¡Hágase la luz! | El Mundo de Mañana

¡Hágase la luz!

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La Santa Biblia comienza con una escena de poder sublime: Dios creando el mundo que nos rodea. Y el pronunciamiento inicial de Dios en la creación es algo profundo en su sencillez y en el poder que representa: "¡Sea la luz!" (Génesis 1:3) ¿Ha pensado usted en las increíbles características de esa extraña sustancia que llamamos "luz"? ¡Indudablemente, es una maravilla de la creación divina! ¿Qué nos dice sobre nuestro Creador esta obra de las manos de Dios?

En su Palabra, Dios se asocia y asocia a su Hijo con la luz. Lo hace múltiples veces. ¿Qué busca enseñarnos con eso? En un ejemplo, Dios inspiró al apóstol Juan a referirse a Jesucristo como: "Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre" (Juan 1:9). Jesús dijo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 8:12). Las enseñanzas y ejemplo de Jesucristo iluminan al mundo, como una luz a los ojos de quienes deseen vivir en obediencia.

En sus alabanzas a Dios el rey David expresó el mismo sentir en palabras hermosas y poéticas: "Contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz" (Salmos 36:9). Por su parte, el apóstol Pablo describe a la Familia de Dios, Dios Padre y Jesucristo glorificado en el Cielo, diciendo que "habita en luz inaccesible" (1 Timoteo 6:16). Es claro que Dios busca asociar su propia naturaleza, su carácter y su mismo ser, con la luz que Él creó para llenar y alumbrar nuestro mundo.

¿Qué es la luz?

Al mirar atentamente lo que la ciencia ha descubierto respecto de las características y naturaleza de la luz, encontramos muchos atributos llamativos y únicos que traen a la mente algunos atributos llamativos y únicos del mismo Dios.

Por ejemplo, ¿qué es la luz? Los físicos y hombres de ciencia investigaron y debatieron este punto por muchísimos años. El debate se refería a dos posibilidades aparentemente irreconciliables. Ô la luz se componía de ondas, algo así como las ondas del sonido o del agua, o bien se componía de partículas; es decir, paquetitos diminutos de energía que vuelan en líneas rectas, como las balas despedidas de una pistola.

Las ondas no son partículas, y las partículas no son ondas. Es absolutamente imposible que un objeto sea a la vez partícula y onda. No obstante, la conclusión inevitable tras años de investigación y experimentación es que, efectivamente, ¡la luz es ambas! À veces actúa como una onda, a veces como una partícula, y en ciertos momentos muy extraños, actúa como ambas al mismo tiempo.

Esta naturaleza de la luz, casi inconcebible para nosotros por tratarse de una existencia paradójica como partícula y a la vez como onda, nos hace pensar en la naturaleza aparentemente incomprensible de Dios. Como escribió el apóstol Pablo: "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!" (Romanos 11:33). Y: "¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá?" (1 Corintios 2:16).

Otra cualidad asombrosa de la luz es su velocidad. ¡No hay nada más veloz en el Universo! La luz viaja a 299.792.458 metros por segundo. À esta velocidad, un rayo de luz puede recorrer 40.000 kilómetros, la distancia alrededor de la Tierra, en menos de dos décimos de segundo.¡Literalmente, en un abrir y cerrar de ojos!

Las leyes de la física, tal como las entendemos hoy, dicen que la luz no solamente es incomprensiblemente veloz, sino que es lo más veloz en todo el Universo físico. Por mucho que algo acelere jamás podrá, en el mundo físico, viajar más velozmente que la luz. ¡Se trata del "límite de velocidad" máximo, un límite insuperable!

No es difícil ver en este aspecto de la luz un reflejo de la justicia y santidad perfectas e insuperables de nuestro Padre en el Cielo. Él mismo dice: "Como son más altos los Cielos que la Tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos" (Isaías 55:9). David también dice: "Tu justicia, oh Dios, hasta lo excelso. Tú has hecho grandes cosas; oh Dios, ¿quién como tú?" (Salmos 71:19).

Un aspecto aun más extraño de la velocidad de la luz es el hecho de ser constante e incambiable para todos los observadores, ¡sin que importe a qué velocidad estén viajando! Esta propiedad de la luz, acaso la más extraña de todas, no siempre parece extraña a primera vista. Pero reflexionemos un poco. ¿Qué significa?

Para captarlo más fácilmente, imaginemos un viaje en automóvil.

Imagine que vamos en un auto por la carretera a 90 kilómetros por hora. Si al lado hay un auto que también va a 90 kilómetros por hora, entonces en relación con nosotros ese otro auto parece estar inmóvil. ¡No parece moverse! Ahora, si otro auto va a 95 kilómetros por hora y nos pasa a ambos, entonces, en relación con nosotros el carro más veloz parece ir a solo 5 kilómetros por hora. En cambio, para alguien que esté de pie a la orilla de la vía, ¡hay dos autos que pasan velozmente y un tercero que es aun más veloz!

En otras palabras, la velocidad observada es relativa a la velocidad que lleva el observador.

¡No es así con la luz!

El carácter constante de la luz

Albert Einstein propuso, en su famosa teoría de la relatividad, que la velocidad de la luz es una constante: que siempre es igual para todos los observadores en todas partes, cualquiera que sea la velocidad que ellos lleven.

Por ejemplo, da igual que un observador esté perfectamente inmóvil o que esté andando a la candente velocidad de 1.079.252.847 kilómetros por hora, solo un kilómetro por hora menos que la velocidad de la luz. ¡Para todos los observadores, en todos los casos, siempre parecerá que la luz está viajando exactamente a la misma velocidad! ¡La velocidad de la luz es una constante absoluta para todos y en todo momento!

Aunque parece un contrasentido, esta propiedad de la luz se ha verificado una y otra vez, en experimento tras experimento.

Esta extraordinaria característica de la luz, que su velocidad es incambiable e immutable para todos y cada uno de los observadores y en todas las situaciones, ¡debe recordarnos la fidelidad y el carácer constante de nuestro Creador! Así lo dice Santiago, medio hermano de Jesús: "Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación" (Santiago 1:17). Hasta el nombre divino revelado a Moisés: "YOSOY" (Éxodo 3:14), refleja la constancia de Dios en todo tiempo: siempre confiable, siempre fidedigno, siempre fiel y siempre bueno.

No es extraño que la luz sea, en concepto de algunos, la sustancia más admirable de todo el Universo físico. ¡Es un elemento asombroso de la maravillosa creación de Dios!

Con su cúmulo de propiedades superlativas y asombrosas, ¡la luz nos recuerda las propiedades superlativas y asombrosas de nuestro Dios! Con razón el apóstol Pablo escribió: "Las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas" (Romanos 1:20).

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