La clave de la paz y la felicidad mundiales | El Mundo de Mañana

La clave de la paz y la felicidad mundiales

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¿Existe acaso una solución práctica que traiga paz, felicidad y prosperidad a todo ser humano en toda la faz de la Tierra? O, ¿es este un sueño imposible, una quimera inalcanzable, cuya sola mención hace sonreír con ironía a los escépticos?

Hace 3.456 años, exactamente en lo que en términos actuales corresponde al 14 de junio del año 1446 antes de Cristo, ocurrió el acontecimiento más grande, espectacular y estremecedor que un grupo de seres humanos haya presenciado en los últimos 6.000 años de historia.

Hacía 53 días que las doce tribus de Israel habían salido de Egipto, después de las célebres diez plagas y de haber celebrado la primera Pascua.

Las plagas de Egipto, la salida de los hijos de Israel de aquella tierra, el cruce del mar Rojo y la proclamación de los diez mandamientos; representan la única vez hasta el presente, en la historia humana, en que Dios haya intervenido en forma tan dramática y directa en los asuntos del mundo.

Cuarenta años después de ocurridas estas cosas, Moisés dijo al respecto: "Pregunta ahora si en los tiempos pasados que han sido antes de ti, desde el día que creó Dios al hombre sobre la Tierra, si desde un extremo del cielo al otro se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa, o se haya oído otra como ella. ¿Ha oído pueblo alguno la voz de Dios, hablando de en medio del fuego, como tú la has oído, sin perecer? ¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales, con milagros y con guerra, y mano poderosa y brazo extendido, y hechos aterradores como todo lo que hizo con vosotros el Eterno vuestro Dios en Egipto antes tus ojos?… Desde los cielos te hizo oír su voz, para enseñarte; y sobre la Tierra te mostró su gran fuego, y has oído sus palabras de en medio del fuego" (Deuteronomio 4:32-34, 36).

En el libro del Éxodo hallamos más detalles del dramatismo sobrecogedor de aquella histórica intervención divina: "Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento… Todo el monte Sinaí humeaba, porque el Eterno había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante" (Éxodo 19:16, 18-19).

Después de esta introducción que dejó al pueblo atónito y perplejo ante tal despliegue de poder, jamás visto antes por el ser humano, Dios se dispuso a pronunciar con voz tan potente que hacía "temblar el desierto" (Salmos 29:8), lo que se conoce como "los diez mandamientos", "las diez palabras" o "el decálogo".

Cuando Dios terminó de hablar, el pueblo, temblando a causa del impacto estremecedor de la voz de Dios, se acercó a Moisés y le dijo: "Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros para que no muramos. Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis" (Éxodo 20:19-20). La Biblia define el pecado como "infracción de la ley" (1 Juan 3:4).

Dios se propuso declarar personalmente los diez puntos que constituyen la plataforma absoluta de su gobierno y del nuevo orden mundial que pronto va a establecer en toda la Tierra.

Jesucristo, el "Verbo de Dios" o portavoz de Dios el Padre, fue evidentemente el que pronunció los diez mandamientos desde el monte Sinaí. Pero no solo los declaró a gran voz, sino que los escribió en dos tablas de piedra con su propio dedo: "Me dio el Eterno las dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios; y en ellas estaba escrito según todas las palabras que os habló el Eterno en el monte, de en medio del fuego" (Deuteronomio 9:10).

Para confirmar lo dicho veamos otro testimonio, entre muchos otros, consignado en las Escrituras: "Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios… Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas" (Éxodo 31:18; 32:16).

Nos preguntamos: ¿Por qué se manifestó Dios en forma tan espectacular y dramática para recordar su ley a un pueblo que la había olvidado? Porque de Abraham, el antepasado de todo aquel pueblo, Dios había dicho cuatrocientos años antes: "Oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes" (Génesis 26:5).

Dios ciertamente quería dejar un testimonio histórico de viva voz y por escrito del único camino de vida que puede producir paz, felicidad y prosperidad al ser humano. Hasta el presente, en la historia humana, no hay ningún pueblo del cual tengamos noticia que haya adoptado y practicado, en forma permanente, ¡los diez mandamientos como norma de vida de sus gobernantes y ciudadanos!

Basta una mirada al escenario actual del mundo para ver las consecuencias. Basta una ojeada a la tragedia de la historia humana para obtener un testimonio innegable de los resultados.

El primer mandamiento de la ley de Dios dice: "No habrá para ti otros dioses delante de mí" (Éxodo 20:3, Biblia de Jerusalén). Si la humanidad guardara esta ley, no habría guerras de religión; las cuales se encuentran entre las más encarnizadas y sangrientas a lo largo de los siglos y en la actualidad. No habría conflictos entre protestantes y católicos en Irlanda, ni entre musulmanes e hindúes en la India, ni entre chiitas y sunitas en Irak, ni entre musulmanes y animistas en Sudán. De hecho, la chispa que hará estallar la Tercera Guerra Mundial, será una confrontación por el dominio del mundo entre el Islam y el llamado "cristianismo"; el cual pretende seguir a Cristo, pero no lo sigue porque no guarda sus mandamientos, como Él mismo dijo: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mateo 19:17).

