la mujer sunamita en 2 Reyes 4:8–10, quien notó la frecuencia con la que Eliseo pasaba por ese camino y deseaba servir al hombre de Dios. Ella le dijo a su esposo: “Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él".

Como resultado de su consideración, Dios la bendijo con un hijo. Dios considera grandemente la hospitalidad como una demostración de nuestra voluntad de cuidar a los demás.

En la época apostólica todavía se fomentaba la hospitalidad para los seguidores de Cristo, aunque existían algunas posadas, como se menciona en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:30–37; 1 Pedro 4:9; Romanos 12:13).

Cuando Jesucristo envió a los doce discípulos, los animó a quedarse en las casas de los que respondieran a su mensaje. Él mismo también demostró hospitalidad cuando una gran multitud lo siguió. Él dijo: “Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino” (Mateo 15:32). Como sabemos, Jesucristo alimentó a cuatro mil hombres, además de mujeres y niños, con el milagro de los siete panes y algunos peces.

Hoy en día, en realidad, no lavaríamos los pies de nuestros huéspedes como lo hacían en aquellos días en que usaban sandalias y caminaban por caminos polvorientos, pero debemos demostrar el mismo espíritu de servicio humilde al atender las necesidades de los huéspedes, proporcionándoles, si es necesario, alimento, calidez y un lugar para dormir.

Cuando la hospitalidad se convierte en entretenimiento ritual y se hace simplemente porque es lo que se espera, pierde su verdadero significado. Pero ya sea que el anfitrión sea rico o pobre, el mejor tipo de hospitalidad es cuando hay una genuina bienvenida, calidez, amor, servicio y un sentimiento de unión. ¡Eso es hospitalidad!