Una suave brisa otoñal entraba por las ventanas abiertas de la pequeña iglesia rural donde me sentaba de niño. Conforme a la costumbre de innumerables iglesias protestantes grandes y pequeñas, la nuestra había organizado una "campaña evangelística". El pastor invitado pronunció un sermón impactante, como es tradicional en tales ocasiones, y recalcó que debíamos entregar el corazón al Señor para poder volver a nacer.