La buena noticia es que Jesucristo viene a establecer un gobierno mundial basado en los diez mandamientos, lo cual implica una sola religión mundial. ¡Siendo este el primer mandamiento, será por ende el primer paso hacia la paz mundial! Jesucristo viene a dar cumplimiento a lo que fue escrito por los profetas desde tiempo antiguo (Hechos 3:19-21).

Veamos algunas de esas profecías que señalan cómo cesarán los conflictos religiosos: Cuando Jesucristo regrese, "se afirmarán sus pies… sobre el monte de los Olivos" (Zacarías 14:4), el mismo monte desde el cual ascendió a los Cielos (Hechos 1:9-12). À su regreso "el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente… se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande" (Zacarías 14:4). Évidentemente esta profecía aún no se ha cumplido puesto que el monte de los Olivos permanece intacto.

Después de la gran batalla en la cual Jesucristo derrotará a todas las naciones reunidas para combatir contra Él e impedir que imponga un gobierno mundial basado en su ley (Zacarías 14:3, 12-13; Apocalipsis 19:11-21), se cumplirá lo escrito por el profeta: "El Eterno será rey sobre toda la Tierra. En aquel día el Eterno será uno, y uno su nombre (Zacarías 14:9). En otras palabras, se cumplirá el primer mandamiento a escala mundial: "No habrá para ti otros dioses delante de mí".

La prueba de que habrá un solo Dios y una sola religión mundial, es que todos los pueblos serán obligados a adorar al único Dios verdadero; tal como Él lo ordena y en el lugar que Él lo ordena, ¡no como a cada uno bien le parezca!

Veamos algunas profecías que señalan cómo esto se llevará a cabo: "Todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, al Eterno de los ejércitos, y a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos" (Zacarías 14:16). Jesucristo guardó la Fiesta de los Tabernáculos (Juan 7:2-39). Jesucristo vino a darnos ejemplo para que siguiéramos sus pisadas (1 Pedro 2:21). No obstante, la inmensa mayoría de los que hoy se llaman cristianos, no siguen su ejemplo, no siguen sus pisadas; no guardan la Fiesta de los Tabernáculos ni ninguna Fiesta de las que Jesús guardó. Antes bien, dicen que Jesús abolió esas Fiestas, contradiciendo las palabras y el ejemplo del mismo Cristo quien dijo: "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir" (Mateo 5:17).

La profecía menciona algunos de los métodos que Dios va a utilizar para obligar a todas las naciones a obedecer el primer mandamiento: "Acontecerá que los de las familias de la Tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, el Eterno de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia. Y si la familia de Egipto no subiere y no viniere, sobre ellos no habrá lluvia; vendrá la plaga con que el Eterno herirá las naciones que no subieren a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos. Esta será la pena del pecado de Egipto, y del pecado de todas las naciones que no subieren para celebrar la Fiesta de los Tabernáculos" (Zacarías 14:17-19).

Como un padre amoroso reprende a sus hijos por el bien de ellos mismos, Jesucristo obligará a una humanidad rebelde que jamás en su historia ha conocido paz duradera, a dar el primer paso hacia lo que era inalcanzable sin obedecer la ley de Dios. Entonces se cumplirá también lo que está escrito: "Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite" (Isaías 9:6-7).

Cuando todos los pueblos suban a Jerusalén a adorar al único Dios verdadero, se cumplirán también las palabras de Jesucristo: "Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones" (Marcos 11:17).

Veamos un ejemplo más de que habrá una sola ley para el mundo entero, incluida la ley del día que Dios ordena que se aparte para adoración. No será el que a cada uno bien le parezca: "De mes en mes, y de sábado en sábado, vendrán todos a adorar delante de mí, dice el Eterno. Saldrán y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá ni su fuego se apagará. Y serán abominables para todo ser humano" (Isaías 66:23-24, RV 1995).

Cuando Jesucristo regrese e imponga su gobierno mundial teniendo como plataforma los diez mandamientos, a nadie se le permitirá adorar imágenes. Es una afrenta que al Creador del Universo y de la vida se le represente con una imagen inanimada de hechura humana (Isaías 40:18-25). Todos tendrán que obedecer el segundo mandamiento (Éxodo 20:4-6). Y los que piensen en desobedecer oirán a sus "espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda. Entonces profanarás la cubierta de tus esculturas de plata, y la vestidura de tus imágenes fundidas de oro; las apartarás como trapo asqueroso. ¡Sal fuera! les dirás" (Isaías 30:21-22).

Ninguno tomará el nombre de Dios en vano, pues lo verán y lo adorarán: "En aquel día mirará el hombre a su Hacedor, y sus ojos contemplarán al Santo de Israel" (Isaías 17:7). Así cumplirán el tercer mandamiento (Éxodo 20:7). En cuanto al cuarto mandamiento: "Acuérdate del sábado para santificarlo" (Éxodo 20:8-11, RV 1995), ya antes vimos como todos lo cumplirán.

El mandamiento de honrar a padre y madre, el quinto de la ley de Dios, (Éxodo 20:12), el primero con promesa (Efesios 6:1-2); garantizará la paz en el hogar, el respeto a los ancianos, la armonía familiar a escala mundial.

El sexto mandamiento: "No matarás" (Éxodo 20:13), le pondrá fin definitivo a los odios, a los homicidios y a las guerras. En el nuevo pacto que Jesucristo viene a establecer con toda la humanidad, sus leyes ya no estarán escritas en tablas de piedra como en la época cuando el mundo no las obedecía, sino que estarán escritas "en tablas de carne del corazón" de todo ser humano (2 Corintios 3:3; Ezequiel 36:25-31). De manera que esa ley que antes estaba escrita en tablas de piedra, ahora estará escrita en la mente y en el corazón de todos los hombres (Hebreos 8:8-12; 10:16-17).

El mandamiento de no matar adquirirá así una dimensión mucho más profunda, expresado de esta manera por el apóstol Juan, el discípulo amado: "Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él" (1 Juan 3:15).

Dios predice también que entre las naciones no se permitirá más guerra: "Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte [el Reino] de la casa del Eterno como cabeza de los montes [gobierno mundial]… y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno… y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra" (Isaías 2:2-4).

En cuanto al séptimo mandamiento, Cristo también le agregó como a toda su ley, la cual vino a magnificar (Isaías 42:21), una dimensión mucho más profunda; puesto que su ley iba a ser transferida de tablas de piedra a tablas de carne del corazón (2 Corintios 3:3). Jesús dijo: "Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en el corazón" (Mateo 5:27-28). El resultado obvio de la aplicación de esta ley en todo el mundo, cuando Jesucristo regrese, será ante todo la paz en el hogar, la felicidad matrimonial, la estabilidad de la familia y de la sociedad. El punto final a tantos desengaños, angustias, dolores y enfermedades venéreas. Será la solución para todas las enfermedades que se transmiten sexualmente. Será el fin del sida. El fin de los hijos abandonados o descuidados por padres adúlteros que no les dan ni el ejemplo, ni la educación para alcanzar el éxito en todos los ámbitos de la existencia humana. Según estudios sociológicos, los hijos nacidos de padres adúlteros son los más expuestos a vivir y morir en la pobreza.

Las ramificaciones individuales, familiares, sociales, nacionales y mundiales de la obediencia a las leyes de Dios son incalculables. Como lo han sido hasta hoy las transgresiones a esa ley santa de Dios.

El octavo mandamiento dice: "No hurtarás" (Éxodo 20:15). Imaginemos un mundo donde nadie robe, empezando por los gobernantes y descendiendo a todos los miembros de la sociedad. ¿No es este un elemento esencial para la paz social e individual? Imaginemos un mundo gobernado por un Ser divino y sobrenatural que no permitirá que nadie robe. Antes bien, se aplicará mundialmente lo que está escrito al respecto: "El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad" (Efesios 4:28).

El noveno mandamiento que será impuesto a todo ser humano mediante el gobierno perfecto de Jesucristo dice así: "No hablarás contra tu prójimo falso testimonio" (Éxodo 20:16). Este mandamiento incluye, desde luego, el no mentir. Dios aborrece la mentira (Salmos 101:7; 119:104). Jesucristo cuando reine: "No juzgará según la vista de sus ojos [no puede ser engañado], ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la Tierra; y herirá la Tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío" (Isaías 11:3-4).

Prácticamente nadie se atreverá a decir mentiras o a acusar falsamente a su prójimo. ¿Cuál será el resultado? ¡Paz individual y paz mundial!

El décimo y último mandamiento del decálogo dice así: "No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo" (Éxodo 20: 17). El apóstol Santiago nos dice al respecto: "¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios" (Santiago 4:1-4).

Jesucristo viene a establecer un verdadero y duradero nuevo orden mundial, en el que no habrá lugar para los que codician lo que pertenece a los demás, una de las causas primordiales de las guerras. Jesucristo viene a enseñarles a los hombres cómo erradicar la codicia de sus corazones, para que la paz empiece dentro del corazón de cada uno.

Ya no serán los instintos primarios del ser humano los que guíen sus pensamientos y sus decisiones, sino que estos estarán sujetados por el poder del Espíritu que Dios dará a todo ser humano, para que el corazón de cada uno, donde Dios escribirá sus diez mandamientos, se convierta en fuente de agua viva, de la cual manan amor, gozo y paz en abundancia.

La clave de la paz y la felicidad mundiales ¡está a la vista! Es guardar individual y mundialmente los mandamientos de Dios. ¡Los efectos son simplemente indescriptibles!

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